Discurso de agradecimiento por el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas
Al arribar a un acto como el de hoy, se vive uno de esos momentos en que afloran recuerdos, en que se repasa la labor de la vida en esta hermosa, compleja, útil y no pocas veces difícil tarea de las ciencias sociales, en este caso, desde mi profesión de historiadora. Uno hace balance de lo realizado, de las investigaciones y sus resultados que, con mirada retrospectiva, no siempre generan un sentimiento de total satisfacción, pues en ocasiones esa visión crítica muestra aristas y posibilidades que podíamos haber explotado mejor; se repasa la docencia impartida a lo largo de años y generaciones de estudiantes, la labor de divulgación, de intentar que la obra del pueblo llegue, a través de la construcción del conocimiento histórico y su promoción, a ese mismo pueblo. Por tanto, no se trata de un momento de vanagloria, sino de pensar en lo realizado y lo que puedo hacer a partir de mis posibilidades profesionales y humanas, independientemente de la alegría que provoca el reconocimiento que se recibe.
También en este momento pienso en quienes me han acompañado a lo largo de la vida —que ya va siendo algo extensa pues los homenajes van de la mano de los años—: en colegas, en compañeros y amigos que, de alguna manera, más cercana o lejana, han aportado a mi crecimiento personal e intelectual; en los profesores que sembraron en uno valores, conocimientos, habilidades y también emociones. Es momento de pensar en la familia, la que recibimos y la que hemos formado, los seres más cercanos y queridos que me han acompañado en los años de combate y trabajo, cuando a veces he sentido algún desaliento, o cuando me he concentrado en la obra en elaboración, cuando muchas veces son los primeros en escuchar mis proyectos y hasta revisar las primeras versiones, esos que me dan aliento y apoyo en todos los momentos, los buenos y los malos; para ellos es también este premio, aunque ya algunos no estén físicamente para celebrarlo.
Ciertamente, cuando se recibe un reconocimiento como el de hoy, son muchas las cosas que uno piensa, recuerda y agradece, como la feliz y extraordinaria circunstancia de haber vivido el tiempo de una Revolución triunfante, que abrió las puertas a todos para formarnos y desarrollarnos. Fue la etapa en que accedí como estudiante al campo de la historia y, luego, recién graduada en medio de esos años luminosos, llenos de entusiasmo, comencé a laborar en la docencia y la promoción cultural. En mi caso particular, la Revolución fue el hecho esencial que me posibilitó llegar a las aulas universitarias como estudiante y volver a esas aulas como profesora. La pequeña hija de un humilde obrero inmigrante no podía soñar con esa posibilidad, pero “llegó el Comandante y mandó a parar”, como cantó Carlos Puebla, y se nos abrieron las puertas a todos, aunque los resultados han dependido de nuestro esfuerzo. Ese acontecimiento trascendente de nuestra historia ha sido motor impulsor de la obra realizada, pues hurgar en el acontecer precedente nos permite comprender el presente de nuestras vidas.
No quiere esto decir que he vivido sin contratiempos y sinsabores, que he trabajado siempre sobre un lecho de rosas, sin momentos amargos que acompañan la trayectoria vital de todo ser humano; pero no tiene sentido hacer ese recuento en un momento de júbilo como el de hoy. El medio intelectual es complicado en todas partes, pero lo importante es la ética en el desempeño. Para ser mejores en este campo, hay que recordar a Martí, cuando escribía en el “Prólogo al Poema del Niágara”:
Una gran montaña parece menor cuando está rodeada de colinas. Y esta es la época en que las colinas se están encimando a las montañas; en que las cumbres se van deshaciendo en llanuras; época ya cercana de la otra en que todas las llanuras serán cumbres. Con el descenso de las eminencias suben de nivel los llanos, lo que hará más fácil el tránsito por la tierra. Los genios individuales se señalan menos, porque les va faltando la pequeñez de los contornos que realzaban antes tanto su estatura. Y como todos van aprendiendo a cosechar los frutos de la naturaleza y a estimar sus flores, tocan los antiguos maestros a menos flor y fruto, y a más las gentes nuevas que eran antes cohorte mera de veneradores de los buenos cosecheros. Asístese como a una descentralización de la inteligencia. (…). El genio va pasando de individual a colectivo. El hombre pierde en beneficio de los hombres. Se diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa; lo que no placerá a los privilegiados de alma baja, pero sí a los de corazón gallardo y generoso (…).
