Dominio Cuba: Narración, simbología y metáfora
6/8/2019
Las prácticas de la comunicación, en cualquiera de sus “apartados”, están “sometidas” a un perenne desafío: el de reinventarse. Esta verdad incuestionable ha de ser un “tener en cuenta” para quienes desarrollamos el oficio, pues implica varios retos: construir códigos “imperecederos”, descorchar estéticas que transiten bajo el tamiz del mestizaje, erigir renovadas soluciones narrativas, asentar sólidas simbologías. También icónicas metáforas que habiten en la memoria y en el dialogo cotidiano de la sociedad global, que evoluciona con singulares mestizajes, vestidas con distintivos acentos etnológicos y un abanico de puntales raíces culturales.
Se impone significar un punto y seguido. Somos parte de una era que evoluciona hacia marcadas mutaciones, que pulsan la reconfiguración de ciudadanos históricamente analógicos, que afloran con vestiduras y socializaciones digitales.
Las nuevas tecnologías, que ya no son tan nuevas, han incorporado otras maneras de articular los nexos entre los medios de comunicación y la sociedad global. Durante décadas han imperado estéticas y contenidos analógicos, gradualmente redimensionados por la aparición del celuloide y los dispares formatos televisivos.
Pero es todavía el celuloide el único soporte probadamente perdurable entre todos los que reposan en los anaqueles audiovisuales de las naciones, asegura la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF). Y como obligadas referencias y fuentes de enriquecimiento de los arsenales creativos, la preservación de la memoria audiovisual es parte medular de una estrategia de primer orden, pues no solo se trata de atesorar los hechos históricos “impresos” en estos formatos.
Son esos los escenarios en que se mueve un complejo telar de infinitas dimensiones, que evoluciona como un enjambre interconectado, materializado en pantallas de dispares longitudes, diseñadas con un arco de prestaciones que en la era del marketing han sido acuñadas como“valores agregados”.
Los ases de un ordenador, la adaptabilidad y la praxis de una tableta o un móvil, los atributos de un GPS —que nos asiste en la movilidad de rutas urbanas o rurales—, los contenidos de un televisor doméstico o los cientos, tal vez miles, de salas de cine que programan simultáneamente un filme inyectado en discos duros de un servidor remoto, son tan solo algunos de los destinos de estas digitales ramificaciones que constituyen los nexos, también réplicas, entre los medios y el receptor.
Comprender esta arquitectura es fundamental en el diseño de los contenidos y las maneras de socializarlas. La certera narración, las imprescindibles simbologías, las acabadas metáforas, son algunas de las claves que contribuyen a un eficaz “dialogo” con el lector contemporáneo.
Ser un constructor activo de este escenario implica bocetar y desarrollar renovadas puestas narrativas, esenciales para conectar con un lector saturado, que consume maquetadas manipulaciones, burdas desinformaciones, contenidos no siempre edificantes o de probados valores y acentos comunicativos que contribuyan a una mejor comprensión de la historia pretérita o nos permita visibilizar con anticipada nitidez los retos de la sociedad global.
Es también parte de los encargos de los constructores de contenidos dibujar con certeros mapas estéticos las dinámicas de comunidades, países y regiones que arropan singularidades, atributos, saberes.
En nuestra Isla no abundan los espacios novedosos de corte informativo que entronquen con este panorama. Laceran el esfuerzo los delgados diseños que soportan buena parte de nuestras páginas digitales generalistas o los pobres contenidos que han de tomar de las fortalezas de la literatura y los antológicos periodistas para un eficaz “diálogo” con el lector contemporáneo. También es vital renovarse en torno a los estudios más audaces sobre la comunicación y el periodismo, que no han de perder sus esteras fundacionales.
Emocionalidad, rigor periodístico, plurales narrativas o titulares de vistosos empaques, que en nuestros medios también padecen del síndrome de la clonación, son algunas de las rutas a tener en cuenta en nuestra labor profesional. Sobre esta gradación de problemáticas se ha de subrayar la escasa gráfica que caracteriza a nuestras publicaciones digitales, esenciales para complementar puntos de vista, discursos, tonos editoriales, así como la necesaria riqueza visual. La más descollante gráfica internacional de las últimas décadas se distingue por tomar de los pilares y las voluptuosidades del arte, bocetadas como auténticos nichos de unidades significantes.
