El desdén de lo personal en pro de una misión que intenta el bien del prójimo está contenido en la frase de Henry Ward Beecher (1813-1887), teólogo y predicador norteamericano, que Martí cita en sus cuadernos de apuntes: “A benevolent being is centrifugal, and not centripetal”, y vuelve a ser abordada en el texto “[Vivir en sí, qué espanto!]”, a nuestro entender uno de los de mejor factura dentro de los poemas no fechados y contenidos en sus anotaciones. El poema en cuestión “está escrito en el mismo papel y con iguales tinta y letra que dos borradores de Ismaelillo: “Valle lozano” y “Rosilla nueva”,[1] y constituye un texto agónico, de transición, de lucha, poseedor del tono de Versos libres, donde aún no acontece la muerte lastimera de la vida íntima. En esta silva vuelve a entronizarse el afán analógico, el goce nucleador:

Vivir en sí, qué espanto!

Salir de sí desea

El hombre, que en su seno no halla modo

De reposar, de renovar su vida,

En roerse a sí propia entretenida.—

La soledad ¡qué yugo!

Del aire viene al árbol alto el jugo

De la vasta, jovial naturaleza

Al cuerpo viene el ágil movimiento

Y al alma la anhelada fortaleza. —

Cambio es la vida! Vierten los humanos

De sí el fecundo amor: y luego vierte

La vida universal entre sus manos

Modo y poder de dominar la Muerte.

Es apreciable en los versos anteriores además de “la tormenta que arrasa el pecho”[2] un flujo, un intercambio, una armonía con la naturaleza.

Estos versos… nos comunican el poder confortante de la Naturaleza, cuya vida incesante y armónica permite al hombre reemprender el camino hacia la contemplación de la analogía. La Naturaleza, en cuanto comunidad perfecta de vida, se lanza como modelo de conducta, como el magisterio moral más sabio para el hombre.[3]

Se expresa aquí el núcleo de sus preocupaciones existenciales, y quedan esbozados los elementos que integrarán más tarde el triángulo de desboque en la armonía martiana: Amor-Vida-Muerte

El amor suministra las fuerzas para encauzar la vida, y la forma de dominar a la muerte. Dichas ideas evidencian el fundamento dialéctico de su pensamiento. Percibe el encadenamiento, la transmisión, la mutabilidad. A la manera que la naturaleza vierte, la vida, el hombre vierte; pero a continuación el poeta vinculará ese acto con su misión y su mundo íntimo:

De un cruel amor la ardiente sangre encienda,

—Aunque a indómita bestia arnés echemos

De ricas piedras persas recamado, —

—Aunque de daga aguda el pecho sea

Con herida perenne traspasado—

Vengan daga, y corcel, y amor que mate: —

Eso es al fin vivir!—

El bardo, como un pájaro recoge

Pajas para su nido —de las voces

Que pueblan el silencio, de la triste

Vida común, en que las almas luchan

Como animadas perlas en los senos

Enclavadas de un monte lucharían.[4]

“Vengan daga, y corcel, y amor que mate: — / Eso es al fin vivir!—”.

El tema anteriormente mencionado tiene gran resonancia dentro de la poesía de Martí. Como es apreciable en las dos estrofas del poema, se establece un contraste. Los efluvios trascendentes del alma humana que el poeta percibe —ver la segunda estrofa— permiten la superación del universo cerrado del dolor —esbozado en la primera estrofa—. Se contempla la vida como lucha y ascensión, donde la poesía es el vehículo —la posibilidad— que no sólo permite el triunfo sobre el dolor sino también y, sobre todo, la trascendencia del espíritu humano. Estos versos hacen “entrar en la poesía el hervor de lo diario”[5], y la vinculación entre estas dos temáticas es novedosa para esta época.[6] El poeta nutre su obra del dolor, con él conforma su universo, como un pájaro, luchando por la vida como el más común de los humanos. Lo analógico aquí también se esboza, al igual que los afanes éticos, constantes dentro de la poesía de Martí.

“Se contempla la vida como lucha y ascensión, donde la poesía es el vehículo —la posibilidad— que no sólo permite el triunfo sobre el dolor sino también y, sobre todo, la trascendencia del espíritu humano”.

Destaquemos, en estos versos, la muy expresa alusión a la triste vida común(no al vivir egregio o soberbio), donde el poeta hallará el tema central de su canto. Pero Martí… no se quedará nunca —ni como norma de su espíritu ni como destino de la poesía— en la seca y lastimera transcripción de las limitaciones… y por ello, en esos mismos versos, anota, en claro giro becqueriano, ese otro ámbito más proveedor que el poeta ha de explorar también: las voces que pueblan el silencio. Y esas voces apuntan al misterio, al secreto, y con su inefable elocuencia permiten entrever el sentido trascendente de nuestro común existir.[7] Martí apela a la capacidad veedora, profética, mágica del poeta (esta cualidad muy unida al acicate que le brinda el dolor). La idea anteriormente expresada es fundamental en cualquier poética, especialmente en la martiana. Martí hace coincidir la poesía con la vida, contemplando a ésta todavía desde la reflexión y el ángulo consustancial de la ironía. Lo que detectará entonces será lo que aquella, la vida, tiene de endeblez, dolor, tristeza, azar, derrota… Mas habría de repararse simultáneamente en que, ni siquiera en esas caídas de desaliento… le es posible al poeta desatender los signos más alzados que también la existencia puede sorpresivamente brindar.”[8] Esta invocación a la vida, a la lucha, a la labor vuelve a brotar en el poema “A un clasicista que habló de suicidarse”, texto sin fecha, ni ningún otro indicio —a no ser los elementos conformadores de la poética— que permita una aproximación cronológica. El poema está conformado por estancias, y su primera estrofa guarda estrecha relación estilística con las Coplas de Jorge Manrique.[9]

