V
(Deshuevado)
¿Sabes dónde hay huevo?, pregunté en un susurro a B., la gurú del barrio, sentada sobre dos bloques, escarranchada en la mismísima esquina, con una palangana al lado.
―Yo no tengo, no hay… pero mira dos cuadras más allá, en un interior, pregunta por “el hijo de Muñeca”… todo el mundo lo conoce…
Y allá me fui, sin dudarlo, a por “el hijo de Muñeca”. Atravesé el largo pasillo hasta desembocar en su casa. Salió un gladiador superpesado, a lo Mijaín López, con los pies descalzos y un short agujereado por aquí y también por allá…
Fui directo al tema:
― ¿Tiene huevos?
En ese momento no advertí que mi pregunta, lanzada así, a boca de jarro, podía ser tomada como una provocación de doble sentido, como la chanza de un desconocido… y que la respuesta podía ser bastante procaz.
Recibí una mirada inquisitiva, cierto; pero aquel Mijaín santiaguero tuvo para mí una noble respuesta:
―No, compadre… se acabaron… pero mira, a mediación de la otra cuadra vive S., la melliza, pregúntale… Dile que vas de mi parte…
Y allá me fui a buscar a S., la melliza. Pregunté a la señora de los altos, que me indicó otro interior. Hoy me tocaba penetrar en la vida comunitaria, en la Cuba profunda.
“Yo no tengo, no hay… pero mira dos cuadras más allá, en un interior, pregunta por ‘el hijo de Muñeca’ … todo el mundo lo conoce…”.
Hubiera tomado una foto de leyenda en la antesala: una anciana como un palitroque, con dos pellejos colgándole del pecho, con una bata de casa inmemorial, peinaba el remolino de una niña (“con la pasa alborotá”, hubiera dicho coloridamente Luis Carbonell en una de sus estampas) y por si algo faltara, un niño (más pequeño todavía), arrastraba el pedazo de un ventilador plástico a modo de carrito…
S., la melliza, era una jabá bien compuesta de largas uñas, que me recibió con una sonrisa… pero, ¡ay!, tampoco tenía huevos.
Me regresé a la gurú, la de los bloques, el escarranche, la palangana, y con el mejor tono lastimero, ya con algo de confianza, le solté:
―Chica, no encontré huevo…
―Yo te quise ayudar, mijito… pero cuando yo no tengo, ¡nadie tiene! (subrayó la dama con el orgullo al punto, con autoridad) … ven mañana, pero ven temprano.
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(¡Ay!, Miriam Socarrás qué suerte la tuya que no comías huevo… que lo dijiste con tanto énfasis, con tanto contoneo, en aquella escena de Plaff frente a la mismísima Daysi Granados).
Y así me fui, en modo participio: sudado, deshuevado, empecinadamente confiado en que mañana sí, mañana…
NOTA: Obsérvese que no hablé del precio de cada unidad, ni del precio del todo. Es una protección anti infarto.
VI
(Enamoramiento súbito)
Mi amiga E. se ha llegado a mi casa a la hora cero, cerca del mediodía.
“Dame un vaso de agua, por favor”, me suelta medio desfallecida. Y se lo apura.
“(Ya sé que la letra escrita jamás podrá captar la expresión justa. Interrogación y estupefacción al mismo tiempo. Este es uno de esos casos donde van dos signos de puntuación, me lo hubiera recordado Josefina Jardines, mi profe de Gramática)”.
Empieza a descargar, la pobre, a referirme los pormenores de la cola que le ha llevado toda la mañana. Ya me sé el cuento sin haber estado, pero debo escucharla, con atención incluso. Es una asistencia humanitaria.
Es la hora cero, repito y a E., mi amiga, la conozco hace mucho. “Siéntate para que almuerces”, le digo.
No, no… me devuelve con la voz; aunque el rostro es de sí, sí…
(Es de buena educación, comentaba mi abuela, no decir sí a la primera)
“Déjate de boberías y siéntate ahí”. Subí el tono, como era menester. Y le puse a mi amiga lo que tenía, “como en casa”, le dije.
“Sí, sí, no hay problemas. En casa ya no usamos mesa, comemos plato en mano, frente al televisor”.
En un santiamén, le entregué el plato con un poco de arroz, una vianda hervida y…
¡¿Un huevo frito?!
(Ya sé que la letra escrita jamás podrá captar la expresión justa. Interrogación y estupefacción al mismo tiempo. Este es uno de esos casos donde van dos signos de puntuación, me lo hubiera recordado Josefina Jardines, mi profe de Gramática)
Y entonces sobrevino la mundial:
―Oye, Reinaldo, dime la verdad… ¿tú no estarás enamorado de mí?
La risa debe haberse escuchado en la Conchinchina.
