“El paisaje interior está contra el hombre, y
no solo lo desampara sino que lo hostiliza”.
Marta Traba
“La luz es el blanco de la sombra. Pero es la pupila negra la que ve”.
Lars Forsell
Hasta finales de este mes, la galería Villa Manuela de El Vedado acoge la exposición Aura, del joven pintor trinitario Yasiel Elizagaray, radicado recientemente en la capital. Se trata de una arriesgada apuesta estética, pues aunque su estilo y destreza, ya probados en anteriores muestras, atraen por igual a críticos, público interesado y coleccionistas, Aura no deja de ser un atrevido recorrido a pie y descalzo por el filo de una navaja.
Pintar las distorsiones de rostros puede ser menos atrevido que la de los cuerpos femeninos. Estos han sido considerados históricamente los depositarios y paradigmas de la belleza en una cultura tradicionalmente machista y heteronormativa. La existencia del espejo argumenta en cada caso lo complejo de la operatoria de Yasiel. Decía el gran poeta lusitano Fernando Pessoa que el que inventó el espejo había envenenado el alma humana, y no le faltó razón. Una de las piezas de la muestra, probablemente una de las más logradas, Aura número 11, está en relación directa con la idea de Pessoa. La modelo se observa en el cristal y obtiene una imagen sorprendente. Ahora, más que el efecto de irrealidad (presente en su muestra anterior, Ánimas), aquí el artista se encarga de pintar lo horrendo que puede residir en la anatomía femenina y eso es casi que un sacrilegio.
“Aura no deja de ser un atrevido recorrido a pie y descalzo por el filo de una navaja”.
El cuerpo de la mujer ha sido considerado culturalmente como la metáfora del universo. Fecundidad, erotismo, belleza morfológica y sexualidad nutren esa capacidad de símil absoluto que ha ostentado siempre, a lo largo de la historia humana (y la del arte). De manera que pintar lo horrendo a partir de la anatomía femenina es un riesgo potencial que asume con arrojo este joven artista. Su tentativa es ir a contracorriente, desafiando siglos de cultura y arte visual. El arte tiene razones que la razón más tradicional no comprende.
En las palabras al catálogo la intelectual y crítica de arte Elvia Rosa Castro apunta: “Elizagaray (…) pinta desde un espacio de resistencia, donde lo grotesco, deforme y extravagante aparecen orgullosamente alejados de la convención y la norma”, con lo que aporta una perspectiva útil en el análisis de esta peculiar exposición. Se podría apostillar que no solo es un acto de resistencia, sino, también, un acto de fe, porque la confianza en sí mismo demostrada por el pintor es notoria.
Obviamente, las mujeres pintadas por el artista están desprovistas de todo propósito erótico, son como la otra cara de la moneda de lo femenino, el otrora bello sexo. En Aura, lo que se expone es su capacidad bifronte, expresada como naturaleza. El artista parece decirnos que todos podemos aspirar a una belleza convencional, pero que hay otro lado oscuro que connota lo opuesto y que forma parte de la representación plástica y del pensamiento filosófico sobre el cuerpo: la enfermedad, el delirio, lo monstruoso, las malformaciones, el accidente, la muerte. Sin embargo, esas mujeres no dan la impresión de estar derrotadas ni rotas. ¿La vida no es así? Uno tan real como el otro, el lado oscuro y el luminoso, ambos forman parte de la simbología que, a lo largo de la historia, el arte ha engendrado sobre el cuerpo. No olvidemos que en todo ese largo itinerario de la historia del arte existió lo que se denominó la anti-forma y que grandes maestros de la pintura marcaron una huella desde esa posición (Chaim Soutine, Francis Bacon, José Luis Cuevas, Jean Dubuffet, entre otros). Elizagaray es heredero de ese momento y de ellos.
De forma tal que el planteamiento de Ánimas, que no era sencillo, ha sido complejizado con esta exposición. Elizagaray ha demostrado nuevamente su habilidad y dominio pictóricos, el trazo grueso, la pincelada dúctil, las inteligentes combinaciones de colores y tonalidades, los ambientes lúgubres, la configuración de personajes deformes, pero que no han perdido su humanidad esencial. Eso es lo que lo define y hace atractivo, tanto como su propuesta temática. Para él, la apariencia de la mujer no es la de un sujeto único e irrepetible como referencia de lo bello, sino la de un modelo que puede, en iguales proporciones visuales, ofrecer el otro lado, la otra cara de la moneda. El artista no ha vulnerado las apariencias de sus mujeres, ya ellas estaban torturadas síquicamente cuando las comenzó a pintar. Ellas representan el lado oscuro de la existencia.
La aplicación de violencia morfológica operada sobre estas mujeres-imágenes está hecha ex profeso, es el discurso del artista, ellas pretenden deshacerse de las miradas enaltecedoras de la belleza, la moda y los derivados del deseo y la sexualidad más usuales, ya que su creador así lo decidió. Elizagaray va directamente y sin prejuicios hacia el trasfondo o trasvase del espejo, hurga detrás de la superficie especular, se sumerge en un trasmundo amargo y hasta repugnante. Sus mujeres son así, heridas y deformadas, pero ellas. Estas mujeres no son defectuosas, sino que son así, humanas a su manera. Son mujeres consumidas desde adentro, desde su difícil y tensa relación con la vida que, a todas luces, ha sido precaria, angustiosa o torturante, en situaciones límites pudiera decirse. La vida puede ser así de lacerante e injusta con mucha gente, como es sabido.
De tal manera se hace lógico que existan públicos que puedan esgrimir una mueca de disgusto ante las piezas y dar la espalda. Y sería absolutamente natural. Está previsto por el artista que no busca unanimidad ni consenso, solo comprensión. No hay morbo, solo una representación de la vida en su lado amargo y difícil.
Privar al cuerpo femenino de su sentido estético y erótico posee un precio, y es el que paga el artista (y la obra) cuando los espectadores admiran su trabajo, pero lo rechazan, solo lo aprecian un tanto porque posee todos los atributos requeridos, está exhibido en una galería importante y cuenta con un catálogo y un spot promocional en la televisión. Y, sobre todo, porque está bien realizado, es arte, guste o no.
El artista pinta de esta manera porque es lo que necesita expresar y trasladar como lenguaje visual. Es lo que siente y ve. Eso a veces se le escapa a los degustadores. ¿Desea molestar y provocar? Por supuesto. El arte posee esas capacidades y los artistas apelan a ella con frecuencia, pero Elizagaray lo hace también porque ha creado estas piezas bajo la intensa presión de una profunda necesidad expresiva, esa que he tratado de traducir con mis palabras.
Aura es una muestra sumamente interesante, curada por el propio Elizagaray y con museografía de la galería Villa Manuela. Se trata de una de las más atractivas propuestas del panorama artístico capitalino en los meses de septiembre-octubre y pudiéramos decir que de lo que va de año. Este es un artista a seguir de cerca, ya la crítica y los coleccionistas han puesto sus pupilas en su trabajo, esperemos sus próximas exhibiciones.