Diversidad cultural e identidad cultural: un binomio interactivo (I)
20/7/2017
Este trabajo forma parte muy sintetizada de un estudio mayor en proceso dedicado a las Claves para salvaguardar la diversidad cultural y las identidades culturales: interculturalidad vs multiculturalismo, por el alcance mundial del tema y sus particularidades en el contexto nacional.
La globalización fragmentada del sistema-mundo pone en debate las potencialidades de la diversidad cultural y de las identidades como recurso humano de la sabiduría acumulada, el necesario respeto mutuo por expresiones culturales no compartidas, el sentido histórico de la continuidad cultural; así como su valor económico y patrimonial. Sin embargo, la salvaguardia de la diversidad cultural y el reconocimiento de las identidades culturales se relaciona con temas abordados reiteradamente por los estudios antropológicos como las sucesivas aproximaciones a lo identificado como “universales culturales” y las relaciones de convivencia entre grupos humanos con diversas expresiones culturales; también identificado como interculturalidad y multiculturalismo, con una rica y contradictoria gama interpretativa, que podría sintetizarse en la propuesta de la cultura como “manera de vivir juntos” ([1]) o en la actitud hegemónica galopante de “divide y vencerás”,([2]) para garantizar las distancias entre unas expresiones culturales dominantes y otras desfavorecidas, especialmente entre las personas portadoras de estas expresiones.
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En un orden general, permite caracterizar el debate antropológico sobre la interculturalidad y el multiculturalismo como recurso epistemológico para identificar los discursos hegemónicos y contrahegemónicos que impiden o facilitan la salvaguardia de la diversidad cultural, las identidades culturales y el derecho de muy variados grupos humanos a coexistir en espacios comunes.
De modo específico, es posible valorar las aproximaciones sucesivas de la antropología sobre los denominados “universales culturales” y sus vínculos con la diversidad cultural y las identidades; caracterizar las tendencias interpretativas sobre la interculturalidad y sus aplicaciones; así como sobre el multiculturalismo y sus implicaciones políticas; y relacionar las diversas tendencias interpretativas anteriores con la salvaguardia de la diversidad cultural y las identidades culturales. ([3])
En el caso de Cuba, cuando culminamos en los años ochenta del siglo pasado dos Atlas culturales, me refiero al Altas de los instrumentos de la música folclórico-popular de Cuba ([4]) y al Atlas etnográfico de Cuba: cultura popular tradicional([5]), junto con la constatación del alto grado de ignorancia que había sobre las peculiaridades locales de muy variadas expresiones culturales saltó a la luz la muy amplia riqueza de la diversidad cultural como núcleo duro caracterizador de la cubanía en su proceso histórico. En este sentido, la unidad nacional ha estado precisamente caracterizada por la riqueza de su diversidad cultural.
A modo de ejemplo, una expresión identitaria que geográficamente abarca todo el país, sin excepción, como el son cubano, arrojó la presencia de 66 tipos de combinaciones de conjuntos instrumentales por provincias a partir de la presencia de 26 instrumentos musicales que se combinan en muy diversos repertorios, lo que abre un amplio diapasón que va de grupos familiar-vecinales compuestos por cuatro instrumentos (tres, guitarra, maraca y marímbula) hasta conjuntos más complejos homologables con los de la música profesional, que se nutre de múltiples expresiones raigales.
Sin embargo, para valorar la interactividad de la diversidad de expresiones culturales y las respectivas identidades, cual sentidos de pertenencia/diferencia, debemos considerar que de manera muy temprana los estudios antropológicos se han ocupado de estudiar tanto la evolución de los humanos como especie biológica y la unidad psíquica de la humanidad, como la presencia de un conjunto de rasgos culturales, con independencia del grado de organización social, que sean comunes a todos los pueblos del orbe como resultado de procesos creativos, difusivos y adaptativos a los más variados contextos, así como para satisfacer diversas necesidades.
Conjuntamente, para justipreciar el muy loable esfuerzo de varias generaciones de investigadores sobre el acercamiento y sistematización de estos rasgos culturales resulta necesario desmontar uno de los mitos más pretenciosos e inverosímiles del ser humano, especialmente de la cultura occidental, al tratar de equiparar la escala humana en la esfera terrestre con el universo en su alcance global. Tal visión antropocéntrica ¾debido a las limitaciones en el desarrollo del conocimiento¾ generaron la noción de “universal” desde una escala extremadamente distante.
