Hay motivos para celebrar en este 2023 el Día del Libro Cubano, no solo desde una perspectiva histórica, sino a partir de realidades que han ido emergiendo en medio de obstáculos y ansiedades. En medio de avatares que influyen negativamente en la mermada vitalidad de la industria poligráfica, como el aumento vertiginoso de los precios internacionales del papel y otros insumos, a contracorriente de la precariedad material derivada del recrudecimiento de la guerra económica y financiera de los Estados Unidos contra Cuba, por encima de la crisis económica que azota al mundo a consecuencia de la pandemia de la COVID-19, la presencia del libro en la vida cultural de la nación sigue siendo una realidad incuestionable, sostenida por la voluntad política del Estado revolucionario.
“En la formación de nuevos lectores debemos pensar —y aceleradamente actuar—, para que el ciudadano que hará suyo el tiempo por venir sea mucho más pleno”.
La reciente versión de la Feria Internacional del Libro, con su recorrido desde las sedes habaneras hasta sus sucesivas etapas territoriales, demostró que la literatura, en sus más diversos géneros, manifestaciones y formatos, no ha dejado de ser ni estar entre los bienes que nutren el espíritu de los cubanos.
Aun cuando reconozcamos los déficits acumulados en la materialización de los planes editoriales de los dos últimos años y las grietas que conspiran contra el eslabonamiento del ciclo que comprende la edición, la circulación, la comercialización y la recepción de las publicaciones, la disponibilidad de más de 4 000 000 de ejemplares y unos 5000 títulos sustentaron la trama ferial. Solo en La Habana se vendieron 700 000 ejemplares.
Dicho sea esto sin dejar el menor resquicio a la complacencia. Que en el más reciente recuento haya 20 librerías cerradas y 47 en mal estado a lo largo del país, duele. Pero mucho más duele cada vez que se pierde una oportunidad de situar el libro y la lectura en su lugar por ineficiencias en el funcionamiento de los consejos asesores de algunas editoriales, por rutinarias prácticas persistentes en la distribución y circulación, o por carencias y desajustes promocionales.
Se trata de cerrar brechas, apelar a la creatividad, impulsar alternativas y pasar del diagnóstico a la acción en el sistema de instituciones relacionadas con el libro, incluyendo, desde luego, la red de bibliotecas públicas y escolares, los medios de comunicación, las escuelas y universidades y los autores.
Precisamente los escritores, agrupados en la Uneac y la Asociación Hermanos Saíz, se han convertido no solo en observadores críticos de lo que sucede con el libro y la lectura en cada territorio y comunidad del país, sino también en aliados comprometidos con la gestión del Instituto Cubano del Libro y el sistema editorial.
Entre los temas que preocupan a los autores me detengo en dos: la falta de sistematicidad y dispersión de la crítica literaria —lo cual repercute en que no exista una debida jerarquización de las producciones editoriales ni un acompañamiento consecuente con las expectativas de fomentar el gusto por la lectura—, y los vacíos que todavía persisten en cuanto a la representación de los más valiosos exponentes cubanos de literatura infantil y juvenil en los programas de estudio de las escuelas.
También los autores se miran por dentro. Todavía las publicaciones digitales se valoran erróneamente por algunos escritores como la “muerte” del libro de papel y no como otro soporte que debe acompañarlo. Hoy en el mundo se publican millones de libros digitales que inundan el mercado internacional. La crisis y los altos precios del papel afectan a todos. Pero nuestro país no ha renunciado a la impresión de libros en papel ni el libro digital significa una solución transitoria. Se aprecia falta de información sobre el alcance de los libros digitales que se publican por las editoriales cubanas, cómo y dónde adquirirlos, qué precio tienen, cómo se pagará el derecho de autor a los escritores, en qué plataformas podrán venderse en Cuba y en el extranjero. El comercio electrónico del libro digital es terreno por cosechar.
No tendría sentido el Día del Libro Cubano sin los lectores. En ellos pensó Fidel cuando tempranamente animó el tránsito del dicho al hecho: “No le decimos al pueblo, cree; le decimos, lee”, se tradujo en la fundación de la Imprenta Nacional de Cuba el 31 de marzo de 1959, en la Campaña de Alfabetización, en las masivas tiradas de clásicos en la colección Biblioteca del Pueblo, en la creación del sistema de ediciones territoriales.
En la formación de nuevos lectores debemos pensar —y aceleradamente actuar—, para que el ciudadano que hará suyo el tiempo por venir sea mucho más pleno.