El beisbol en el misterio de Cuba: otras lecturas de la apreciación martiana (I)
9/3/2020
Para Félix Julio, con agradecimientos, coincidencias y alguna discrepancia.
El 23 de mayo de 1895 se da a conocer en Venezuela, de completo uniforme en el campo de juego, el Caracas Base Ball Club, y celebraron un encuentro en el que sus integrantes se organizaron en dos teams, Azul y Rojo. Este acontecimiento estuvo emotivamente marcado para todos, y en especial para los representantes de la mayor de las Antillas allí reunidos: “Ese día, los cubanos Manuel y Joaquín, Adolfo y Emilio, saltaron al terreno de juego con una gran tristeza, pues poco antes de comenzar el partido se enteraron del fallecimiento del Apóstol cubano José Martí, quien había caído en combate cuatro días antes”[1]. Este episodio de solidaridad de los venezolanos con la causa independentista cubana, del que pronto se cumplirán 125 años, no sería aislado sino que se reiteró particularmente en los eventos beisboleros, en consonancia con la presencia significativa de los isleños como atletas y promotores. A las colectas y manifestaciones públicas, se suma un hecho de gran carga simbólica cuando en diciembre de 1895, “[…] el cubano Emilio Cramer fundó en Caracas un equipo de pelota, al cual le puso el nombre del Padre de la Patria de su país: Carlos Manuel de Céspedes”.[2] Como es sabido, a fines del siglo XIX y en los años sucesivos, Cuba se convirtió en “el primer epicentro de beisbol en el Caribe”, y sus jugadores en los “apóstoles” del juego. Fueron los exiliados e inmigrantes cubanos quienes despertaron el interés en la pelota en la República Dominicana, Venezuela, Puerto Rico y México.[3]
En la Isla este deporte y el movimiento independentista evolucionaron en forma concomitante, dándoles un carácter ideológico más fuerte que en los Estados Unidos. Louis Pérez Jr. afirma que para los cubanos del último cuarto del siglo XIX el beisbol no solo era signo de modernidad, sino que se convirtió en un símbolo antiespañol, en un momento crítico de la formación de la identidad nacional cubana. Introducido en la isla por estudiantes, inmigrantes y marinos que habían vivido en los Estados Unidos, este pasatiempo “agudizó las distinciones entre cubanos y españoles cuando estas asumían implicaciones de carácter crecientemente político”. Es de importancia que la cultura del “beisbol ofreciera la posibilidad de una integración nacional” -en formas que no podían hacerlo las corridas de toros, por ejemplo-, aunque esa integración empezará a cristalizar en los comienzos del XX, con la presencia de “cubanos de todas clases, blancos y negros, jóvenes y viejos, hombres y mujeres”, vinculados como protagonistas y/o como público. Los antillanos llevaron a cabo tres guerras anticoloniales y enviaron al extranjero a miles de exiliados políticos, estudiantes, trabajadores, y refugiados de guerra, y para esa masa migratoria como para los de la Isla el beisbol se convirtió “en [su] deporte, [su] estado de conciencia y [su] declaración” de independencia. Entre finales del decenio de 1870 y principios de 1890, surgieron en la Isla más de doscientos equipos de pelota y, según se fueron estableciendo clubes revolucionarios nacionalistas en Tampa, Nueva Orleáns, Nueva York y Filadelfia, estos también organizaron equipos de pelota.
Solo esta coyuntura de nacionalismo y beisbol puede explicar la temprana y perdurable posición de este deporte en la cultura cubana y la importancia de los cubanos en el beisbol en general. Nuestra cultura, como es común en todos los pueblos y sobre todo en los que solo suman unos pocos siglos de existencia, es una acumulación que se enriquece con las apropiaciones. Ya sea por la vía de corrientes migratorias, vecindades, comercio o influjos coloniales o neocoloniales, esas influencias se incorporan y asimilan en el proceso de formación de las culturas emergentes, incluso en las ya establecidas. Dentro de nuestro patrimonio intangible, entre otras, han sido reconocidas con propiedad la décima, proveniente de las Islas Canarias, y la rumba, cuyo sincretismo tiene en tierras africanas sus raíces primigenias. Así el beisbol, cuya génesis se registra en Estados Unidos, fue en unos pocos años asumido y metabolizado por el cuerpo de una tierra que hace siglo y medio se encontraba en la plenitud de su eclosión como nación en desarrollo.
