En el vestíbulo del teatro Hubert de Blanck, sede de la Compañía teatral del mismo nombre, junto con varios carteles que legitiman el quehacer artístico de esta agrupación durante tres décadas, aparece escrito en un gran mural el siguiente texto: “Yo sí creo que el arte puede cambiar el mundo”. Precisamente es esa convicción la que sustenta el desempeño de tres jóvenes actores, integrantes de esta Compañía, con quienes conversamos a propósito de la celebración por estos días del Encuentro Latinoamericano de Teatro, organizado de manera virtual por la Casa de las Américas. Ellos demuestran la fuerza y resistencia del arte de las tablas en Cuba, a pesar de las condiciones adversas que vive el país a causa de la pandemia. Sus nombres, ya bien conocidos en nuestros escenarios, son: Laura Delgado Cabrera, graduada de la Escuela Nacional de Arte (ENA); Jánsel Lestegás Milanés y Daniel Oliver Corbillón, que adquirieron su condición de actores profesionales en la propia agrupación y de la cual aseguran es “una verdadera academia”.
Fue Jánsel, el primero en ofrecer sus declaraciones. Y comenzó recordando que aunque desde niño llevaba por dentro el bichito de la actuación, estudió inicialmente Técnico Medio en Contabilidad. “Quería y me gustaba hacer teatro, pero no sabía cómo. De hecho, cuando ingresé en el Servicio Militar comencé a hacer algunos chistes que mis compañeros de Unidad disfrutaban. No eran esas bromas que todo el mundo conoce, sino chistes inventados por mí. Eran fantasías mías cuya gracia estaba en la manera como las contaba, las dramatizaba. Entonces descubrí que tenía realmente posibilidades para ser actor”.
A través de un profesor de cultura integral, llamado Fabio Alonso, llegó al teatro Hubert de Blanck y allí, resuelta y valientemente, le propuso a la Directora de la Compañía, Orietta Medina, el siguiente acuerdo: “Profe, yo no sé hacer teatro, pero quiero aprender, de modo que si hay que cargar bloques, yo lo hago, igual limpiar, pintar, cualquier cosa que pueda hacer, con tal de que me dé la oportunidad de aprender a actuar. Fue como una especie de intercambio, yo daba todo cuanto tenía y podía, a cambio de que me permitieran permanecer en la agrupación. Así de grande era mi anhelo por estudiar esta manifestación artística”.
Jánsel cita a Brecht: “(…) nuestras obras de teatro terminan cuando el espectador que vio esa obra la incorpora a su vida cotidiana y es capaz de tomar decisiones correctas a partir de lo que vio en esa puesta en escena (…)”.
Este joven, en quien vemos encarnado a un ardiente y temerario Romeo, entró a la Compañía en 2012, y su primer desempeño artístico fue en la obra La muñeca negra. “Poco tiempo después me contrataron como tramoyista, labor que simultaneaba con la actuación. Sin lugar a dudas un gran sacrificio, porque mientras los actores, contratados como tales, descansaban, yo me quedaba preparando la escenografía y una vez iniciado el ensayo tenía que estar listo para asumir el papel que se me había asignado. Pero todo ello me fue formando, acrecentaba mi apego al teatro, donde comencé lógicamente realizando pequeñas representaciones”.
A medida que crecía artísticamente en la escena, tanto en la realización de comedias como en tragedias, Jánsel asumió personajes más complejos y aunque considera que en sentido general cada obra, cada representación asumida, “por muy pequeñita que fuera” resultó de gran importancia y le aportó mucho en su carrera como actor, enumera entre las más representativas la superproducción musical Los músicos de Bremen, El cartero de Neruda y La ronda, además de El deseo y El Vestidor, entre otras muchas.
Por otro lado en Daniel, que se considera a sí mismo “un poco loquito”, observamos a un Romeo decidido a enfrentar y vencer cualquier obstáculo por muy grande que sea, al tiempo que armado de mucha paciencia demostrada, no en los años que esperó por Julieta, sino en el largo período que permaneció en el Hubert de Blanck, “para ver solamente ensayos y más ensayos, días tras días”, hasta que finalmente recibió la propuesta de representar a un mendigo, en la obra Don Juan Tenorio.
“Un día se presentó en la escuela primaria donde estudiaba un profesor de la Casa de Cultura de Plaza, con el objetivo de captar niños que tuvieran disposición para trabajar con títeres. Por supuesto, yo estaba entre los primeros que aceptamos y conocí esa parte importante del teatro realizado por aficionados. En aquella época tendría unos diez años, pero a los quince ya quería aprender más y llegué a esta instalación con un gran baúl repleto de sueños, que poco a poco y gracias al empeño de excelentes maestros, he ido convirtiendo en realidad”.
