Por sus 80 de vida y 65 de arte
Cuando se pierde la noción de a cuantos conciertos del maestro hemos asistido, llega un momento en que necesitas ordenar aquellos sentimientos de profunda cubanidad evocados en cada ocasión que se ha sentado en la banqueta para nosotros. Es como si el gesto de colocar sus manos en las teclas, lo hicieran declamar una antigua melodía de arraigada identidad para los que hemos nacido en esta Isla amada.
Además de ratificar un virtuosismo superior cuya destreza subyuga por el alabado dominio de la técnica pianística, nos desborda la necesidad de exponer otros argumentos igualmente importantes. Nos referimos al hecho de que como apunta la predica martiana, si valoramos al arte en la medida que mueve los corazones, entonces el magnífico numen de nuestro pianista en cuestión, le ha permitido llevarse consigo a todo un pueblo, orgullosos que estamos de ser compatriotas suyos.
“Nada más que de acercarse el maestro al piano, es como si la naturaleza nos solicitara el mayor silencio posible para prepararnos como testigos de un cataclismo emocional de infinitas proporciones”.
Justamente, en su memorable trayectoria, apreciamos una eficaz demostración del jerarquizar la relevancia de soberbias manifestaciones artísticas que, emplazadas desde diferentes estamentos, se encuentran más allá de los dedicados al mero entretenimiento. Nada más que de acercarse el maestro al piano, es como si la naturaleza nos solicitara el mayor silencio posible para prepararnos como testigos de un cataclismo emocional de infinitas proporciones.
Es la urgencia abrigada con ribetes propios de una íntima confesión, por hacernos sentir en nuestros pechos el poderoso latir de una musicalidad nacida de la entraña patria. Precisamente, gracias a semejante condición espiritual del excelso pianista, es posible percatarnos de que su arte representa una decidida manera de luchar por el bienestar del mundo en que vivimos.
Agobiados por una obscuridad que en momentos nos nubla corazones, heridos por la agresividad de lo grotesco, al abandonar un concierto de Frank Fernández, es tal la hermosura del espectáculo entregado, que lo recibimos como una recarga de esperanza y de optimismo para encender almas porque como reitera el Apóstol, “donde quiera que el hombre se afirma, el Sol brilla”.