En Oficio de Isla, puesta en escena de Osvaldo Doimeadios basada en la obra de teatro Tengo una hija en Harvard, del cineasta y escritor Arturo Sotto, pieza estrenada en el otoño de 2019 y que recrea el tejido del parteaguas de los siglos XIX y XX (1898-1902), aparecen varias referencias a lo que llamamos en buen cubano “la pelota”, como se ejemplifica en varios parlamentos, ya sea a tenor de convertirse en moda (“¿te acuerdas de Pedrito Carvajal, el más chiquito de los Urquijo? Se fue a Virginia a hacer unos cursos de gestión de empresas, y a su regreso no solo deja la novia en el altar, tampoco quiere acompañarme al club de esgrimas, a cruzar espadas. Ahora dice que prefiere practicar beisbol, cosa que me parece el juego más aburrido del mundo”); de la creciente influencia norteamericana (“hay que ver que los americanos tienen su arte para conseguir lo que quieren. Ya se chuparon los recuerdos de la guerra, ahora se llevan a los maestros, cualquier día querrán llevarse hasta los peloteros (…) ¡Ah, no, si se llevan al primera base del Almendares me levanto en armas!”), o de la noticia de una situación indefendible, y que como otros términos del juego se van incorporando desde entonces hasta el presente a nuestro vocabulario (“Mamá no tiene la culpa, esto es como out mal cantado en segunda”). Así, tanto autor como director intercalan determinados pasajes beisboleros, como cuando Mr. Power le regala a uno de los protagonistas un guante de beisbol en gesto de congraciarse, referentes para ilustrar una época paradójica donde el país se rencuentra.
Los peloteros mambises dieron otra carga al machete que integró a la formación de la cubanía y a la cultura insular lo que ha sido, en justicia, el deporte nacional. Por ejemplo, los encuentros beisboleros del exilio criollo en Tampa o Cayo Hueso fueron otro ámbito proselitista para el separatismo, y algo se ha especulado sobre el contacto aislado que pudo tener nuestro Héroe Nacional con estos eventos[4]: “Fue también en Cayo Hueso donde, según el testimonio del patriota y empresario del beisbol, Agustín Tinti Molina, José Martí acudió a presenciar un desafío de pelota y al concluir este felicitó a sus practicantes con efusivas palabras. El relato de Tinti y su encuentro con Martí narra cómo, en 1889, durante una visita del Apóstol a Cayo Hueso, este presenció junto a José Dolores Poyo un juego de beisbol en el que el joven Molina, de apenas 16 años conectó un formidable batazo que fue a parar a las aguas del océano. En palabras de Molina―reveladas al periodista deportivo Fausto Miranda mucho tiempo después― Martí pidió conocer al autor del jonrón, y una vez ante el líder revolucionario, este le estrechó la mano, y pudo observar como “la mirada firme, pero agradable, el entusiasmo enorme demostraba que él, grande como nadie, consideró aquel triunfo de los cubanos en la pelota como un buen presagio para la lucha que se iba a iniciar”[5]”. De este último suceso solo existe el testimonio de Molina, el cual lo ofreció varias décadas después de ocurrido, y hasta donde se conoce no hay otras fuentes que lo corroboren, ni coincidencias en las fechas de la cronología martiana sobre sus visitas al Cayo[6], pero igual no podemos descartar que este hecho sucediera.
Foto: Ecured
Como he reiterado en otras ocasiones y a lo largo de este texto, nadie en nuestro país como Félix Julio Alfonso López ha estudiado el vínculo beisbol y nación, y en particular en los contextos del siglo XIX, y a tenor de algunas ideas que han sido aquí expuestas me fue imprescindible, entre otros trabajo suyos, “José Martí y el juego de pelota en los Estados Unidos”[7]: “…un aspecto de notable interés consiste en verificar si efectivamente José Martí, al margen de su escritura, participó como espectador en algunos juegos de beisbol durante su estancia en suelo norteño. Todo parece indicar que tal interrogante conlleva una respuesta afirmativa, pero hasta el presente solo contamos con dos testimonios que lo pueden corroborar. La primera evidencia es una fotografía de Martí con María Mantilla sentados en las gradas de un juego de pelota en Long Island, acompañados por José María Sorzano, Praxedes Sorzano, Pilar Correa e Isabel Mena, todos santiagueros y amigos de Martí”.[8] El otro testimonio es el ya mencionado de Tinti Molina, pero no es tan fidedigno como este que reproduce Bohemia, tomando en cuenta a la entrevistada, al entrevistador y a la gráfica que lo acompaña. En la publicación en cuestión se reproduce, entre otras, la mencionada foto, de la que comentaría el estudioso martiano que fue Lizaso: “de otra fotografía hablamos después, de aquella en que ambos están sentados en las gradas en un juego de pelota en Long Island…”[9]. No deja de emocionarnos esa foto del Maestro con su amada niña y otros compatriotas, sentados en las rústicas gradas, y que gracias a la luz impresa el tiempo parece detenerse, como si estuviéramos compartiendo allí con ellos, a un siglo y años de tomarse esa imagen.
