El ausente en El Mundo de Daniela

Vasily M. P.
20/6/2019

A El mundo de Daniela han invitado a mucha gente. Pero la autora de este libro, Teresa Melo, ha hecho una sola omisión, y me gustaría creer que no es fortuita. Resulta que sus poemas, aparentemente para el público infantil, son como una especie de mecanismo de defensa contra aquello que laceró y hasta dejó huellas bien profundas.

Las vivencias tienen un componente afectivo que las define, que las pone en un rinconcito en la memoria para que ni el paso del tiempo las mancille. Y el poeta vuelve a ellas como quien regresa de una guerra, más herido, pero febril, con ansias de pasado.

Lejos de juzgar, el sujeto lírico de este poemario, que no es exactamente Teresa, Daniela, ni deja de tener los tonos de la voz de ambos, hace referencia a las cosas que componen su mundo y el de una niña que está en su etapa de preguntas y respuestas.

Ambos mundos se tuercen, se separan. Por momentos enfilan rumbos distintos y hasta pareciera que, juntos, forman parte de una polifonía capaz de adormecer al más terrible de los miedos. Son universos que tienen en común a ese ser que es el principal ausente: la figura paterna.

No hay que examinar a profundidad el libro para darse cuenta de esto. Basta una primera lectura, y los poemas tienen algo en común que define su esencia literaria. Lo que apenas se nombra es lo que duele más. Pero, de todas formas, parece decirse quien habla en los poemas, no mencionarlo es conjurarlo, es curar las heridas o, al menos, intentar hacerlo.

Después de esta primera lectura que bien se degusta, me queda el sabor de que algo está por decirse. Y me sumerjo una vez más, como un Heráclito que conoce de las formas de un río, en las formas caprichosas de la poesía. Nadie se lee dos veces el mismo poema, me digo, porque el poema es un calidoscopio. Su lectura es un acto cíclico de iniciación y ruptura. Aprendemos algo nuevo, lo rompemos y, acto seguido, volvemos a aprender otra cosa, y así sucesivamente. Es un proceso que no solo dura mientras se esté leyendo, también ocurre después, cuando ya todo ha pasado.

En los 21 poemas que componen este relicario, se nota que el aprendizaje es constante no solo por una de las protagonistas, Daniela, sino, también, por parte de la autora, Teresa Melo, quien está todo el tiempo como aprendiendo de sí misma, de sus errores, y tratando de salvar todo lo que sabe está dañado.

Foto: Sergio Martínez/ Radio Rebelde
 

Se ve en la distancia o en la cercanía con su hija Daniela. Se ve a través de ella en el futuro, pero, también, en el presente. Y hasta tiene la valentía de juzgar cómo se ve a sí misma. Pero tiene, además, el acto honorable de justificar cualquier daño que haya podido infligirle, no con la creación de ese libro, sino con la ruptura de una familia que debió ser funcional y proporcionarle el espacio adecuado para su desarrollo personal.

Mi mamá es como una niña
Que habría que regañar:
Fuma y fuma sin parar.

En una mano la pluma
En la otra mano el cigarro,
Pero si mojo mis pies
Me pronostica un catarro.  

Las personas inteligentes, aquellas que ponen el intelecto a trabajar, por encima de todo se dan cuenta enseguida de que los errores son pequeñas desviaciones en el camino del desarrollo espiritual. Así la Melo quiere asomarse a un camino que había dejado de transitar. El camino de “sí misma”, ese que solo podrá llevarla a la iluminación más hermosa, la de la dicha en la propia convivencia. Y, también, al más inquietante olvido.

Por eso la palabra “papá” es omitida tantas y tantas veces. O al menos así lo veo yo. Y todo parece apuntar hacia ello.

Decía Paul Verlaine que todos los poemas y todos los libros son escritos por Dios, sea quien sea. Pero este libro de Teresa Melo está como que dictado por su propia conciencia, para que ese padre ausente partícipe del mundo en ebullición que vive su hija. Cada poema es como una página de un diario, aunque no siga una forma cronológica.

Los versos, las imágenes visuales o metafóricas, los símiles o las moralejas están en función de ilustrar lo que ha vivido el personaje principal y sus interioridades. Por ello hay asombros, deslumbramientos, el sentirse atraído por artefactos y otros niños, familiares y entornos, lo que hace que los poemas sean muy referenciales, enmarcando así la zona de desarrollo social de esta niña que aún tiene muchas preguntas que hacer.

Vive en su confort, es cierto. Un mundo sin papá, aunque sea disfuncional, no parece ser un mal mundo. Y ella vive, se divierte, tiene amigos y fotos que visualizar, preguntas que hacer, libros y televisión que desentrañar, juegos que aprender y abrazos que brindar. Mamá ha hecho posible la felicidad más exhaustiva, esa que, aunque no borre todas las angustias, al menos brinda una mano cuando hace falta levantarse del suelo.

El patio de mi casa
Como el mundo es:
Yerbas buenas / yerbas malas
Que las manos de mamá
Separan.

Y en este sentido se me antoja que es un libro completamente feminista en su más evidente concepto. Porque representa a la mujer desligada de la figura masculina. Libre de todo prejuicio. Feliz. Plena. Independiente como siempre debió estar. Pero respetuosa de las familias tradicionales, esas donde son tres, no dos, los miembros. Donde la madre se hace cargo de la educación de los niños y de la casa, y el padre busca el sustento y pone los castigos. Son veintiún poemas. Cabalísticamente sería esta la ecuación 21=2+1=3, y tres es el número de la Emperatriz, la madre divina, la producción material y espiritual.

En este sentido el libro es arrojado y es contundente. La ausencia de la figura paterna es tratada de manera respetuosa al punto que presenta su realidad como algo común y no sorprendente, lo cual hace ese hecho más potable, menos doloroso.

Por otra parte, y aunque parezca que tiene poca importancia, la figura masculina está presente en animales y objetos, por lo que no ha perdido su rol en la creación y permanencia del mundo, así como su influencia en las cosas buenas que suceden a diario. Sin embargo, el dolor no viene de la contraparte femenina, sino de otro lado mucho más misterioso y oscuro. ¿Qué hizo el padre para merecer tal olvido? ¿No alcanzará el perdón algún día? En caso de merecerlo, ¿quién se lo dará, la niña, la madre?

Las figuras masculinas están presentes en casi todos los poemas aquí reunidos, aunque dichos así, como si fueran personajes de reparto, simples figurines de una obra mayor que es el olvido. Y es que el mundo de Daniela solo se concentra en dos, solo en dos.

En el poema dedicado al abuelo de Daniela se podría ver el amor materno por este ser que ya “no está” o “está en otro lugar”, y que debió jugar un rol muy importante en su vida como para merecer un poema o una tristeza tal que le hace brillar los ojos. Se trata de algo muy vivencial dicho desde lo interno de Daniela. Y hay que fijarse en como Daniela sabe, intencionadamente, que su abuelo está en el mismo sitio donde su perro Gitano, “que yo creo que se murió”. ¿Y por qué no mencionar al padre? ¿Acaso lo que hizo le resta la importancia que habría de tener?

Pero ni la cábala ni la numerología salvan de su olvido al papá en El mundo de Daniela. Desterrado al abandono más hermoso, uno colmado de silencios, su figura estará destinada a reaparecer solo cuando su sombra sea desterrada, también, de la conciencia materna. Quizás ese sea el peor de los pecados que una mujer pueda cometer.