El ataque a la conciencia

José Ernesto Nováez Guerrero
5/1/2021

Una de las aspiraciones de toda clase o grupo dominante es lograr cimentar su dominación, no solo sobre la fuerza de las armas, sino sobre la conciencia de los dominados. La manipulación de la conciencia es un ejercicio de construcción de hegemonía, en el sentido que le diera el filósofo italiano Antonio Gramsci al término. Es hacer pasar los intereses de una clase o grupo por los intereses de toda una nación o colectivo de naciones.

La historia es rica en recursos orientados a este fin. Sin embargo, no es hasta el siglo XX, con el desarrollo de los medios masivos de comunicación y luego del gran y macabro experimento sociológico que fue la Alemania nazi, cuando se hizo evidente lo poderoso que podía llegar a ser el uso combinado de los adelantos técnológicos con las ciencias sociales. El poderoso Ministerio de Propaganda creado por Goebbels demostró hasta qué punto se podía modificar la conciencia de un pueblo, incluso de uno tan rico culturalmente como el alemán.

La manipulación de la conciencia es un ejercicio de construcción de hegemonía, en el sentido que le diera el filósofo italiano Antonio Gramsci al término. Fotos: Internet
 

No es casual que la industria cultural, que se consolida luego de la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos y que tan bien caracterizaron Adorno y Horkheimer, haya asimilado muchas de las técnicas de manipulación desarrolladas por los nazis. Esta industria cultural iba a ser un elemento fundamental en la consolidación del dominio norteamericano y sus intereses a escala planetaria.

Pero la manipulación no solo es útil para mantener el consenso al interior de las naciones, sino también para enfrentar a los enemigos políticos e ideológicos. Las poderosas armas creadas para garantizar la hegemonía al interior de las naciones capitalistas dominantes se usan también para socavar el orden, legitimidad y funcionamiento de aquellas sociedades y estados que, de una u otra forma, adversan este orden. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en el ataque a la Unión Soviética.

La acción combinada durante décadas de desgaste simbólico, económico y social acabaron llevando al colapso de la segunda potencia del mundo y única en paridad militar con el imperio norteamericano.

Pero ¿qué recursos se usaron en contra de la población y el estado soviéticos? ¿De qué forma lograr que un pueblo que disfrutaba bajo el socialismo de importantes garantías sociales actuara totalmente en contra de sus intereses? ¿Cómo llevar a un conjunto de naciones a abandonar un proyecto común y saltar al vacío sin tener siquiera un programa mínimo para el futuro? Estas son las preguntas que intenta responder el libro de Serguei Kara-Murza Manipulación de la conciencia (Editorial Ciencias Sociales, 2014 y 2018).

El libro, editado por primera vez a finales de la década del 90 en Rusia, pretende comprender la Perestroika no solo como una serie de transformaciones necesarias, sino como un proceso en el cual un grupo de actores sociales, al servicio de intereses foráneos, precipitó conscientemente el colapso de la URSS y articuló efectivas campañas de manipulación para desmontar, en la conciencia de los ciudadanos soviéticos, un proyecto nacional y político. A la simplista respuesta de que la URSS se derrumbó porque el socialismo no era viable, el autor responde que la verdad tiene muchos más matices y que en entender esos matices reside la única comprensión cierta de un proceso histórico.

En su obra, Kara-Murza hace un repaso bastante minucioso del arsenal de recursos empleados por la manipulación de la conciencia y los diversos niveles a los que estos recursos trabajan, desde el plano de las emociones, afectos y sentimientos hasta el de los hechos y datos, presentados todos de tal forma que se logre el efecto deseado.

Uno de los objetivos fundamentales de la manipulación es sustituir o modificar en la conciencia una serie de conceptos, correspondientes a un modelo de sociedad, por los de otra. Así se logra, mediante la transformación de sus concepciones y percepciones, la aceptación pasiva por parte de los individuos de los cambios sociales. Comprender esto es premisa clave para no dejarnos llevar como hombres masa por criterios aceptados acríticamente.

El libro, a pesar de tener más de dos décadas de escrito, reviste todavía hoy una gran importancia para Cuba y para cualquier proceso progresista. Las similitudes que subsisten hasta hoy entre el modelo de sociedad soviético y el nuestro (alto grado de intervención estatal en la sociedad; burocratismo; desfasaje entre las instituciones y la sociedad; ineficacia en la cobertura de la realidad por parte del sistema de medios tradicionales, dejando grandes lagunas informativas; la existencia de un amplio sector profesional relativamente insatisfecho con sus condiciones laborales; etc) hacen que las técnicas usadas sean muy similares. Convendría hacer un breve repaso de algunas de estas similitudes.