Por suerte, el impetuoso desarrollo de la astronomía y del conjunto de campos científicos que le acompañan ayudan cada vez más a poner en su sitio al ser humano (cual nano partícula pensante) comparable con el tamaño del universo.
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Quizá por esta y otras razones fue que Albert Einstein enunció una de sus célebres frases: “Dos cosas son infinitas; la estupidez humana y el universo; y no estoy realmente seguro de lo segundo”.
Recordemos que La Tierra se formó hace solo unos 4550 millones de años y la vida surgió hace unos mil millones de años después. Actualmente es el único cuerpo astronómico (esferoide oblato) donde se conoce la existencia de vida. La circunferencia en el ecuador es solo de 40 091 km y su masa es aproximadamente de 5,98×1024 kg. ([6]) Sin embargo, El universo, según observaciones astronómicas, tiene una edad entre 13 730 y 13 810 millones de años; y una extensión de al menos 93 000 millones de años luz. ([7]) De modo que las diferencias entre la Tierra y el Universo son sencillamente abismales.
En este sentido, han sido muy diversas las aproximaciones a los rasgos identificados como supuestamente “universales de la cultura”, un problema estudiado y desarrollado por la antropología para identificar características comunes a todas las sociedades humanas; desde listados y sus respectivas definiciones hasta síntesis que envuelven los más abarcadores aspectos de la vida humana en sociedad.
El criterio generalizador y pretencioso de lo tenido por universal debe ser sometido a crítica por su amplia polisemia y su contradictoria inconsistencia, hasta su reducción al absurdo. Al mismo tiempo, cuando surge la idea de lo identificado como universal en la antigüedad griega aun había un inmenso desconocimiento de las matemáticas y de otras ciencias naturales para establecer escalas ficticiamente homologables entre el mundo (La Tierra) y el resto del cosmos (Universo). ([8])
En el orden filosófico el denominado “problema de los universales»” envuelve diversos campos como la propia filosofía, la psicología cognitiva, la epistemología, la ontología y la antropología, entre otros. Más allá de su alcance físico (fenoménico), que designa la totalidad del espacio-tiempo, de todas las formas de la materia (conocida y oscura, energía e impulso), las leyes y constantes que las rigen; este también hace referencia al modo en que pensamos y sabemos, y cuáles son las realidades a ser conocidas de modo general.
Históricamente este mito ha operado como una construcción ideológica multidireccional: el universalismo, basado en la idea o la creencia de una supuesta “verdad universal”, objetiva y eterna; es decir, divina, que lo determina todo, y que debe estar por lo tanto, presente en todos los seres humanos por igual. El pensamiento universalista aboga por una verdad única o específica de ver, explicar e interpretar los fenómenos y procesos de la realidad. Lo anterior puede ejemplificarse en el “universalismo religioso y teológico” del cristianismo y el islamismo; el “universalismo moral” derivado de estas cosmovisiones supranaturales; y el “universalismo político” afincado en las relaciones de poder dominantes a nivel global en diversas épocas; entre otros.
Por su alcance, el “universalismo” está sobremanera lastrado por el antropocentrismo (del griego anthropos: hombre y del latín centrum: centro), que si bien se identifica como una concepción filosófica palmariamente errónea “según la cual el ser humano constituye el centro del universo”([9]) este término abarca e implica la interpretación de la realidad exterior solo desde la escala de los valores creados por los humanos y no a partir de las relaciones con la naturaleza, donde el ser humano es un componente más, pero no mayoritario, como son las masas de agua, de tierra, de aire, o del resto de la biota en el orbe. El antropocentrismo también limita valorar con certeza el papel y lugar de los humanos en el medio natural.
Por la razón anterior empleamos una categoría propia de la escala humana como la de rasgos culturales comunes, una vía más expedida para acercarnos de modo sistémico al conjunto de cualidades generalizables a los diversos grupos humanos y cómo varían a partir de ellos su sentido de pertenencia/diferencia. Frente a la evolución de los juicios y valoraciones sobre la imaginada “universalidad”, cual verdades eternas e inmutables, sobremanera lastradas por cosmovisiones e ideologías desde el poder en diversas épocas históricas, la identificación de rasgos culturales comunes es otra vía interpretativa basada en el ser humano en sociedad como escala del análisis. Esta nueva propuesta nos permite identificar las relaciones interactivas entre diversidad cultural e identidad cultural.