Hace unos días comencé la relectura de los Diálogos imaginarios, de la autoría de Rogelio Martínez Furé, con el propósito de participar en el dossier que la revista Toda la danza le dedicará. Queríamos celebrar los 85 años de uno de los fundadores del Conjunto Folclórico Nacional, exaltar sus aportes al pensamiento cultural cubano, subrayar la huella que dejó en el teatro, la música, la literatura, la pedagogía.
El libro —publicado por Letras cubanas en 1979 y reeditado en 2016— es un referente obligado para los estudiosos de la cultura cubana, dado el recorrido que hace por los componentes de nuestra nacionalidad. Registro de un pensamiento antihegemónico y anticolonial, contribuye al diálogo con la herencia africana y con sus expresiones en la contemporaneidad. También los amantes de la poesía y de la música encontrarán inspiración en estas páginas.
La biografía de Furé marca un punto de giro en su participación en el Seminario de Etnología y Folclor, que se desarrolló en el Teatro Nacional en 1960. Allí recibió el magisterio de Argeliers León, al tiempo que impartió clases en el Seminario de Dramaturgia, donde se formaron Eugenio Hernández Espinosa, Gerardo Fulleda, José Brene, Maité Vera, René Fernández, José Milián, Nicolás Dorr. En ese edificio Ramiro Guerra iniciaba los caminos de la danza moderna en Cuba. Figuras que luego fundaron el Conjunto Folclórico Nacional, colaboraban con Argeliers y con Ramiro, léase Nieves Fresneda o Jesús Pérez, entre otros. Isabel Monal, Gilda Hernández, Marta Blanco, María Teresa Linares también laboraban en el Teatro Nacional, y también contribuyeron a que la agrupación completara el abanico de la danza cubana.
Conocedora del rol de Furé en el nacimiento del Conjunto Folclórico Nacional, busqué sus recuerdos de aquel lejano abril de 1962:
De cerca de cuatrocientos aspirantes llenaron los requisitos exigidos cuarenta y cinco bailadores, tamboreros, cantadores e informantes, estos últimos verdaderas “bibliotecas vivientes” de la sabiduría popular tradicional cubana. Un pequeño local de la antigua sede de Teatro Estudio, en Neptuno no. 510, gentilmente cedido por su dirección para dichas pruebas, resonó durante varias noches con los ritmos de las tumbadoras y los batá, con los pasos airosos o sosegados de los danzantes, hombres y mujeres llegados de los barrios populares habaneros, que con anterioridad desempeñaban las ocupaciones más disímiles (estibadores, peluqueras, zapateros, carniceros, estudiantes, actores noveles, etcétera), y que, estimulados por el impulso renovador que la Revolución sembraba en cada cubano, deseaban aportar su grano de arena al renacimiento cultural de la nación (p. 323).
Desde su posición de asesor y libretista del Conjunto, el etnólogo ofrece detalles del arduo proceso creativo:
Para cuidar la autenticidad folklórica, pero sin caer en una visión cristalizada y, en modo alguno, de reproducción etnográfica, la asesoría recolectaba los materiales con los informantes (Trinidad Torregrosa, Nieves Fresneda, Jesús Pérez, Emilio O’Farrill, José Oriol Bustamante, Lázaro Ross y Manuela Alonso) y también de carácter bibliográfico. Seleccionaba los elementos de mayor riqueza y fuerza expresiva, concebía el espectáculo desde el punto de vista artístico y trasmitía, mediante los libretos y posteriores trabajos de mesa, todo ese cúmulo de información al coreógrafo, para su ulterior montaje teatral, y a los diseñadores, que debían plasmarlo en bocetos y maquetas. Esta tarea era luego supervisada por el asesor y los informantes (p. 325).