Y cuando a Daniel le llegó el momento de enfrentar la primera realidad sobre un escenario frente a decenas de espectadores, “no podía contener los nervios. Las piernas no me sostenían, estaba temblando. Es verdad que se trataba de una representación pequeñita, para mí, sin embargo, fue inmensa, extraordinaria y por primera vez experimenté la sensación de que me había convertido en actor. Ni siquiera imaginaba cuanto camino tendría que andar para llegar a serlo. Seguidamente vino una participación un poco mayor en El mago de Oz, una versión cubana de Abelardo Estorino y la dirección artística de Fabricio y Marcela Hernández, a quienes agradeceré siempre esa gran oportunidad y la confianza que depositaron en mí”.
“El teatro es mi vida. Y esta Compañía, que en efecto es nuestra escuela, representa mi casa”, dice Daniel Oliver.
La obra Los músicos de Bremen, le permitió a este inquieto joven estrenarse con un personaje protagónico. Y para traer de vuelta aquel admirable desempeño actoral, que los espectadores reconocieron con prolongados aplausos, se puso de pie y con la desenvoltura del buen actor que ya es, nos mostró las peripecias corporales que tuvo que aprender para que el público viera en su representación lo que realmente él mostraba: un gallo.
“Confieso que sufro mucho cuando no logro trasmitir con toda claridad y belleza artística el personaje que debo representar. Al final lo consigo, por supuesto, si no fuera así no podría integrar esta agrupación, que se caracteriza principalmente por la búsqueda de la excelencia artística, un legado de aquellos grandes maestros del teatro cubano”.
Por último llegamos a Laura, una Julieta poseedora de una personalidad admirable y de un verbo encendido. Sus compañeros, Jánsel y Daniel, elogian “sus conocimientos en la escena, su voluntad de ayudar a los demás y su inmensa vocación por hacer teatro”.
“Desde que era muy pequeñita, rememora y no se remonta mucho en el tiempo porque aun es muy joven, sentía inclinación por el teatro, al extremo que siempre dije: quiero ser actriz o actriz. Mis padres me ayudaron mucho para alcanzar ese propósito y gracias a ellos participé en varios talleres relacionados con la actuación”.
Aunque por un corto período de tiempo, durante sus primeros pasos en el teatro, tuvo el privilegio de recibir valiosas enseñanzas del reconocido actor de teatro y cine Adolfo Llauradó. Aprendizaje que de alguna manera le permitió integrar el grupo Olga Alonso y posteriormente matricular en la ENA, donde adquirió “conocimientos básicos de actuación. Allí obtuve también las herramientas y técnicas necesarias para desarrollar esta especialidad. A pesar de que mi verdadera formación, esa formación completa, sólida como actriz, la consigo a partir del momento en que formé parte del grupo Hubert de Blanck.
“Cuando entré a este edificio me di cuenta que estaba ante un mundo totalmente nuevo. Fue un gran cambio, algo así como un descubrimiento. Uno estudia en la ENA durante cuatro años y te sientes feliz porque crees que lo aprendiste todo. Sin embargo, cuando llegas al mundo profesional te das cuenta de que todavía te falta mucho por aprender”.
Más que citar obras llevadas a escena en las que mayoritariamente ha asumido roles protagónicos, nuestra Julieta prefiere destacar nombres de prestigiosos maestros que dejaron su impronta no solo en su formación profesional, sino en sentido general en todos los que integran hoy esta agrupación. Visiblemente emocionada nombra en primera instancia a la directora, Orietta Medina, de quien dice es “como una madre teatral. Es sumamente exigente y considero esa una de sus mayores virtudes. Maestra en todos los sentidos. A ella agradezco y agradeceré siempre la confianza que desde el principio tuvo en mí. La admiro grandemente porque cree en la juventud, apuesta por la juventud y lucha con los jóvenes como si fuera una más de ellos”.
Más adelante se refiere a un actor y director artístico, cuyo altruismo permanece imperecedero en el quehacer cotidiano de Laura, Jánsel y Daniel. “Luis Brunet, una persona muy especial, de una calidad humana enorme y a quien no valoré como tal en esos primeros años de inexperiencia, inmersa en mi propio mundo. Pero poco tiempo después comprendí sus grandes enseñanzas.
“Hay muchas razones para hacer teatro. Una de ellas, la más importante al menos para mí, es lograr el crecimiento del espíritu del actor y del espectador, hacer que seamos más humanos. Y Brunet hacía algo que aparentemente no tenía que ver con el teatro, sin embargo, si se mira a fondo su proceder, llegas a la conclusión de que está muy vinculado con esa expresión artística. Ello es que el último viernes de cada mes les llevaba a los niños enfermos de cáncer juguetes que antes había logrado recolectar entre nosotros mismos. Hoy, que contamos con más madurez, vemos aquellas acciones suyas en su justa dimensión: inmensamente hermosas, extraordinarias, fabulosas. Es esa una enseñanza inolvidable y uno de los motivos que tenemos en esta Compañía para hacer un teatro sin autocomplacencias, sin que prevalezcan nuestros gustos, sino que sea reflejo de los problemas sociales de nuestra realidad, de la que también formamos parte.
