Obra
La vida nos da una piedra tosca
cuando entramos
en su taller difícil.
Hay que tomar cinceles
y cincelar sin tregua
hasta dar al pedrusco
la forma artística, perfecta.
Sucede que no siempre el escultor
logra el milagro,
pero es bastante gloria que la muerte
lo encuentre cincelando,
cincelando…
Mi padre
Poeta con la agonía
de no atrapar la expresión
de ti, de tu corazón,
me vino la poesía.
Sentiste una melodía
honda, que no tradujiste,
y yo, el heredero triste
de tu inefable sentir,
sigo empeñado en decir
el canto que no dijiste.
Tu emoción analfabeta
era un poema frustrado.
Estaba crucificado
en la palabra el Poeta.
Y yo supe tu secreta
pena de ave sin volar,
siempre que para cantar
te era esquiva la palabra,
como una jíbara cabra,
como un anillo en el mar.
Un ansia de aparición
de tus cantares arcanos
te hacía inquietas las manos
y musical el bastón.
Así, con esa obsesión,
vibraste calladamente
hasta que sobre tu frente
se posó una paz traidora
y vi llama tan sonora
en un hielo tan silente.
Y luego vi el ataúd,
velas, flores, lagrimear
y tu ansiedad de cantar
en una blanca quietud.
¡Y no sembrar un laúd
en tu silencio enterrado
para que en el perfumado
tiempo de la primavera
subas por la enredadera
a decir lo que has callado!
(1952)
Pequeño dios
A la memoria de Vicente Huidobro
Los hombres y mujeres que me tratan
no se presentan como son,
sino como la sombra de sus cuerpos,
bípedas nubes,
humo coloquial,
pero a cada uno yo doy fisonomía.
A mis viejos amigos que me conocieron
los sigo viendo como entonces
porque el tiempo no pasa para ellos
en mi mundo interior.
A los nuevos amigos
que vienen con su luz
a mi eclipse total,
invento caras y estaturas
porque yo no sé qué asociaciones
con sus manos, sus voces,
sus risas y sus pasos.
¡Oh, mágica ilusión creacionista
que me convierte en un pequeño dios!
La misma estrella
“polvo será, mas polvo enamorado”
Francisco de Quevedo
Cuando te miro sin tener mirada
no veo la que eres, sino aquella
que fuiste. Para mí, la misma estrella
que permanece como eternizada.
Por tu gracia de china dibujada
en porcelana, te seguí la huella
y se ha quedado en mí tu imagen bella
como si el tiempo no mellase nada.
Los de clara visión que les refleja
la realidad, pueden llamarte vieja;
pero a mí, que te vi rosa encendida
y hoy no te veo, me tocó la suerte
de perpetuar tu juventud florida
y andar enamorado hacia la muerte.
La fuga del ángel
¿A dónde fuiste, ángel mío,
en tu última travesura?
Tal vez quiso tu ternura
mudarse para el rocío.
Te fuiste como en el río
un pétalo de alelí;
y has dejado tras de ti
una estela de cariño,
recuerdo que, como un niño
sin cuerpo, va junto a mí.
Eres, pues, un niño abstracto
y vienes cuando te invoco,
vida intocable que toco
en una ilusión del tacto.
Te veo vivo y exacto
andando a mi alrededor,
y escucho tu voz –rumor
como de ala que se aleja–:
¡qué zumbido sin abeja!
¡qué trino sin ruiseñor!
Es que estás, aunque no estás,
cual vuelo de mariposa
sin mariposa, cual rosa
de perfume nada más.
Te fuiste y conmigo vas,
aunque el mundo no te ve,
ni sabe como yo sé
que, diluido en la brisa,
aún vives, como sonrisa
sin boca, y paso sin pie.
Es todo lo que me queda
de ti: verdad sin verdad;
una como suavidad
de seda, pero sin seda;
aroma de rosaleda
sin más presencia que aroma;
donaire de la paloma,
pero no más que donaire;
niño pintado en el aire
hablándome sin idioma.