La fotografía, como probado recurso para socializar información, opiniones editoriales, orondas identidades, entonaciones culturales o nuestros más sagrados valores, ha de ser protagónica y no solo habitar en los repositorios de espacios informativos. Esta ecuación señala la necesaria conjugación entre los autores clásicos y los jóvenes. Se trata, por tanto, de construir un cromatismo generacional.
La sistematicidad y el seguimiento de una noticia, la defendida impronta de la inmediatez, son también variables no resueltas que atentan contra la fortaleza y rigor en el ejercicio del periodismo.
En el escenario de páginas digitales cubanas no predominan los materiales audiovisuales. Esta verdad resulta contradictoria frente al reconocimiento social de una generación que consume, cada vez más, este modo de leer contenidos. Condensadas entrevistas, fragmentos antológicos de filmes, reportajes temáticos, valoraciones a partir de una línea secuencial de nuestros líderes de opinión, son algunas de las vertientes que debemos concretar para fortalecer la visibilidad de nuestros espacios informativos.
La Televisión Cubana requiere despojarse de los caminos trillados o de lo que “funciona” en otras zonas geográficas de nuestro convulso planeta. Las estéticas, visualidad y dramaturgia de cada emisión han de ser construidas por muchos. Esta tesis no entra en conflicto con la necesidad de actualizarse sobre los modos y medios con que se construye y proyecta la noticia. La entrevista, muy recurrente en nuestros espacios televisivos, adolece de la falta de una buena preparación, de cómo se va a proyectar el diálogo entrevistador-entrevistado.
Desde otras aristas, se debe enriquecer la labor de diseño de luces, los emplazamientos de las cámaras y su movilidad en el espacio interior, dos especialidades que responden a la intencionalidad de los contenidos, sin desconocer lo que aportan los recursos de la posproducción. Las dinámicas que marcan un programa televisivo no han de atentar contra la realización colectiva de una labor claramente creativa, la de informar. El buen trabajo de mesa define muchas veces el acabado de un texto audiovisual.
En medio de este tablado nacional nació un espacio que amerita “mirarlo por dentro”. Dominio Cuba, el programa que cada lunes, a las 10 de la noche, emite el Canal Caribe de la Televisión Cubana, se fraguó apropiándose de las estéticas de la contemporaneidad y los estamentos del periodismo, de lo que ha legado el arte digital, así como de la fotografía, la plástica y el amplio arsenal iconográfico cubano e internacional.
¿No es acaso la riqueza y la pluralidad de signos un valor para el desarrollo estético de la comunicación? ¿Cuáles son las premisas que sostienen este espacio informativo? ¿Qué distingos arropa Dominio Cuba en el contexto nacional? ¿Qué recursos de la dramaturgia televisiva toman sus creadores para conectar con dinosaurios analógicos y nativos digitales?
Su presentador, el periodista Darío Gabriel Sánchez, subraya en cada entrega tres esencias que son parte sustantiva de la profesión: informar, investigar, contextualizar. Este no es solo el diáfano eslogan de un espacio que dura tan solo treinta minutos, sino el enunciado y la materialización de los principios de una apuesta audiovisual nucleada por un arsenal de simbologías discursivas.
En cada capítulo el programa transcurre como un interlocutor de conexiones que invita a ser parte de una “puesta en escena”, de diálogos pensados y acentos significantes, debidamente ubicados en puntos de giros resueltos para atraer al lector audiovisual.
En el fondo de cada puesta donde dialoga Darío Gabriel, se erige un telar de sobrias coloraciones, soporte de buena parte de la gráfica, que se revela como virtuosa simbología secundada por pensadas sumas de palabras de empaque digital que jerarquizan ideas, conceptos, medulares puntos de partida informativos o líneas de pensamiento. Son una suerte de “mapas tipográficos” donde pueden leerse, en unos pocos minutos, lo que podría interpretarse como apuntes de libros de sustantivas correcciones, edificados con palabras llanas, superpuestas desde la sobriedad. Todas ellas resueltas sin barroquismo o rebuscadas formas, que en verdad entorpecen la comprensión de un lector abrumado por señales sumatorias, ancladas por las estéticas posmodernas de descafeinado sabor.