“Ciertamente Luis Brunet nos enseñó muchas técnicas teatrales, nos dotó de poderosas herramientas para hacer un buen teatro. No obstante, sus mayores enseñanzas, las más lindas, fueron sus enseñanzas humanas”.
A María Elena Sotera, “Chiquitina”, a decir de estos intrépidos jóvenes, quien fuera integrante del grupo Teatro Estudio, Laura la describe como una directora artística “muy osada, valiente, trabajadora y empeñada constantemente en hacernos verdaderos teatristas”. Afirma que esta consagrada maestra de la escena cubana, es “una persona clave en nuestra agrupación” y que bajo su sabia dirección, obras como De Cabaiguán a La Habana y Madrid, junto con El deseo, han sido decisivas en el quehacer artístico de la Compañía Hubert de Blanck.
Por último, y no por ello menos importante, realza la decisiva participación en su vida profesional de Fabricio Hernández, director artístico al que le atribuye el mérito de tener “mucha conciencia de los momentos que vivimos, de lo que necesita el público para crecer espiritualmente. Es un observador constante del público, además de un gran luchador y poseedor de una visión muy contemporánea del teatro. Es un director que te sorprende todo el tiempo, que no se cansa de buscar, de innovar, de crear. Le imprime a sus obras mucha autenticidad y ni que decir de cuanto nos ha trasmitido con relación al conocimiento del espacio teatral, luces, escenografía, vestuario. Nos ha permitido demostrar nuestros conocimientos lo mismo en un clásico que en una obra para adultos, o una dirigida a los niños”.
“Hay muchas razones para hacer teatro. Una de ellas, la más importante al menos para mí, es lograr el crecimiento del espíritu del actor y del espectador (…)”, afirma Laura Delgado.
Asimismo concede gran importancia a las enseñanzas de Bertha Martínez, inolvidable maestra del teatro nacional, de cuya sabiduría bebieron sus actuales profesores, “quienes nos han trasmitido sus conocimientos de manera excelente. Igual que lo hubiera hecho Bertha, ellos han conseguido que efectivamente seamos buenos teatristas, buenos actores y que tengamos además una formación integral que nos permite cada día ser mejores seres humanos”.
Laura Delgado, Jánsel Lestegás, y Daniel Oliver, una Julieta y dos Romeo, tal y como han representado esta emblemática obra del teatro clásico, en varias puestas en escena, conforman un trío escénico protagonista de otros muchos estrenos, entre las que figuran Fuenteovejuna, una de las primeras, La guerra, Ni un sí ni un no, El cartero de Neruda y El gallo electrónico, una maravilla del teatro infantil.
¿Y qué es para ustedes el teatro?
Con su arraigada pasión, Julieta respondió de primera: “para mí el teatro es sinónimo de libertad, porque me permite expresar sin ataduras mis sentimientos, emociones y especialmente mi manera de ser y de ver el mundo”.
Mientras tanto Jánsel, que en principio coincide con Laura, agrega: veo en el teatro la necesidad de decir, de expresar lo que una persona siente. Es donde encuentro, al menos una aproximación, a la solución, la cura a las necesidades espirituales de los espectadores. Una vez leí algo que dijera Bertolt Brecht y que me gustó mucho; la obra de teatro no acaba cuando se apagan las luces, tampoco cuando se retira el último espectador, nuestras obras de teatro terminan cuando el espectador que vio esa obra la incorpora a su vida cotidiana y es capaz de tomar decisiones correctas a partir de lo que vio en esa puesta en escena, aunque haya transcurrido algún tiempo de su estreno. Si toma una decisión correcta a partir de nuestro mensaje, nosotros como actores nos sentiremos satisfechos, porque cumplimos con el propósito trazado, si no es así, hemos fracasado en nuestro empeño”.
Finalmente, Daniel, primero de los tres en formar parte de esta agrupación, en 2006, tiene suficientes razones para afirmar enfática y concretamente: “el teatro es mi vida. Y esta Compañía, que en efecto es nuestra escuela, representa mi casa”.
Durante esta conversación, que se extendió por más de dos horas y estuvo, incluso, matizada por algunas representaciones artísticas, se hizo palpable el amor al teatro de estos tres talentosos jóvenes y el orgullo de pertenecer a esta gran Compañía, de la que puede asegurarse que tiene garantizada no solo su continuidad, como expresara su Directora en entrevista reciente; cuenta, además, con la fortaleza necesaria para contribuir a cambiar el mundo desde el teatro.