Y con la experiencia acumulada, explica en qué consistía la clave del éxito arrollador del Folclórico Nacional durante sus presentaciones ante el público en Cuba y en otros escenarios del mundo:
El trabajo en equipo, la discusión fraternal y las críticas positivas lograron que las proyecciones danzarias y las escenografías y vestuarios del Conjunto alcanzaran un alto nivel artístico y conservaran la fuerza originaria del arte popular. Nada era fortuito. Cada uno de los integrantes del equipo creador asumía el patrimonio colectivo, orgulloso de ser un eslabón más de la gran cadena de la tradición, a la que a su vez revitalizaba y actualizaba dialécticamente, trasmutando el yo individual en el nosotros colectivo. El Conjunto, como hijo de la Revolución, se propuso ganar una batalla contra numerosos conceptos neocoloniales acerca de la cultura y probar que el patrimonio nacional, trasmitido durante siglos por la memoria colectiva, poseía también valores artísticos permanentes (p. 326).
“Cada uno de los integrantes del equipo creador asumía el patrimonio colectivo, orgulloso de ser un eslabón más de la gran cadena de la tradición (…)”.
Otra de las características que distinguieron la labor del Conjunto fue el rigor artístico, porque:
se impuso como una de sus tareas principales no limitarse a la simple presentación de espectáculos, sino a la realización de investigaciones en todos los rincones de Cuba, revitalizando o desenterrando géneros antiguos, uniendo a lo tradicional las nuevas tendencias creadas por el pueblo, hurgando en el pasado y haciendo una síntesis del presente, pues no consideraba el folklore como un mundo estático, sino cambiante cual la vida misma… (p. 321-322).
En la sede del Conjunto Folclórico Nacional, Furé desarrolló una intensa labor a favor de la promoción de la cultura popular, irradiando sus saberes sobre los públicos, artistas aficionados, compañías profesionales de danza, estudiantes, etc. Ahora que la compañía celebra sus seis décadas de trabajo, valdría la pena que retomara esa misión.
“En la sede del Conjunto Folclórico Nacional, Furé desarrolló una intensa labor a favor de la promoción de la cultura popular”.
Diálogo con Cuba
Furé se empeñó en indagar en la vida de mujeres y hombres excluidos de la historia, y encontró en la tradición oral los datos que necesitaba. Siguiendo ese camino, expone las singularidades de los pueblos arará, iyesá y bríkamo, y sus aportes al acervo de Cuba.
Momento extraordinario del libro, por la solidez y la belleza de la narración, es aquel donde devela la importancia del tambor en la vida de los pueblos africanos:
En el África tradicional el tambor es el instrumento que simboliza el grupo étnico. Es el nexo entre los hombres y los dioses, entre los vivos y los espíritus antepasados. Llama a la guerra, resuena en las bodas y en los funerales, y trasmite los mensajes a los pueblos vecinos. Más que un instrumento musical, es un ente vivo, al cual se le “alimenta” mediante sacrificios propiciatorios, rodeándosele de un ceremonial complejo en su cuidado y percusión. El bienestar del grupo se considera ligado íntimamente al tambor. Su pérdida o destrucción conlleva la desgracia y la muerte (p. 250).
También refiere la manera en que el tambor se ha imbricado en la música cubana:
La ascensión social del tambor es un reflejo de la de negros y mulatos. Hoy no se concibe música cubana moderna donde no resuenen los golpes pausados o encendidos de sus parches, marcando el ritmo de las canciones románticas o haciendo hervir la sangre en sones, congas, rumbas y mozambiques. El tambor es el rey de nuestros instrumentos musicales. Pero ha sido largo el camino; largo y difícil (p. 237).