La pantalla cambia con colores y tonos que abrigan estados de ánimo, puntos de atención, resolviendo desde ese telar de texturas imperfectas las jerarquías temáticas. No se trata solo de solucionar una puesta televisiva para llenar minutos de programa. Son elaboradas intencionalidades, discursos renovados, soportados por elementos que la semiótica descompone. El equipo creativo de Dominio Cuba construye sus narrativas pensando siempre en ese espectador remoto que no deja de moldearse en gustos, modismos, tendencias, permeado también por la cotidiana vivencia y las muchas otras lecturas que aportan otros saberes.
Los elementos gráficos se erigen como sellos en Dominio Cuba. Transitan no solo por las intermitentes apariciones del presentador. Son parte de una virtuosa dramaturgia en la que subrayan, bosquejan, sopesan las líneas temáticas que cada semana propone, pues sus creadores los pulsan empeñados en que sean “distintos” a la emisión anterior.
Las soluciones estéticas son plurales y de múltiples lecturas. La fotografía, la pintura, el grabado, contenidos de publicaciones, son fuentes naturales de estos goces estéticos que peregrinan desde composiciones mixtas en Dominio Cuba. Modernidad, tradición, imágenes icónicas se fusionan en ese telar que nos propone metáforas alejadas de los convencionales modos de informar, investigar, contextualizar.
Este cúmulo de aciertos artísticos es válido para construir riquezas en los lectores digitales. Los trazados narrativos resueltos en cada segmento engarzan con esos lectores, muchas veces cautivos, quienes probablemente se identifican con las líneas que se les van revelando, asumen un mirar de las partes y del todo y comprenden las dinámicas narrativas de cada entrega.
Los lectores analógicos no son menos importantes en este análisis. Los realizadores de este programa los reconocen como segmento de público de fundada relevancia. Sus tradicionales iconografías son acopiadas en limpias combinaciones resueltas con la hechura de este proscenio digital. Con Dominio Cuba, los analógicos sentirán estar en su tiempo vivido, pues sus recuerdos circulan en otras envolturas, con otros tempos estéticos.
El programa, dirigido por la periodista Rosa Miriam Elizalde, se desarrolla desde medulares géneros periodísticos. Combina la entrevista a pie de calle y la que materializan en el estudio, siempre sosegada, necesariamente analítica, de esperada profundidad.
Las opiniones de la población constituyen un atributo de Dominio Cuba. No solo por tener en cuenta los saberes, las inquietudes, los puntos de vista, los “mirarse por dentro” del ciudadano que acepta compartir sus palabras, sino también porque ese diapasón de miradas y parlamentos legitima, complementa el armazón televisivo de cada emisión.
El programa crece moldeado por las entrevistas a los expertos o a personas autorizadas que redondean, corrigen, replican o acentúan los temas que son distingos de cada emisión de los lunes. Todos los entrevistados se montan en la dramaturgia de la propuesta televisiva con acento de contrapunteo participativo.
A dichas fortalezas, se agregan los puntos de vista del equipo de realización, que es también legítimo protagonista de otras ventanas de ideas.
Sistematizar esta práctica en el periodismo audiovisual es vital para conquistar la asiduidad de los televidentes, quienes, al sentirse representados, tomarán notas sobre las valoraciones de los invitados de rigor.
El responsable del converso con la cámara es Adrián Migueles, quién además asume los roles de editor y director para la televisión. Establece así ritmos que conectan con los lectores audiovisuales contemporáneos, equilibrando sus tiempos televisivos hacia ese otro lector que reconoce la existencia de compases propios del videoclip, pero lee, con probada eficacia, desde las narrativas aristotélicas del relato tradicional. Vale distinguir la cámara que deambula respetuosa, indagadora, anclada al primer plano.
Dominio Cuba integró a los jóvenes Kalia Venereo, Aldo Cruces y Ary Vincench, graduados del Instituto Superior de Diseño Industrial, para intervenir en las texturas de los muchos “otros escenarios”, que son partes protagónicas del programa.