Se destacan como recursos peculiares dentro del mismo el empleo de la plasticidad, en el plano expresivo, y el cuestionamiento ético-filosófico del principio de causalidad, en el plano ideotemático. Aquí vuelve a la idea, presente ya en sus poemas escritos en México y España, del ciclo de la culpa y el ciclo del castigo.[10] Para Martí, el que no ha sabido cumplir bien su misión en la tierra es castigado y sumergido en un padecimiento cíclico, sin final:

Avive el buen cristiano

El seso adormecido

Ponga al hierro mortífero la mano,

Mas no a la sien insano

Sino a tierra en arado convertido. —[11]

Mírese por el suelo—

El vasto cráneo roto,

Tinto en sangre el pudoroso velo

De sus hijas, y al soto

El cuerpo echado, el alma opaca al cielo.

Y mire el reluciente

Señor, de ira vestido,

Y de luz de relámpagos, la frente

Nublar de oro encendido

y cielo abajo echar al impaciente.

Y como desraigado

Roble del alto Erebo

Mírese por los vientos arrastrado

Y deshecho, y de nuevo

Por prófugo a la vida condenado.

Pues cómo en el remanso

Sabroso de la muerte

Derecho igual al plácido descanso

Tendrán el alma fuerte

Y la cobarde, el réprobo y el manso?

Luego de emitir su sentencia, la sentencia que ofrece el universo en su orden invisible, pareciera que Martí alberga aún un margen de duda, una duda que apenas se entrevé por el deseo rotundo del cumplimiento del castigo en el culpable: ¿Es igual el descanso para el cobarde y para el alma fuerte? “Aquí arranca la idea de que la muerte, como todo en Martí, ha de ser útil, arar, fructificar”.[12]


Notas:

[1] Nota editorial. José Martí. Poesía Completa. Edición Crítica, T. II, Letras Cubanas, 1985 p. 178.

[2] Juan Marinello, José Martí. Ediciones Júcar, Madrid, 1972, p. 57.

[3] Carlos Javier Morales, La poética de José Martí y su contexto. Editorial

Verbum, 1994, Madrid, p. 84.

[4] El texto en cuestión exhibe coincidencias temáticas con el poema “Vida”, escrito por José Martí en 1875, durante su estancia en México. En ambos se aborda la vida como un proceso de lucha y ascensión.

[5] Fina García Marruz. “Los versos de Martí” en Temas Martianos, 1ra. serie, Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 1969, p. 244.

[6] Es decir, que en la segunda estrofa del texto citado irrumpe abruptamente el tema de la poesía en el seno de una idea ya en él recurrente para esta fecha: la vida como lucha y ascensión.

[7] José Olivio Jiménez, “Visión analógica y contrapunto irónico en la poesía de José Martí”. separata de la Revista La Torre, año VI, n.º 21, Universidad de Puerto Rico, San Juan, sin año, p. 25.

[8] José Olivio Jiménez, Ob. Cit., pp. 24-25.

[9] Coplas por la muerte de su padre. La estrofa en cuestión es la siguiente: “Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando.” En Poesías, Jorge Manrique, La Habana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, 1963, p. 107. He creído más atinado hablar de influencia estilística, que de “imitación de las coplas de pie quebrado de Jorge Manrique”, como afirma Andrés Iduarte en su Martí, escritor, p. 94, pues temáticamente ambos textos son antitéticos. La copla referida se solaza en la melancolía por la vida pasada. El texto de Martí es un texto que convoca a la lucha, a la obra.

[10] Esta idea del ciclo de la culpa y el ciclo del castigo se manifiesta también en sus Versos libres, veamos este ejemplo de “Yugo y Estrella”:

“Pero el hombre que al buey sin pena imita, / Buey vuelve a ser, y en apagado bruto / La escala universal de nuevo empieza”.

Como vemos, los poemas de Martí son tientos de equilibrio, manifestaciones de respeto a un orden universal preestablecido.

[11] Los versos subrayados se resumen en estos otros del poema “Flor de hielo”, incluido en Versos libres: “Mas el taller de los creadores sea, / Oh muerte! de tus hambres reservado!”. O en aquellos del temprano texto “Ni la enamoro yo para esta vida” de 1875: “Adiós— Aquí me llaman / A la tierra, la vida y la faena”. En ambos fragmentos, como en el poema analizado, se revela la voluntad martiana de incidir en lo real.

[12] Ada Teja, Ob. Cit., p. 145.

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