Y recoge el testimonio de uno de los grandes percusionistas cubanos, cuyo nombre Furé rescata del olvido. Trinidad Torregrosa es uno de los fundadores del Folclórico Nacional, cuentan que fue él quien presentó a Merceditas Valdés a Fernando Ortiz, y que durante largos años mantuvo en secreto la forma de construir y tocar los tambores:
En esa época los aprendices se paraban detrás del tambor, para ver cómo aquellos viejos tocaban. Como no teníamos dinero para pagarles las clases, nos pegábamos a ellos. Les hacíamos los mandados, les cargábamos los tambores cuando había toque, y hasta algunas veces ayudábamos a construirlos y a forrarlos. A cambio nos enseñaban. Aprendíamos “de oído” los ritmos (p. 259).
Patakíes, refranes, cantos a los orichas son un reflejo de la rica oralidad que heredamos de ese gran continente que es África. Furé trabajó arduamente para publicarla:
En las sentinas de los barcos negreros no solo llegaron los cuerpos maltrechos de los cautivos africanos, su música y sus dioses, unos dioses también cautivos que finalmente se apoderaron de todos los ojos de agua, de todos los árboles y los rayos de luz de nuestra isla. Esos hombres, a pesar de la diáspora, del maltrato y la humillación, salvaron su humanidad y lo más sutil de sus creaciones: la literatura. Nuestro pueblo ha sabido guardar esa herencia por tradición oral, que es la más próxima al corazón. Y hoy es posible recopilar de su boca, cientos de mitos, fábulas, leyendas, refranes, poemas, fórmulas rituales, etcétera, en sus lenguas originales o vertidas “al cubano”. Literatura de una asombrosa riqueza y variedad, y que en su mayoría permanece inédita (p. 270).
“Nuestro pueblo ha sabido guardar esa herencia por tradición oral, que es la más próxima al corazón”.
Diálogo con Manuel Mendive
El artista visual Manuel Mendive convocó la atención de Furé. Autor de una vasta obra donde las raíces africanas se despliegan en todo su esplendor a través de pinturas, esculturas, performances, grabados, colaboró durante muchos años con artistas del teatro y la danza:
Es difícil clasificar dentro de una escuela o tendencia determinada la obra de Mendive. No es simbolista ni primitivo, en el sentido europeo. Si bien su inspiración se hunde en antiguas raíces nacionales y su figuración se deriva de ciertas pinturas y esculturas que a veces descubrimos en casas de santos cubanas —especialmente en provincias— decorando paredes, vasijas o atributos rituales, y hasta en los manuscritos sagrados o Libretas, y por su carácter ingenuo constituyen como el último destello en Cuba del gran arte de los pueblos yorubá y dahomeyano del África Occidental; en toda su obra se advierte una sensibilidad contemporánea, una utilización de las técnicas más actuales. En la composición, en las texturas que logra crear, siempre está presente la inteligencia de un artista moderno, que desea expresar su visión del mundo y hallar un lenguaje propio partiendo de una de las más ricas tradiciones de su pueblo (p. 317).
Diálogo con Fernando Ortiz
La reverencia de Furé a Don Fernando Ortiz no se hace esperar:
Durante más de medio siglo, Ortiz estudió, analizó y marcó pautas a nuestro pueblo sobre su responsabilidad histórica como heredero de tradiciones seculares y como constructor de su futuro (p. 332).
Resalta el apoyo del sabio a las instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País, y el gesto de fundar la Sociedad del Folklore Cubano (1924), la Institución Hispanocubana de Cultura (1926), la Sociedad de Estudios Afrocubanos (1937) para promover los hitos culturales cubanos:
Nadie como él estudió las músicas, las danzas, las tradiciones religiosas, las instituciones sociales llegadas a Cuba desde las costas africanas. Nadie como él hizo tanto por salvar los valores primordiales de la cultura nacional. Puede asegurarse que no existe aspecto alguno —económico, social, religioso— de importancia en el proceso de integración de la cubanía que no haya sido estudiado y juzgado en sus obras (p. 339).
