Transcurría el año 1881 cuando nace en la ciudad española de Calatayud un hombre que años después con su sensibilidad artística haría aportes fundacionales en la pintura de la región central del país. Con 22 años de edad, decide embarcar en 1903 rumbo a Cuba al ser presionado por una madrastra tiránica y una situación beligerante de España con Marruecos, lo que convertía a los jóvenes en potenciales soldados con carácter obligatorio. Luego de burlar los sistemas de vigilancia militar que prohibían a los hombres salir de España, logra hacer la travesía por mares procelosos asediado por la incertidumbre. Desembarca en puerto habanero sin conocer personas que pudiesen ayudarlo, solo tenía conocimiento de que su madre fallecida era natural de la ciudad de Bayamo.
El bullicio habanero contrastaba con la tranquilidad de su pueblo natal. Siente nostalgia por el clima mediterráneo con los inviernos muy fríos y los veranos calurosos que dejó detrás. El vigor de la luz tropical lo sorprende desde el principio, lo que le permite con el decursar del tiempo descubrir las múltiples tonalidades de la vegetación cubana. Logra trabajar en La Moderna Poesía, a la entrada de la calle Obispo, por poco tiempo. El maltrato y el escasísimo salario lo impulsan a volver a tomar decisiones hacia lo desconocido. Se instala definitivamente con su título de Bachiller en Ciencias y Letras en la región central del país, zona rural de El Jíbaro, a pocos kilómetros de la ciudad de Sancti Spíritus, donde se convierte en maestro durante 20 años. Allí despliega su fervor por la campiña cubana cuando comienza a pintarla con devoción, tal como lo afirman Elvira y Fernando, defensores de la memoria artística del abuelo. Sin sospecharlo, pasaría del anonimato al reconocimiento público Mariano Tobeñas Mirabent (1881-1952), quien sería el pintor realista por excelencia del entorno rural inmediato. Ahora se cumplen 140 años de su natalicio.
Hay una sustanciosa reflexión de Cintio Vitier en su ensayo Lo cubano en la poesía que ofrece luz sobre la evolución de la poesía cubana desde su génesis, que puede hacerse extensiva a las artes visuales cuando afirma:
(…) La poesía va iluminando al país. Lo cubano se revela en grados cada vez más distintos y luminosos. Primero fue la peculiaridad de la naturalezade la isla. (…) Muy pronto, junto a la naturaleza, aparece el carácter:el sabor de lo vernáculo, las costumbres, el tipicismo con todos sus peligros. Más adelante comienza a brotar el sentimiento, se empiezan a oír las voces del alma.(…)
En la misma obra cita las palabras del escritor español Juan Ramón Jiménez cuando se refiere a Cuba y Martí:
(…) Hombre sin fondo suyo o nuestro, pero con él en él, no es hombre real. Yo quiero siempre los fondos de hombre o cosa. El fondo me trae la cosa o el hombre en su ser y estar verdaderos. (…) Y por esta Cuba verde, azul y gris, de sol, agua o ciclón, palmera en soledad abierta o en apretado oasis, arena clara, pobres pinillos, llano, viento, manigua, valle, colina, brisa, bahía o monte, tan llenos todos del Martí sucesivo, he encontrado al Martí de los libros suyos y de los libros sobre él.
Apelo a estas dos citas porque el Mariano fundador de la pintura espirituana se define por describir precisamente la naturaleza de la isla que lo seduce desde que entrara en contacto con ella y lograra plasmarla en el lienzo. Siendo autodidacta alejado de rigurosas normativas académicas, él logró captar escenas del entorno natural con la luminosidad o la bruma que caracterizan nuestros campos. Muchos de sus cuadros iluminados por la intensa luz ofrecen un sentido de pertenencia inusitado por la mirada de quien ha convertido a Cuba en su patria más cercana y coexiste con pintores académicos residentes en la capital del país, quienes en la década de 1940 incorporaron en sus obras la intensidad de la luz tropical cubana.
“Mariano Tobeñas Mirabent, bajo los signos del paisajismo pictórico, formó la pléyade de creadores que rindieron pleitesía a su localidad”.
Resulta entonces improcedente afirmar, con intención peyorativa de menoscabar los aportes en territorio espirituano, que su pintura fue superada por el reducido grupo de artistas pertenecientes a las vanguardias artísticas habaneras de los años 20 en una circunstancia particular definida por valores y tradiciones muy distantes de la capitalina. Esas diferencias contextuales muy propias de países subdesarrollados con notables contrastes entre la capital y las provincias de predominio rural, muy bien que podrían favorecer a aquellos artistas que ven en la naturaleza el fundamento primario del terruño que sienten como suyo.
Acudo a la propuesta metodológica del profesor universitario Oscar Morriña en el texto Fundamento de la forma para exponer las cualidades paisajísticas de Mariano definidas por el estado de gracia y serenidad visual. Se trata del dominio aprehendido por la praxis cotidiana de un autor que sin academia reconocida pintó cientos de cuadros para una clientela que lo favoreció. Son cuadros bien balanceados donde el claroscuro, los colores cálidos, el uso correcto de la perspectiva y el equilibrio simétrico compositivo ofrecen una especial dialógica de sólido hedonismo contemplativo. Esas cualidades que reflejan la realidad del entorno rural constituyeron principios básicos de quienes decidieron salir de los estudios cerrados e ir hacia los espacios abiertos que permitiesen pintar al natural.
La escuela francesa de pintores paisajistas de Barbizón (1830-1870), la escuela norteamericana más inclinada a los influjos románticos paisajísticos del río Hudson (1825-1875), los paisajistas holandeses y los cánones imperantes en las escuelas académicas que proliferaron en capitales de países latinoamericanos constituyeron fundamento de creación para los espirituanos que en las primeras décadas del siglo XX leían con fervor la revista cultural ilustrada española La esfera (1914-1931), promotora de la pintura tradicional europea contraria a las vanguardias artísticas de la época. A la vez, reconocían la labor profesional del villaclareño Esteban Domenech (1886-1960), uno de los pintores académicos cubanos más prestigiosos de la época que este año cumple el 135 aniversario de su nacimiento, quien se mantuvo muy vinculado a los artistas espirituanos.
Mariano Tobeñas Mirabent, bajo los signos del paisajismo pictórico, formó la pléyade de creadores que rindieron pleitesía a su localidad. Junto con el espirituano Oscar Fernández Morera (1880-1946), caracterizado por el paisaje urbano, modeló el rostro espiritual de una ciudad anclada en tradiciones de raigambre españolizante. A ellos debemos los principios de una inicial identidad propia donde el amor al terruño sirvió de sustancia directiva de creación colectiva. Los seguidores epigonales de esta tendencia proliferaron en Sancti Spíritus hasta bien entrada la década de 1950, cuando nuevos derroteros artísticos comenzaron a resquebrajar un realismo a ultranza —de sesgo generalmente academicista— que revelaba códigos de fatiga conceptual, temática y morfológica, aunque con nuevas variantes el paisajismo urbano y rural se ha mantenido hasta el presente en el territorio.