Una piedad de la muerte
hay en esto de mirarte
sin mirarte, y de palparte
sin palparte, ni tenerte;
pues evocarte, traerte
por la ruta de un clamor,
es endulzar el dolor
de la ausencia más glacial,
con un sabor de panal
que sólo fuera sabor.
(1955)
Hasta las piedras cumplen
Espíritu del agua sube lento a la atmósfera,
se condensa y es nube llevada por el viento.
Truena, relampaguea, llueve,
y el agua vuelve al agua, no como el polvo al polvo,
sino como regreso vital a los arroyos,
los ríos, las lagunas y las presas.
Hace reír la yerba, sonreír al árbol,
aviva las germinaciones,
penetra en las entrañas de la tierra
y pasa por el filtro de las rocas
que la conservan fresca y pura,
respondiendo al llamado de la sed
porque las piedras cumplen el mandamiento bíblico
de dar agua al sediento.
Agua para los secos labios,
amor para las almas secas.
¿Eolo o Pan?
Marítimo jinete sobre
desbocado caballo de zafiro espumante,
el viento desde lejos llega,
frena en la playa, se desmonta
y entra en la Isla.
Volador ahora,
bate las pencas de los cocoteros,
hace cantar los árboles,
saca de los caminos polvorientos
rápidas nebulosas,
en la ciudad irrumpe,
corre por el tendido eléctrico quejándose,
entra en las casas como Pedro,
sonajeros y lámparas sacude,
las puertas y ventanas furiosamente tira
como si un arpa eólica contrastara
con el ruido de música concreta;
y,
sátiro con alas, levanta los vestidos
de muchachas que van por las aceras,
desordenados los cabellos,
las manos en las puntas de las sayas,
púdicas las mejillas y riéndose,
mientras él sigue sus andanzas,
sus violaciones y violencias
como un deseo insatisfecho.
La Luna no está sola
Los hombres aprendieron con los gatos
el secreto de amar a la luz de la luna.
Los gatos no se esconden
en los oscuros sótanos
para hacerse el amor:
saltan veloces a los techos,
al paraíso de los techos,
cuando la luna o bíblica manzana
sensualiza la noche, y el deseo maúlla
como una pena que gozara
o un gozo que gimiera.
Los hombres de estos tiempos
ya no vinculan el amor terrestre
a los misterios de la luna;
pero la luna no está sola,
desdeñada, olvidada por los amantes de la Tierra.
Los gatos son, sin duda, los últimos románticos.
El amor en los tiempos de prosa
A Gabriel García Márquez
Junto a mi cabecera
un mujer marchita,
celosa de la muerte,
está velando día y noche,
atenta a mis orines y mis heces fecales,
sustituyendo con los ojos suyos
los míos obsoletos,
dándome el alimento como a un niño,
bañándome, vistiéndome, besándome,
acariciándome las manos.
En un ambiente así
–no luna, no balcón, no prímula–,
si Romeo y Julieta
no hubieran decidido suicidarse
y hubiesen arribado a la vejez,
ella, caído el seno y desdentada,
poniéndole un enema a su galán montesco;
él, enferma la próstata
y consumido el falo,
¿se mantendría la promesa del amor eterno?
No sé:
pero el amor en las postrimerías
es más prueba de amor que el suicidarse
una joven pareja enamorada,
pues los muertos no ven su pudrición.
Nosotros, sin embargo, pudriéndonos en vida,
palpando nuestras ruinas como los jaramagos,
continuamos amándonos,
cambiamos la pasión por la ternura
y reafirmamos que es posible
la eternidad en el amor.
Soneto X
Vendrá mi muerte ciega para el llanto,
me llevará, y el mundo en que he vivido
se olvidará de mí, pero no tanto
como yo mismo, que seré el olvido.
Olvidaré a mis muertos y mi canto.
Olvidaré tu amor siempre encendido.
Olvidaré a mis hijos, y el encanto
de nuestra casa con calor de nido.
Olvidaré al amigo que más quiero.
Olvidaré a los héroes que venero.
Olvidaré las palmas que despiden
al sol. Olvidaré toda la historia.
No me duele morir y que me olviden,
sino morir y no tener memoria.