¿Deseas ser el vecino de arriba o el de abajo?
Demasiado tarde. Cuando es ya demasiado tarde para recoger los pedazos e intentar arreglar lo que se rompió durante años, no hay mejor solución que abrazarse y despedirse. La sensación de que nada puede hacerse, aunque el otro no desee darse por vencido, es aplastante. Entonces no hacen falta ni las palabras para decirse, mirándose a los ojos, que ya es demasiado tarde.
“Sí, comedia, con todo el divertimento y las risas que eso implica, pero reflexiva hacia lo interno”.
Honestamente todos queremos evitar que llegue ese momento, ese terrible instante en el que, efectivamente puede sentirse que ya es demasiado tarde. Por eso hay que hablar, contar lo que nos sucede, motivar, analizar juntos, atreverse a tomar nuevos rumbos, desterrar rutinas, pedir ayuda si es preciso… mientras exista un sentimiento que lo amerite y al que no le caigan encima el peso de las frustraciones, las tristezas, las insatisfacciones, las lágrimas, los pesares.
Salir de la sala de Argos Teatro —que sigue siendo excesivamente pequeña para todo el mérito ganado por Carlos Celdrán y su equipo durante años—con el pecho apretado puede haber sido la sensación compartida de algunos de los que fuimos parte del público que disfrutó este primer fin de semana de la comedia Los vecinos de arriba. ¿Comedia? Sí, comedia, con todo el divertimento y las risas que eso implica, pero reflexiva hacia lo interno, si así nos lo permitimos.
Muchos salieron comentando de cada uno de los chistes, las actuaciones logradas en su totalidad, las palabras que los llevaron al clímax de la relajación burlesca… pero reitero, detrás de todas las bromas y las risas, un llamado a salvar toda relación de pareja es la esencia.
Así se lo propuso el multipremiado guionista y director cinematográfico español Cesc Gay, quien se había acercado al teatro con una adaptación para cine de la obra Krámpack en el año 2000 y que cinco años después escribió y dirigió esta, con tantas versiones en diferentes latitudes.
Llega su obra, inspirada en una vivencia personal, a La Habana del 2023, bajo la dirección del conocido actor cubano Caleb Casas, quien llevó al escenario —¡enhorabuena!— a un elenco que, sin dudas, le garantizaría el éxito.
Jacqueline Arenal y Eduardo Martínez (quien alterna con Osvaldo Doimeadiós) y Laura de la Uz con Carlos Luis González (quien alterna con el propio Caleb) encarnan a Ana y Julio y a Laura y Salva, respectivamente. Esa sabia elección actoral, esos dúos perfectamente engranados, dotan a la puesta en escena de total organicidad, en tanto cada uno asume su personaje de manera impecable.
Jacqueline y Laura se llevarían los aplausos siempre, lo sabemos, y tenerlas en el teatro fue una alegría inmensa (para ellas) y para el público que vino, desde lejanos puntos de la ciudad, incluso, para confirmarlo. Eduardo y Carlos Luis, los actores que pude ver en mi visita al teatro, convincentes. El primero, quizás menos mediático para un público más joven, y en franca armonía con el sarcasmo y la ironía que caracterizan a su Julio. El segundo, a quien recuerdo en su debut con Argos Teatro en la obra Mecánica, vista en esa misma sala, con una calurosa acogida de la crítica especializada.
¿Otros aciertos de la propuesta? Sencillez en el diseño escenográfico, lo justamente necesario. La calidez de cada gesto, cada movimiento escénico; lo naturalmente espontáneo de cada diálogo. La música, la voz desgarradora de Benny Moré en “Te quedarás”, al inicio y en “Oh, vida”, al final. La iluminación, mesurada… Cada pieza encaja.
Comedia al fin, provoca risas, pero insisto, aborda temas muy serios, aun cuando aborda el intercambio de parejas en el ámbito sexual de una manera tan jocosa. Y 15 años atrás o hacia adelante, tendrá la misma recepción de ahora, porque mientras los seres humanos aspiremos a vivir en pareja, las habrá monótonas, rígidas y descoloridas tanto como desprejuiciadas, sensuales y osadas. Todas deberán aprender a convivir y cada uno reirá o llorará, según decida qué es lo mejor. Y el lugar que se ocupa en un edificio, cual la vida, puede definirlo todo.
¿Deseas ser el vecino de arriba o el de abajo?