Educar: No cuesta tanto
29/10/2018
Cuando mi niña comenzó en el círculo infantil, el uso del despertador se hizo constante y vital. La madre corría cada amanecer cuando este sonaba, como para que nadie más se despertara. Un día pensé en este asunto y le sugerí que no corriera más a apagarlo, “es bueno que la niña escuche ese sonido y se despierte”.
Educar es la mejor manera de ayudar a nuestros hijos a integrarse a la sociedad. No importa la edad, pero si se hace desde la infancia, mejor. Que mi pequeña escuche el despertador hasta levantarse, no llegará a ser nunca parte de la violencia familiar. Todo lo contrario.
Cuando salgo con ella y le pido que me espere un segundo con la bici afuera y le digo que la “cuide”, debo explicarle lo que ha de hacer en el caso de que alguien quiera llevarse la bicicleta. Y claro, porque en el pedido de que la “cuide” no se hace entendible si debe abrazarla, sostenerla fuerte, mirarla con toda atención, u otra cosa. Y tampoco se trata de abuso infantil.
A menudo los sicólogos piden a los padres que no les griten a los hijos, que hablándoles se consigue lo necesario. Soy de los que cree que no siempre funciona así. El mundo afectivo y emotivo es demasiado amplio como para desaprovecharlo. Un regaño debe diferenciarse de un cariño, como mismo una frase de apoyo debe distinguirse de un reproche o de una oración autoritaria. Hay momentos en que una voz alta se vuelve imprescindible, como lo será, en otros momentos, el abrazo, la complicidad en el juego, la mirada abierta y sincera. Para los padres muy ocupados en su vida laboral, seguir tales prácticas con sus hijos no sería mala idea. Sobre todo porque así los introducimos en lo que podría ser su futuro proceder, honrado y de buena fe.
Asimismo, podríamos compartirles experiencias como una puesta de teatro, musical o danzaria, la inauguración de una expo de artes plásticas, o cualquier otro evento de tantos que tienen lugar en el ámbito de la cultura.
De esta manera, les abrimos las puertas hacia contenidos valiosos que les aportan, no solo desde lo teórico, sino que además les entrenarán en la praxis de interactuar y ser cómplices de algo, sin dudas, maravilloso, noble extensión de la fantasía y la imaginación.
Aunque pensemos que estos lugares no son apropiados para su corta edad porque, de hecho, podrían no entender lo que sucede ante sus ojos, no siempre funciona así, y algo se le va a quedar de lo que vea y escuche.
Además, le daremos la oportunidad de preguntar, y a nosotros de responderle sin salirnos de ese ambiente de confianza que permite profundizar los lazos de afecto, comprensión y comunicación. Una reunión familiar, dígase fiesta, no está nada mal para establecer y estrechar lazos familiares. Pero también y por desgracia a veces, pueden ser los escenarios propicios para la propagación de malos ejemplos de conducta.
Criar a nuestros niños dentro de una burbuja de cristal es más dañino que tratar de educarlos con las buenas costumbres en un ambiente que, incluso, pueda ser desfavorable.
Nunca debemos cansarnos de dar una explicación oportuna, ponerles ejemplos que les ayuden a visualizar aquello que es lo correcto; hacerle comparaciones constructivas no denigrantes; evitar desautorizar a los maestros o personas mayores ajenas al círculo familiar, entre otras acciones, que siempre deberíamos emprender a favor de nuestros pequeños. No cuesta tanto, al menos no materialmente.