Martí escribió eso en 1882 y parece que está describiendo nuestro presente, ya que hoy en Cuba, después de una extraordinaria labor educativa, con el acceso a los estudios que disfrutamos, ¿cómo podemos hablar, o pensar, en la existencia de montañas y colinas? ¿Cómo pensar en élites? Podemos decir que, al Martí formular “Poner la ciencia en lengua diaria”, estaba planteándonos un programa que la Revolución impulsó desde sus primeros años.
“(…) no se trata de un momento de vanagloria, sino de pensar en lo realizado y lo que puedo hacer a partir de mis posibilidades profesionales y humanas, independientemente de la alegría que provoca el reconocimiento que se recibe”.
Cuando el objetivo primero era acabar con el analfabetismo, Fidel planteó en 1960 que “democracia es aquella que garantiza al hombre, no ya el derecho a pensar libremente, sino el derecho a saber pensar, el derecho a saber escribir lo que se piensa, el derecho a saber leer lo que se piensa o piensen otros”. Esta idea se haría realidad con la Campaña de Alfabetización y luego con el seguimiento, la batalla por el sexto grado, las facultades obrero campesinas, en fin, todo el programa que cambiaría el panorama educacional cubano; mas esto no era suficiente: había que apoderarse de lo que llamó la principal herencia de la humanidad: la cultura, vista en el sentido de todo lo creado por el ser humano. Había que desarrollar la ciencia, había que convertir a las universidades en centros de creación de nuevos conocimientos, en centros de investigación.
El futuro de hombres de ciencia y de pensamiento se articulaba con la reforma universitaria de 1962, por la cual se introducía en las universidades entonces existentes (Habana, Oriente y Las Villas) esa nueva función y sentido, dentro de una estructura de escuelas y facultades multidisciplinarias donde, además, se creaba el sistema de becas. Esa fue mi Universidad. A partir de ahí, es la Cuba que se ha construido, en la cual es una realidad lo que Martí veía en 1882: “El genio va pasando de individual a colectivo. El hombre pierde en beneficio de los hombres, en la cual se han expandido las cualidades de los privilegiados a la masa, lo que, por supuesto, place a los de corazón gallardo y generoso”. Constatar esta realidad es motivo de gran regocijo para quien ha podido contribuir en algo con su obra, gracias al nuevo contexto que se inauguró en 1959.
Lo expresado hasta aquí implica, de alguna manera, mirar al pasado como contraste; pero, no se trata solo de mirar a lo que fue para pasar revista y analizar lo hecho, para recordar y reconocer a quienes debemos mucho de nuestra obra y vida; se trata también en este momento de mirar hacia el futuro, ya que este honor nos debe servir, como diría Martí, de “estímulo al cumplimiento del deber”. Sí, mirar adelante, a lo que nos falta por hacer.
Los reconocimientos comprometen, pues obligan a servir más y mejor. La vida de un ser humano no alcanza para abarcar todo lo que la profesión requiere, para estudiar y aprender todo lo que se necesita, para producir toda la obra que se quisiera y sabemos que sería útil; pero si se la dedica en función del bien, en la contribución al mejoramiento humano, siempre será provechosa.
Los historiadores estudiamos la sociedad humana en su decurso, vamos al pasado desde nuestro presente, lo que aporta las claves de nuestra contemporaneidad, por más alejado en el tiempo que parezca el proceso que investigamos. La investigación, la docencia y en alguna medida la divulgación han sido actividades centrales en la vida profesional de quien hoy habla ante ustedes, en lo cual se ha nutrido de lo mejor de la producción historiográfica de quienes la han antecedido, y de sus contemporáneos. Se es heredero de quienes nos precedieron, de quienes fueron forjando la obra que nosotros continuamos desde la perspectiva de nuestro tiempo, junto a los colegas con quienes se comparte, y que otros seguirán construyendo como proceso continuo del saber.
Debo expresar mi agradecimiento a quienes me han propuesto, a quienes me eligieron en medio de un grupo de muy destacados colegas. Con la gratitud emocionada por el reconocimiento que hoy se me ha entregado, con el agradecimiento a todos los que me han acompañado en la vida y los que me acompañan en la actualidad, con la mirada puesta en continuar aportando en el futuro, independientemente de la duración de ese futuro personal, con el compromiso irrenunciable de seguir sirviendo a nuestro pueblo, asumimos la máxima martiana de que “Servir es nuestra gloria, y no servirnos”.
Muchas gracias a todos.