En primer lugar destaca la creación de un ecosistema de medios de comunicación alternativos. En el caso de la URSS y los países de Europa del Este estuvo la creación de la famosa emisora Radio Libertad, aunque también incluía una serie de publicaciones periódicas que se hacían entrar furtivamente a través de las fronteras. Para Cuba, están las famosas, aunque bastante inefectivas, Radio y TV Martí. También, en los últimos años y con el crecimiento de la conectividad a Internet, ha surgido un amplio ecosistema de medios, en su mayor parte radicados en los Estados Unidos y cuya única función es tomar cualquier arista de la realidad cubana y distorsionarla para que quepa en el relato común sobre la Isla: “una dictadura sangrienta y antidemocrática que además es inepta desde el punto de vista económico”. Estos medios apelan constantemente a supuestas fuentes de alto nivel y a supuestos expertos que fundamentan el relato central y obvian completamente realidades significativas, como el bloqueo norteamericano.

Otra de las estrategias es el uso tendencioso de los datos. En el caso de la URSS se manejaron ampliamente las cifras, tanto para maximizar con fines políticos la barbarie de los gulags como para negar los logros en materia social o de desarrollo económico alcanzados por el país.

En el caso de Cuba se ha usado la misma estrategia para diferentes momentos de la Revolución cubana. Más recientemente lo vemos en la comparación entre los números de la economía antes de 1959 y después. Más allá del hecho de que muchas de las cifras que se han puesto a circular sobre ambos períodos no declaran las fuentes de donde se extrajeron, esta comparación implica desconocer el salto cualitativo en la calidad de vida del pueblo cubano que han representado más de sesenta años de Revolución. Llevan, además, a la falsa concepción de que la única forma de medir el desarrollo de un país está en los números macro, un vulgar economicismo que ve los gastos sociales como gasto improductivo y desconoce diferencias claves: el crecimiento poblacional, la distribución de la riqueza, la diversificación de la economía, el bloqueo norteamericano y la dificultad para acceder a inversiones de capital producto del bloqueo, por solo mencionar algunos.

Mientras la verdad tiene matices, la mentira no los necesita.
 

Destaca también el uso de líderes de opinión, intelectuales, artistas y sus obras para generar estados de opinión contrarios al sistema. El discurso de estos se adecua al público al que va dirigido. En la URSS se usaron ampliamente estos recursos, extensivos a todo el campo socialista. La diáspora de estas naciones gozaba de un amplio apoyo económico y de significativos espacios en los medios para divulgar su discurso. Solzhenitsyn y el físico Zajarov, el novelista Milán Kundera y el dramaturgo Dubček son buenos ejemplos. La epopeya de la novela Doctor Zhivago para ser introducida en la URSS es otro buen ejemplo de todos los esfuerzos en este sentido.

La crisis de los años noventa trajo grandes fisuras en la relación del estado con los artistas e intelectuales en Cuba, fisuras que han sido usadas ampliamente para dinamitar simbólicamente el sistema. Esa estrategia se ha intensificado en los últimos años con la irrupción de las redes sociales. Podemos apuntar las numerosas declaraciones de artistas más o menos notorios en contra de la Revolución o el fenómeno de los llamados influencers, cuyos programas en redes sociales alientan regularmente el odio y se construyen sobre una serie de verdades ideológicas que no interesa cuestionar. Más recientemente, los acontecimientos en la puerta del Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020, donde figuras y medios de la oposición financiada desde el exterior lograron confundirse con otros actores de la cultura de procedencia social y reclamos diversos.

Es recurrente también el uso del humor, las imágenes y las metáforas como elementos para subvertir. Los ejemplos van desde los numerosos chistes políticos que circularon en el campo socialista (tantos que se han compilado varios volúmenes), hasta la moderna oleada de memes con que numerosos internautas, desde perfiles verdaderos y falsos, hacen la burla constante de cualquier imprecisión real o inventada que puedan atribuir a los dirigentes políticos cubanos.

También está el desconocimiento total y la criminalización de todo lo hecho por las autoridades de esas sociedades, la reescritura de la historia y el uso de la mentira como arma. Respecto a este último recurso, Kara-Murza apunta que mientras la verdad tiene matices, la mentira no los necesita, así se puede afirmar, por ejemplo, que tal dirigente de un proceso determinado era un asesino sin necesidad de argumentar o justificar este planteamiento. Sobre estas verdades ideológicas descansa una parte importante de la estrategia de subversión.

Cabría apuntar que estas técnicas de manipulación de la conciencia no solo se usan en contra de los países socialistas, sino que son comunes a la estrategia imperial de subversión contra cualquier país que represente un proyecto adverso al que pretende imponer el gran capital. Son el complemento de otras acciones hostiles como las sanciones económicas o la agresión militar.

El libro de Kara-Murza presenta algunas deficiencias, fundamentalmente el querer ser demasiado abarcador, lo que lo lleva a tratar superficialmente algunos temas y a comprender incorrecta o insuficientemente otros. Sin embargo, considero que es una lectura indispensable. Su principal valor, considero, radica en ser un compendio de todo, o la mayor parte, del amplio arsenal de técnicas a través de las cuales van socavando nuestras certezas. La única forma de combatirlas efectivamente, en esta gran batalla de ideas en que nos hemos enfrascado como nación y como parte del proyecto de emancipación continental desde el siglo XIX, es conociendo las formas sutiles y profundas de su funcionamiento.