Virtuosas animaciones, novedosas composiciones que toman de todas las artes para desplegar puntos de vista o significativas informaciones emergentes de la voz en off, en una artística y ponderada envoltura. Soluciones gráficas que evolucionan y van desde la tradición a la modernidad, creaciones artísticas que nacen de nuestra rica identidad, de nuestros más descollantes acentos culturales.
También se justifican otras estéticas foráneas ante el trazo que imponen los temas, generando un vasto arsenal de culturas. Llamo la atención sobre los fotomontajes que construyen mensajes editorialistas, donde cabe la ironía, la sátira, el humor inteligente. Son parte de los cometidos de un equipo de realización que asume su encargo desde las soluciones colectivas, el diálogo cruzado o los resortes de la fotografía, asentadas en cuidadas dosis, pautadas por una dirección de arte que apunta hacia una probable mirada femenina, la de Kalia Venereo, que asume dignamente este encargo profesional, esencial en toda puesta informativa.
¿No es acaso la dirección de arte una especialidad fundamental para el acabado de un programa informativo? ¿Exploramos habitualmente el diálogo y la creación colectiva en programas de este corte? ¿No es la cultura con todas sus expresiones artísticas materia de la que debemos apropiarnos con más sistematicidad para construir renovados contenidos? Son estos únicamente apuntes para el necesario debate.
Por otra parte, hay en Dominio Cuba un escenario de creación favorable (vital para el desarrollo de la nación): la confluencia de generaciones y su actuar participativo, lo que por su trascendencia no puede pasarse por alto.
Se han de construir pilares donde converjan todas las generaciones en una esencial relación orgánica. Eso se traduce en generar espacios, que no son físicos, en los que han de ser protagónicas todas las ideas que fortalezcan los proyectos, significados por los imaginarios, los más genuinos conceptos o puntos de vista. Es ese mapa el que nos permite entender y refundar la creación audiovisual. Rosa Miriam Elizalde, a partir de los resultados de cada puesta, revela una cabal comprensión de esa dinámica.
Como es tradicional en los programas televisivos de esta naturaleza, la estructura de Dominio Cuba transita por las clásicas secciones. Esta manera de narrar es importante para edificar en los lectores una habitualidad, un sentido del tiempo, una mirada lógica. “Glosario”, “Hablando con…”, “Memes de hoy”, “A quién seguir”, son algunas de las paradas de rigor del programa diseñado desde un cuidado despliegue de signos, que son parte de su arsenal identitario. También es justo llamar la atención sobre la movilidad, la fragmentación, como si de pedazos se tratara, que caracteriza a esta puesta de la Televisión Cubana.
Sustantivos temas han sido tratados en doce emisiones de Dominio Cuba: Los parques wifi, las Fake News, el internet móvil, la privacidad en Internet, los videojuegos, Big Data e inteligencia artificial, Gobierno electrónico, el Internet de las cosas o la Ciudadanía digital, por citar solo algunos.
Su armazón flexible, y su sello de identidad resuelto desde la metáfora y la simbología, son fortalezas que le permiten incorporar ese amplio espectro de temas sin perder la solidez de su cuerpo narrativo.
Los muchos contenidos que engrosan el todo de este programa son unidades con significados. Recortar algunas de las partes de ese todo no es una recurrente casualidad. Cuando se analiza su cartografía es posible desprender una entrevista, segmentos donde es protagonista el presentador o los núcleos iconográficos que progresan como unidades narrativas.
Rosa Miriam Elizalde y el equipo creativo de Dominio Cuba tienen muy claro la urgencia de que las partes de ese todo se multipliquen por las redes sociales que preexisten con sus propias “reglas de juego”. Facebook, Twitter o Instagram son escenarios por donde circulan estas “fragmentaciones significantes”, que son también estímulos, narraciones completas, para reconocer ese todo.
Esta filosofía, que entronca con las dinámicas de las redes sociales, ha de ser tomada en cuenta no solo por los espacios televisivos de nuestro país. También por nuestras páginas digitales de cualquier perfil temático, pues más de la mitad de los contenidos de los medios del mundo se solventan desde esos protagónicos enjambres.