Furé dialoga con Furé
Para cerrar el libro, Furé lanza preguntas cuyas respuestas contribuyen al debate que tiene lugar en el ámbito danzario sobre las diversas maneras de llevar el folclor a la escena. Y comienza proponiendo su noción de folclor:
Considero folklore la cultura de un pueblo trasmitida generalmente por medio de la tradición oral; los usos y costumbres de un grupo humano en los que se reflejan sus vivencias, gustos, aspiraciones, concepción de la vida y de la muerte, etcétera, las formas de construir y adornar sus viviendas, la prosa y la poesía orales, los remedios y las comidas caseras, el arte popular, las creencias y supersticiones, la mitología, las músicas, danzas, fiestas y trajes tradicionales…, en fin, lo que ha sido llamado por algunos investigadores “saber popular”, o por otros, “cultura popular tradicional” (p. 345).
Otra de las interrogantes que todavía provoca opiniones disímiles versa sobre la necesidad de formar a los bailarines folclóricos. Furé expone:
Se debe estimular al artista popular, hacerlo más eficiente en el dominio de sus propias técnicas, enriquecerlo con el conocimiento de todas las tradiciones culturales valederas de la humanidad, pero no imponerle criterios artísticos que muchas veces corresponden, en la mayoría de nuestros países americanos, a concepciones culturales originadas en civilizaciones distintas (p. 349).
En la era de Internet, la presencia del folclor en nuestras vidas aún suscita emociones:
—¿Y qué me puedes decir sobre la estaticidad y desarrollo del folklore?
Uno de los rasgos característicos del hecho folklórico lo constituye la tradición, que es a su vez uno de los elementos estáticos de la cultura, pues trasmite usos y costumbres, creencias y técnicas del pasado a las nuevas generaciones, las cuales, gracias a la tradición, entonan cantos, ejecutan danzas, ingieren comidas, repiten cuentos o proverbios, etcétera, surgidos en épocas anteriores, y a veces en civilizaciones que pertenecen a un nivel de desarrollo socio-económico distinto de aquel en que sobreviven. Estas llamadas supervivencias constituyen otro de los elementos estáticos de la cultura presente en el folklore. La tradición trasmite, la supervivencia fija. Ambas evitan que se desintegre un valor de civilización, o un hecho folklórico, con el transcurrir del tiempo. Son conservadoras, tienden a congelar la manifestación cultural en la forma en que la ejecutaban los viejos. Sin embargo, ya dijimos que el folklore es producto de la sociedad, del conglomerado humano, y como este, se desarrolla, está condicionado por todos los procesos de cambio que afectan la vida social (p. 354).
“Uno de los rasgos característicos del hecho folklórico lo constituye la tradición, que es a su vez uno de los elementos estáticos de la cultura (…)”.
La trayectoria vital de Rogelio Agustín Martínez Furé llegó a su final el pasado 10 de octubre, fecha significativa para la patria, que marca el inicio de las guerras independentistas en las que se involucraron cubanos de todos los colores y de todas las clases sociales. Tenía mucho más que aportar Furé porque su obra abarcó muchas zonas. Se recuerda su impronta en el Guiñol de los hermanos Camejo, su colaboración con Tomás Gutiérrez Alea en el filme La última cena, la creación del grupo Oru junto a su amigo Sergio Vitier. También se agradece su labor como pedagogo en el sistema de enseñanza artística del país.
A menudo escucho citar a Furé. Ahora, para despedirlo y agradecerle la herencia que nos lega, reproduzco la frase completa:
El mundo ha cambiado, pero nuestra identidad se ha ido reforzando más y más. Y es que la identidad de los pueblos es como un gran río de aguas siempre renovadas que al final desemboca en el océano de la Humanidad. Los componentes diversos que nos conforman son como los hilos en la trama de una tela: diferentes más se van complementado. Ahí radica la fuerza del tejido. (Entrevista concedida a José Luis Estrada, en febrero de 2016, para Juventud Rebelde).
“(…) la identidad de los pueblos es como un gran río de aguas siempre renovadas que al final desemboca en el océano de la Humanidad”.