Dolor mundial 2020

Dolores Mabel Quiroga
3/3/2021

La abuela seca sus manos en el repasador blanco a rayas rojas luego de haber lavado las verduras con un chorrito de lavandina y haberlas guardado en el refrigerador, pero cuando se dirige a la mesada donde están los trastes para secar y ubicarlos en el cajón respectivo, escucha la extraña pregunta que le hace su nieto pensativo, sentado en una silla en frente del televisor con los ojos perdidos en el espacio que los une:

Hay algo que me quema la cabeza, abuela ¿por qué durante este encierro tengo tantas ganas de portarme mal, salir corriendo, dañar a alguien, fumar unos cigarrillos negros, molestar a la gente y no usar barbijo?

Ella, suspendida en el asombro, no sabe qué contestar al nieto de quince años, un adolescente que debe tener sus hormonas revolucionadas y estar, quizás, con todos los deseos a flor de piel y con ganas de portarse mal o experimentar las hazañas más torpes que todo joven tiene.

 “Las transformaciones determinadas para el bien común debieran perdurar en el tiempo, aunque no fueran aceptadas por la mayoría de las personas y, teniendo en cuenta el grado de contagio, creo que las más acertadas son el distanciamiento, el uso del barbijo y la higiene”. Ilustración: Michel Moro
 

Mientras piensa, siente como la mirada del nieto escarba en ella una respuesta sabia, porque eso es lo que esperan los nietos ―respuestas sabias que colmen sus intrigas, inquietudes y enfados, que satisfagan todas las interrogantes que revolotean en su cerebro intacto― y quiénes sino los abuelos son los elegidos para proporcionárselas toda vez que se les ocurra, debido (según ellos) a la experiencia cosechada durante su tiempo en este mundo.

Por la cabeza blanca de la abuela, pasan miles de anécdotas vividas en el transcurso de sus años: dolores, pasiones, calmas y experiencias, entonces atrapa una de ellas, la desmenuza y con miedo a equivocarse, le contesta:

―Querido, es normal que tengas esos sentimientos, esas emociones, esos deseos, lo que no es normal es que los realices… porque tu cerebro debe pensar antes de cometer lo que dicta tu cuerpo y ese resultado te hará sublime o te hundirá en el fracaso, a ti te toca elegir vivir normalmente una época en la cual nos imponen límites que debemos cumplir, no solo para satisfacer una disciplina sino para cuidar la salud física e intelectual de muchos seres humanos. La sociedad está limitada y debe cumplir la orden aunque duela, aunque sea extraña, aunque moleste, aunque algunas personas piensen que sea para doblegarnos, aunque nos atrase; pero es la única solución que ha encontrado la autoridad para contrarrestar el avance de un enemigo invisible y fuerte, tan fuerte que puede destruir nuestros cuerpos, matarnos, contagiar y matar a los que nos rodean debido al alto nivel de propagación que tiene esta pandemia a causa del COVID-19, si hasta parece que nos está enseñando a cumplir reglas establecidas como jamás lo hubiésemos hecho. 

Porque en los últimos 30 años estamos como hojas secas esparcidas por doquier, con el egoísmo, la superioridad y el atraso intelectual consumiéndonos, denigrándonos y dominándonos de tal manera que, haciendo una comparación remota, el animal en algunos casos ya adquirió superioridad en la escala de la existencia.

Hemos violentado tantas cosas bellas que nos brinda la naturaleza, destruyendo primero de a poco y luego acelerada, mediante la contaminación, esa profanación que nos afecta a nosotros mismos, con tantas enfermedades nuevas que se propagan por el mundo.

―Dime abuela ¿entonces por qué tengo esas ideas extrañas que a veces me pican y tientan a cometer lo prohibido? Dale, ayúdame a entender si solo me ocurren a mí o a muchos de mi edad, dame alguna referencia…

― ¿Qué te puedo contar hijito?… A ver, comparemos lo tuyo con lo que me ocurrió a tu edad más o menos, y eso que muchas veces decimos que ciertas situaciones no volverán a repetirse, sin embargo sucede, quizás en otras circunstancias: Año 1976, un día de marzo mi padre me dice: “no podés salir de casa porque han dictado el estado de sitio, ni siquiera a la escuela hasta que yo diga”, no entendía nada pero quería ir a la escuela porque recién habían comenzado las clases y deseaba reunirme con las compañeras del año anterior, pero él me dijo NO.