VI
(Arrodillado)
Tuve ganas de cantarle, a lo José José “Desesperado, decidido a aceptar lo que sea, tú has ganado”. De llorar a moco tendido, llorar de oficio, como las plañideras del viejo cine mexicano, como las primeras actrices cuando leen la carta fatal en primer, primerísimo plano.
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Tuve ganas de rogar que de las mil variedades de la Oryza sativa, se posara una en mi mano: la que vine de allá, la de granos lustrosos, la del nailon; o sin problemas, la más modesta, la criollita (con permiso de Wilson, con curvas o sin ellas), con sus basuras, sus piedras, sus machos y sus hembras.
De Tailandia o de la zanja: ¡Welcome!
Rice es rice.
Que cayera algo, ¡Señor!, en mi jabita verde, confeccionada tan cariñosamente de un saco de detergente (¿Verdad, Yaliannis?). Que dejara caer su sonido cantarín, su olor glorioso. Grano a grano. Medida con nuestras pesas dinosaúricas (con el fiel siempre corrido a desfavor), las electrónicas, las portátiles. Me hubiera tranzado incluso por laticas, nuestra doméstica manera de obviar la pesadez de estar pesando los gramos, las libras, los kilos.
(Préstame dos laticas / GUIÓN: Mirada lastimera / Un ojo al cielo, el otro al suelo)
Tuve de pronto ganas de ir al baño, de hacer pis. Tuve deseos de segundo grado. Tuve ansias de gritar, de vociferar, de aullar. De ser una antorcha, un lanzallamas, una plataforma de despegue… cuando en llegando (como diría el español castizo), cuando ya el grano cayendo y la jabita extendida… me dijo la expendedora, la dueña de la gramínea, que NO aceptaba transferencia.
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Y a esa hora, con esa carga, hubiera podido formarse la Tercera Guerra Mundial, hubiera podido flamear todo a mi alrededor, hubiera podido hacer leña los árboles y las paredes, como el huracán Sandy en la madrugada de octubre.
(La miré, me miró).
Pero sobre mí pesaba el día. Un gasto de energía extra y rodaba a la larga: el SIUM, el espectáculo. Y me vi cayendo de hinojos, como Richard Gere en la alfombra de Venecia, como los fieles. Por su madre, por su madrecita, que aceptara el dinero virtual, el intocado, el invisible.
Me fui a casa con el arroz, no sin antes escuchar a mis espaldas… ¡¡¡En efectivo!!!… Ni aunque se acuesten… ni aunque se acuesten.
VIII
(La balita)
La ingratitud se paga cara. Cuando al primero lo marginaron por negro, y a la segunda, por guajira, ellos no maldijeron. Se echaron a un lado, aguardaron en silencio. Nada hay como un día tras otro, dice una vieja, sabia sentencia.
Había que ir con los tiempos, se acabó el tizne, llegó la balita. Solo era cuestión de abrir la llave y de allí, sin más, surgiría el gas para una feliz, rápida y moderna cocción de los alimentos.
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Primera aclaración: El diminutivo no es sinónimo de cariño. Esta, la de marras, es una bala rompedora, directa al pecho. Una bomba ambulante, un volcán en miniatura. Alcanzarla es, tantas veces, subir al Apolo 11, rumbo a la Luna.
“Se han ensayado todos los estilos: el surrealismo, el brutalismo y el expresionismo. El tique, el aviso, la electrónica. Los bandos tiran: los que abogan por el orden de la lista”.
El camino de las balitas es nuestra historia sin fin. Bastian sobre el dragón mientras la Nada se lo traga todo. El opening es la paciencia en do mayor que la cola te entrena, te estira, te estruja. La primera nota suena a rebato cuando llega el camión: siempre dicen cómo y nunca se sabe cuándo. Hay una infinitud de razones filosóficas, objetivas y subjetivas para su demora.
Desde antes comienza el drama, a lo Martina: ¿alcanzaré o no alcanzaré? ¿en esta vuelta, en la otra? Se han ensayado todos los estilos: el surrealismo, el brutalismo y el expresionismo. El tique, el aviso, la electrónica. Los bandos tiran: los que abogan por el orden de la lista (siempre aparece una lista, nos fascina) y los que abogan por el orden de llegada.
La totaila frente al palón divino.
Ligia Elena está en la cola y su familia está asfixiá.
Hasta que se seque el malecón.
“Bajo sol, lluvia y granizo”, como el batallón fronterizo.
(Siempre habrá algunas balitas porfiadas, bailadoras, tercas, que entran por la derecha, por la izquierda, por arriba, por el fondo… ¡Azúcarrr!…)
Y si (condicional), aunque hayas dejado la piel en el terreno, aunque lo hayas dado todo, no te tocó. Si no estaba para ti acarrearla o ponerla el hombro. Si es que acaso vuelves cabizbajo(a) al portón, no te aflijas…
Te darán un sí (afirmativo). Te perdonarán tu desdén, y generosos como nadie, el carbón y la leña, te esperan.