El arte del ballet y su herencia universal
Pocas artes poseen una prosapia tan cosmopolita en sus orígenes y en su posterior desarrollo como el ballet, la más antigua de las formas de la danza espectacular en el llamado “mundo occidental”. Porque si bien es cierto que el entonces llamado “balletto” nació en la Italia renacentista, como fruto de toda la herencia del baile popular creado durante el Medioevo y llevado a los salones cortesanos por los maestros de danza, no fue hasta el siglo XVII que alcanzó rango profesional en Francia.
Allí, en 1661, el Rey Luis XIV creó la Academia Real de la Danza, donde se estableció el vocabulario técnico académico, se le dio nomenclatura a los pasos y las poses y se fijaron las cinco posiciones básicas de piernas y brazos, vigentes hasta hoy día.
El desarrollo de ese nuevo “ballet” fue el resultado de una continua interrelación entre maestros, coreógrafos, bailarines, compositores y diseñadores procedentes de diferentes países. Italianos y franceses, encabezados por Vincenzo Galeotti y Antoine Bournonville, sentaron las bases para la aparición de la tercera escuela, la danesa, fruto de la obra creadora posterior de Augusto Bournonville, hijo del maestro francés antes mencionado.
El ballet cubano no escapa de esas influencias, pero gracias a la clara visión de su tríada fundadora, Alicia, Fernando y Alberto Alonso, asimiló lo foráneo valioso sin renegar de la rica savia de sus raíces.
Representantes de esas tres escuelas llevaron el ballet a la Rusia zarista, donde desde 1734 se sentaron las bases para el surgimiento de una nueva: la rusa, que tuvo como gestores principales al austriaco Franz Hilferding, al italiano Gasparo Angiolini y al francés Charles Louis Didelot, líderes del ballet de acción, y también al marsellés Marius Petipa que como arquitecto supremo guió los destinos de esa escuela entre 1869 y 1903.
La inglesa surgiría en el siglo XX, la quinta, con nombres claves como el de Ninette de Valois, quien como todos sus predecesores se dio a la ardua, pero patriótica tarea, de darle autoctonía a una herencia fundamentalmente cosmopolita.
El ballet cubano no escapa de esas influencias, pero gracias a la clara visión de su tríada fundadora, Alicia, Fernando y Alberto Alonso, asimiló lo foráneo valioso sin renegar de la rica savia de sus raíces, aireándolas y enriqueciéndolas en universal vibración, como les aconsejara Don Fernando Ortiz, en los albores mismos de la fundación de nuestra primera compañía profesional, setenta y cinco años atrás.
La semilla de nuestro ballet fue abonada, como sucedió en casi todos los países, por aportes foráneos, especialmente los provenientes de compañías y figuras francesas y españolas y por el estrecho vínculo con los Estados Unidos que, por su ubicación geográfica, devino punto de escala para renombrados exponentes del ballet europeo, que se dieron a la tarea de conquistar los públicos del Nuevo Mundo.