Mi papá trabajaba en la cárcel por eso eran estrictas sus decisiones, pero yo quería ir a la escuela, quizás mis jóvenes hormonas estaban sublevadas, por eso le insistí tanto, que hasta el mismo director del Servicio Penitenciario me otorgó el permiso que debía llevar todos los días entre mis cuadernos porque en cada requisa policial debía exhibirla junto a mis documentos.

Esa situación me marcó para toda la vida, entendí que hay límites que deben respetarse, tanto los de tus derechos como los de tus obligaciones. El cumplimiento a una orden te forma y te hace fuerte, aprendes a oír opiniones sin decir nada, aunque ellas fueran erradas; pensar antes de decir algo o actuar prematuramente y, si te piden una opinión, darla solo en caso extremo; cuidar de los tuyos, educar a tus hijos para que sean buenas personas, no a los golpes sino con el ejemplo. En esos últimos años me avergoncé observando cómo ultrajaban la disciplina, las buenas costumbres y el respeto, convirtiéndolos en libertinajes, un menjunje de cosas que se les escaparon de las manos a mucha gente y tal vez esta pandemia sea una advertencia para recatarnos.

―Bueno abuela, voy a tener en cuenta cada una de tus palabras, las voy a guardar para siempre en mi memoria y cada vez que surja un problema en mi vida, las voy a recordar para tomar una decisión justa y razonable.

Abuela y nieto, dos generaciones distintas, pero con una situación similar que los lleva a masticar un hecho para razonar y obtener una respuesta satisfactoria.

Es que esta pandemia nos dejó dolor, grandes cambios en las áreas de salud y seguridad, muchos ensayos científicos, modificaciones en la economía, más pobreza y una mirada distinta al futuro.

Las transformaciones determinadas para el bien común debieran perdurar en el tiempo, aunque no fueran aceptadas por la mayoría de las personas y, teniendo en cuenta el grado de contagio, creo que las más acertadas son el distanciamiento, el uso del barbijo y la higiene. Yo, por ser de otra época, apunto a este método como primera opción dentro de las más necesarias porque la aglomeración trae contagios y conflictos, las muchedumbres que se forman inesperadamente quemando gomas, insultando a mandatarios o a los que no comparten sus ideologías, y lo triste es que la descendencia de los belicosos va a creer que es lo correcto.

Durante la pandemia hemos aprendido muchas cosas, la mayoría de ellas ya eran conocidas desde hace muchos años, pero estaban olvidadas: como el lavado de manos al salir del baño o antes de comer, lavar frutas y verduras con unas gotas de lavandina antes de consumirlas, no beber del mismo vaso o botella que otros, no compartir toallas ni ropas, no escupir por cualquier parte, taparse la boca al bostezar o toser y cuidarnos para poder cuidar a los demás.

Las crisis existen en menor o mayor nivel, por ende, creo que siempre existirán crisis globales, ya sea en la salud, en la política, en la naturaleza o en conflictos internacionales. Y todos estos problemas dejan marcadas necesidades que atrasan la evolución, empobreciendo a la sociedad.

Es difícil prepararnos para afrontar las crisis globales, porque a veces ellas se presentan en la vida común sin previo aviso, y lo importante creo es no desesperarnos, respetar las situaciones, ayudando los procesos con el cumplimiento de todas las disposiciones emitidas para el bien común.

Con respecto al mundo, o sea, a la naturaleza, pienso que en estos últimos 40 años comenzamos a destruirla, nos volvimos plásticos para todo, ahogándola con adornos grotescos y macabros, talamos árboles para realizar conjuntos habitacionales y así contribuimos a lastimar el gran pulmón de Sudamérica.

Entonces ¿qué hacer? Es difícil decidir una salida global para aminorar la destrucción, porque escucho propagandas de no tirar plásticos por cualquier parte, pero no oigo que impidan fabricarlos, entonces ¿qué transformación puede haber?