Desmientan al que diga que la Trova ya murió

Reinaldo Cedeño Pineda
23/3/2017

En un rincón de la Casa de la Trova santiaguera, entre las leyendas musicales detenidas por el pincel del maestro Ferrer Cabello o la fotografía, asoma el fragmento de un reconocido tema: “Desmientan al que diga que la trova ya murió / la trova no ha muerto, no”.

Tal es la filosofía que sostiene un lugar ya mítico. Es la misma del Festival de la Trova Pepe Sánchez que desarrolló en Santiago de Cuba su edición más reciente, la número 55. No hablamos de perfecciones, pero medio siglo y más, no es tarea fácil. Será lo primero a remarcar: el compromiso con la tradición, el tributo a los grandes, el escenario dispuesto para los continuadores…


El Encuentro de Septetos es siempre un momento esperado. Fotos: Cortesía del autor

Siempre me he preguntado por qué Santiago de Cuba. ¿Qué sortilegio asiste a esta ciudad, a sus calles, al semillero infinito de guitarreros? ¿Dónde hallaron la poesía conmovedora y eterna? Dice Eliades Ochoa ―uno de los ilustres en este convite―, que será acaso porque aquí el ron se toma al palo y la música sale de la tierra, o porque la tierra tiembla; pero la gente no…

Todo vuelve cuando escuchas a Eduardo Sosa, voz y estirpe, cantando temas antológicos como si fueran suyos. O el tres de Pancho Amat. Y, claro, cuando el dueto de Grisel Gómez y su guitarrista Gabino Jardines hacen “Perla Marina”, en la mismísima Casa de la Trova. Ella posee un carisma de excepción, un registro profundo;  él es un experimentado que ha acompañado a varias de las mejores.

Ellos son de esos nombres que deberían asomar, de esas propuestas que deberían estar en nuestros medios y espacios musicales. De esas ausencias de la trova, La Jiribilla ha hecho exégesis  en otras ocasiones, porque el Festival se acaba; pero la trova sigue. La trova de todas las edades, sea dicho.

Hubo guitarra e inspiración con un trovador de la talla de Pedro Luis Ferrer. Oírle cantar las creaciones de ahora mismo, las canciones de los últimos años, la inolvidable Santiago, cuna y pan… es todo un acontecimiento. Sus ansias siguen flotando en el aire.

El Festival se expandió, como debía ser. Tomó parques emblemáticos, se internó en los municipios, presentó libros (por supuesto, el investigador Lino Betancourt al frente). Visitó centros culturales, incluida la Universidad de Oriente en sus setenta años de aporte a la cultura cubana. Se abrillantó en la peña de José Aquiles, en el Encuentro de Septetos…

Regaló el CD Las cosas de mi Cuba de la agrupación Los Guanches o el estreno del clip Mujeres en Soledad con el septeto Ecos del Tivolí, buen pretexto para festejar sus 25 años. El punto curioso anótesele a la expo de discos de vinilo de Sindo Garay en la Casa Dranguet, que hizo emerger el esplendor y diseño de los viejos tiempos.


La  música cubana no tiene fronteras

Hubo un alto para celebrar los 90 años de una agrupación única como la Estudiantina Invasora (Inaudis Paisán y Roberto Nápoles como dioses tutelares) y los 150 del natalicio del propio Sindo Garay, el genio de la trova. Era imprescindible. En torno a esta última conmemoración giró la cita. Y lo hizo de la mejor manera, enarbolando sus canciones como una bandera.

Escuché a un gran conocedor de la música cubana como el español Antonio Mora, reclamar por qué no se filma el evento teórico realizado en la sede santiaguera de la UNEAC. Lleva razón. Lo que los especialistas desgranan, suele quedarse en un circuito demasiado estrecho. La memoria es siempre inexcusable.

Entre lo más fértil de esas jornadas, valdrá la pena comentar el acercamiento a las relaciones Cuba-Estados Unidos, vistas desde el legado trovadoresco, por parte de Liliana Casanella Cué, especialista del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana (CIDMUC).

En tal sentido, la autora recordó piezas de diferentes épocas como “Patria mía” (Alberto Villalón) y “Tratado de paz” (Sindo); “Rompiendo las relaciones” (Carlos Puebla) y en fechas más recientes, temas de la autoría de Carlos Varela, Frank Delgado y Tony Ávila, entre otros.


La investigadora Liliana Casanella

En estos días, he visto a personas de varias partes del mundo, atentas, paladeando, disfrutando las canciones imbatibles de la trova. Y, por supuesto, bailando, intentando conectar con la vena más genuina de nuestro sabor. Con esas imágenes me quedo. Al fin y al cabo, una tradición no se salva apegándose al rescoldo, sino a la llama.

Lo más importante del Festival de la Trova Pepe Sánchez es la permanencia, insisto. La certeza de saber que la música (investigación incluida) vendrá otra vez a Santiago. Que, a pesar de los pesares, marzo es mes de trova. Y que en el espíritu mismo de una guitarra, Cuba asoma.