Aquí me detengo para abordar la relación singular y polémica de nuestro Apóstol, en esas claves del “misterio que nos acompaña” lezamiano, con el que sería nuestro pasatiempo nacional, sin dejar las lecciones martianas de reconocer su impronta en la sociedad y los jóvenes. Tal vez por desconfiar de la influencia de un deporte “tan americanizado” en la Isla, se entiende en parte y nos resulta muy llamativo que la sabiduría política y de adelantado de José Martí, y su espíritu marcadamente ecuménico, no tuvieran conciencia de esa manifestación emergente de rebeldía anticolonial asociada al juego de pelota. José Antonio Bedia, en su compilación José Martí. Sobre deporte (Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2016), en la presentación, así lo interpreta, lectura con la que coincido: “Los cubanos entonces comienzan a identificarse con el beisbol, a tomar distancia de las corridas de toros, pues ellas representaban el estatus colonial. Han comenzado a gestar un sello de identidad, Martí, en Nueva York, no percibe este fenómeno. Si bien al escribir sobre deportes se permite exponer juicios patrios, la actividad para él siempre representa la modernidad asociada a valores de mejor salud, medio para adaptarse al dinamismo de la vida industrial, símbolo de festejo social y aspecto educativo”[10].
Solo en unas cuantas ocasiones, en relación a su vasta obra y a sus quince intensos años de estancia en Estados Unidos, Martí menciona el beisbol -aunque cuáles fueron sus aficiones y/o reservas al respecto es un tema en que discrepo en parte con mi siempre admirado Félix Julio Alfonso[11]-. Hay que destacar que cuando comenta al respecto —“se tira a la pelota, como todos los junios”—, aunque no haga evidente sus simpatías utiliza la prosa deslumbrante y la capacidad de eternizar un instante que singulariza su escritura, y devela tener conciencia de la dinámica de su juego. Un ejemplo es este apunte que aparece en “Correspondencia particular para El Partido Liberal”: “ […] ¡Ved cómo miman los estudiantes durante todo el año, no al poeta de frente grave que les leerá la oda de fin de curso, no al mozo pensador que ya desde las aulas medita la manera de que los problemas sociales se vayan resolviendo sin sangre y en justicia, sino a “los nueve” ágiles que deben vencer a Yale en el juego de pelota […] no por aquel amor sano a los ejercicios viriles que hizo hermosos y fuertes a los primeros griegos […] ¡ved cómo muchos de ellos, deslumbrados por la paga que aquí se da a los buenos jugadores de pelota, abandonan su carrera casi terminada, y truecan su libro augusto por la camisa azul y el pantalón corto de los histriones, en que los aplaude y venera el populacho! Pudren acá esos vicios de pueblo rudo y ambicioso el aire de los colegios. […]”.[12]
Sobre este dilema de los jóvenes que abandonan las aulas para ganarse la vida como players vuelve otra vez con esa escritura palpitante a la que tanto debió el modernismo: “Ni los juegos de pelota han interesado tanto este año, aunque hay peloteros que han dejado la Universidad para pelotear como oficio, porque como abogados o médicos los pesos serían pocos y les costaría mucho trabajo, mientras que por su firmeza en recibir la bola de lejos o la habilidad para echarla de un macanazo a tal distancia que pueda, mientras la devuelven, dar la vuelta el macanero a las cuatro esquinas del cuadro en que están los jugadores, no solo ganan en la nación, enamorada de los héroes de la pelota, y aplausos de las mujeres, muy entendidas en el juego, sino sueldos enormes, tanto que muchos peloteadores reciben por sus dos meses de trabajo más paga que un director de banco o regente de universidad o secretario de un departamento en Washington”[13].
Y en otros pasajes rastreamos que de sus vivencias “neoyorquinas” comenta tal vez a modo de queja que en la gran ciudad “hay mucho juego de pelota”: “Y este es el mes. En la naturaleza, en los colegios, en los pueblos de baños, en los campamentos de jóvenes ricos, dados a veces con verdadera mengua a vestirse de bailarines y payasos, en los campos de las carreras, donde a suntuosas damas que las ven desde elegantes coches se juntan montón ávido de burdos apostadores, que al caballo juegan, como a la ruleta o al dado; en los amplios circos, donde, acumulando ganancias y vítores, juegan con brazos desnudos y ágiles, los favoritos de la ciudad a la pelota; en los carros urbanos que rebosan gente, en las terrazas cálidas, que esparcen aroma, todo es flor y pompa”.[14] O “acá los prohombres de los colegios, los que se llevan las damas y mantienen corte, son el que mejor rema, el que mejor recibe la pelota, el que más sabe hinchar ojos y desgoznar narices, el que más bebe o fuma”.[15] “Mes de junio, mes de ceremonia de colegios; de carreras de caballos; de regatas de bote y buquecillos de paseo; de lances de pelotas…”.[16]
En otro momento: “Y es septiembre un festival prolongado, sin día que no sea acontecimiento, ya porque Maud S., la yegua más ligera que pisa tierra anda una milla en dos minutos y nueve segundos, cuya hazaña celebran a la vez en Inglaterra y en los Estados Unidos juiciosos editoriales; ya porque los “nueve” de Chicago vencen en el juego de pelota a los “nueve” neoyorquinos, uno de los cuales gana al año 10 000 pesos porque no va una vez la pelota por el aire que él no la pare, y la eche por donde quiera […]”.[17] Menciona en otros escritos al fútbol europeo y al fútbol-rugby estadounidense, y para diferenciar un juego con esférica de otros, lo nombra como “pelota de pies”.[18]