El barman
21/9/2016
Jaime se detuvo ante el cartel lumínico del bar donde trabajaba. Bastaba pasar por el lugar para ser atrapado por la curiosidad de lo nuevo y atractivo. Se sintió feliz.
Tres meses atrás había llegado allí una noche calurosa frustrado y a punto de dar gritos, cuando aquella cueva, eso era lo que parecía, reflejaba oscuridad y tristeza. Para colmo vio entrar a un vagabundo.
Jaime era un barman y necesitaba urgentemente trabajar. Había caminado mucho en vano y meditó en su mala suerte antes de dirigir sus pasos a aquel antro.
—¿Qué deseas a esta hora?—dijo una rugiente voz desde el mostrador rompiendo el tintineo de acceso.
El rostro de aquel colega era de pocos amigos
—Una cerveza…si fuera posible—quedó recostado a la puerta. La luz era pálida.
—¿Sólo eso?… Venga
Dicho con mirada cortante. El hombre tenía puesto un delantal blanco.
El salón era pequeño con pocas mesas; una de ella ocupada por un bulto al final, alguien dormitando entre ronquidos, aquel vejete quizás, pensó Jaime; y un par de compartimientos privados al fondo, evidente nido de parejas de adolescentes.
Cuando la mitad de la jarra fue devuelta después del primer gran sorbo se oyeron quejidos.
—¿Quién es?
—Un puerco con barba —dijo el cantinero juntando las cejas mirando los vasos al trasluz. Era calvo. Rondaba los 50 años; tenía cutis agujereado y nariz estirada—. Viene de vez en vez, y se tira ahí a pedir cosas…es un borrachín protegido por el dueño
—¿Es de por aquí?
—Ni sé. Ha venido… tres veces. La gente se burla de él.
Jaime se llevó de nuevo la jarra a la boca. Intentó hallar lo que él denominaba el gusto tardío, pero en vano. Por mucho que afinó el paladar aquello sabía a agua sucia. La cerveza no era más que un olor disperso en el líquido.
—¿Qué haces por acá? No eres una cara conocida
—Soy como tú, pero no encuentro nada—suspiró—. ¡En esta ciudad no me necesitan!—exclamó Jaime con tristeza disfrazada de tenue sonrisa.
—Es difícil. Por aquí han pasado varios. Aquí estoy en este chinchal de mala muerte con un amo pedante. Pretende que seamos mejor, que seamos atentos. ¡Equivocado!
Con la campanilla entró una pareja de jóvenes enamorados.
—Pueden ir saliendo, cerramos casi ya —refunfuñó el cantinero—. Total—añadió cuando el tintineo anunció la retirada—, para lo poco que consumen no vale la pena…después hay que limpiarle sus cochinadas
Los quejidos fueron en aumento y Jaime fue hasta aquella sombra.
—Es lo mismo de siempre. Ahora te pedirá algo; déjalo, huele a oso
—Señor —dijo Jaime al llegar.
—¡Ay, mi hijo! ¿Puedes darme un poco de agua? Me muero de sed
La mano temblorosa se posó en su brazo y Jaime la tomó.
—¿Qué le pasa?
—Estoy…falta de todo, hijo… gracias al patrón de aquí que me deja descansar, porque si fuera por…. ¿me das agua?
Tenía el aspecto de un anciano abandonado.
Jaime retornó, buscó su jarra de cerveza y se la puso delante.
—Beba, está fría… ¿no ha comido hoy?
—¡Oiga, ese miserable se burlará de UD.! —se oyó desde el mostrador.
El hombre bebió con desesperación.
—…Gracias, hijo—dijo limpiándose la boca—. Tenía sed. No le creas
—Debe ir a su casa…y alimentarse, señor. O lo puedo llevar…
La carcajada del cantinero fue estruendosa. Jaime miró atrás molesto.
—¿Es Ud. un barman?—dijo el hombre—…Tuvo que hallar aguada entonces la cerveza
— No sirve…y sí lo soy—dijo Jaime—. Pero no me quieren, como a Ud.
—Siempre aparece algo. Mire a Vd., conmigo. Tendrá éxito
—Gracias—.Jaime se levantó sonriente—. Me voy. Debo seguir buscando
—Mañana será un gran día para Vd., y la cerveza aquí estará buena; venga, lo espero
—Gracias —Jaime se le acercó—. ¿Cómo mejorará la cerveza?—le murmuró.
—Lo haré posible yo, amigo—dijo el hombre quitándose la barba y la peluca—. Soy el dueño.
Especial para La Jiribilla.