Desde Yara hasta el Zanjón
16/3/2021
Bajo este título, Enrique Collazo Tejada dio a luz su primer libro en 1893, considerado en la historiografia cubana como una obra de temática histórica, como así lo indican esos dos lugares del inicio y del final de la Guerra de los Diez Años. Es indudable que el autor entregó una narración del proceso bélico entre 1868 y 1878, lo cual es propio de una pieza preocupada por explicar un periodo decisivo de nuestra formación nacional. Sin embargo, el objetivo de Collazo fue más allá de seguir una suceción de hechos para, desde ellos, ofrecer un análisis de las razones del fracaso de aquel esfuerzo heroico, con amplio espacio al proceso pacificador del Pacto del Zanjón, del cual él fue uno de sus protagonistas.
Curiosa y seguramente dolorosa la situación personal del entonces comandante, quien en su campamento votó en contra y luego fue electo miembro del Comité del Centro, creado en Camagüey para recorrer los puntos de concentración de las fuerzas insurrectas y tomar sus criterios de aceptación o rechazo del Pacto, sin independencia y sin abolición de la esclavitud, los dos grandes propósitos que motivaron la apelación a la lucha armada el 10 de Octubre. Es probable que de, alguna manera, entre las motivaciones de Collazo para redactar el libro estuviera su deseo de esclarecer su propia actuación personal. Pero, por encima de ello, a mi juicio, su indudable y noble patriotismo, demostrado a lo largo de su existencia, le provocó el empeño de extraer las experiencias negativas de aquel magno esfuerzo para que aquellas no se repitieran en un nuevo esfuerzo libertador.
Desde Yara hasta el Zanjón tuvo dos ediciones en La Habana en 1893, muestra de la acogida favorable en un país entonces con una alta tasa de analfabetismo. Obsérvese que desde el año anterior existía en las emigraciones el Partido Revolucionario Cubano, fundado por José Martí, al igual que circulaba el periódico Patria por lo que el tema de la independencia y de la vía armada para alcanzarla se debatía en diversos círculos de la sociedad insular, además de que el régimen colonial atravesaba por un creciente proceso de crisis ante su incapacidad para introducir reformas en esa relación como la autonomía, a la vez que la economía se vinculaba aceleradamente con la de Estados Unidos, asunto favorecido por el Tratado Foster-Canovas, que contribuía a hacer del vecino del norte el centro comercial. Y, en consecuencia, la anexión hacia ese estado iba resultando atractiva para ciertos sectores.
El libro de Collazo desempeñaba el rol de sustentar el ideal de independencia al advertir acerca de los errores que dieron al traste con la guerra grande y, de hecho, preparaba para las nuevas concepciones unitarias que se movían en el campo patriótico. Resultaba, pues, además de un relato histórico, sobre todo un análisis político para el campo independentista. Su tesis central se anuncia desde el texto que abría el libro, las palabras de un patriota venezolano al ser proclamado Simón Bolívar como Dictador en 1814: en vez de organizar un gobierno representativo, con asambleas y cuerpos legislativos, los cuales podían establecerse luego de vencer al enemigo colonialista. En dos palabras: la guerra por la independencia exige un mando fuerte y unificado, lo que no se logró con la Constitución de Guáimaro, que dio el poder a la Cámara de Representantes.
Collazo estructuró su exposición en función de esa tesis. Son seis capítulos en que el primero sustenta, con acierto, cómo la colonia era una sociedad dividida por estamentos sociales basados en las razas y en la esclavitud, y que el 10 de Octubre fue impulsado por el fracaso de la Junta de Información que desengañó a muchos que habían aspirado a reformas con España.
Los otros capítulos se organizan a partir de las presidencias de la República en Armas, con lo cual se evidencia que su interés no fue describir la historia militar de la contienda sino cómo esta se desarrolló con un sistema institucional desfavorecedor. Por tanto, analiza lo ocurrido durante el mandato de Céspedes, sometido a la tensión permanente por la Cámara hasta su deposición, acto considerado perfectamente legal por Collazo, dado el precepto constitucional que concedió semejante prerrogativa al órgano legislativo. Pero nuestro autor, formado en la escuela de Artillería de Segovia, en España, e incorporado al ejército mambí desde su desembarco en una expedición en 1869, comprendió de inmediato la necesidad de un poder patriótico unificado y fuerte para alcanzar la victoria por el uso de las armas. Por ello, califica la destitución del Padre de la Patria “el hecho culminante de la Revolución Cubana y el punto de partida de nuestras desventuras” y “se echó al aire la semilla que sembrada por malas manos, había de germinar más adelante en las Lagunas de Varona”. Es interesante apreciar que este criterio ha sido sostenido hasta el presente por la mayoría de los estudiosos de la Guerra de los Diez Años.
Los capítulos dedicados a las presidencias de Salvador Cisneros Betancourt, Juan Bautista Spottorno y Tomás Estrada Palma son más breves y enfatizan cómo se fue abonando la semilla de las divisiones, que condujeron a las indisciplinas de jefes y tropas, y al desmoronamiento del espíritu combativo del ejército y de la unidad entre los líderes. Por ello el capítulo final, titulado “La Paz”, es el más extenso y detallado. En él, Collazo se asienta en el papel destacado que le correspondió en el Comité del Centro. Este es el momento en que hace uso de numerosos documentos en apoyo de su análisis y, aunque no denuesta de su conducta, detalla de tal manera la conducta del general Vicente García que infiltra en el lector la atribución de una alta responsabilidad del caudillo tunero en el triste fin de la lucha.
De todos modos, es notable la insistencia explícita de Collazo, como se señaló en cuanto a la deposición de Céspedes, de no emitir juicios condenatorios directos, mucho menos ofensivos acerca de las personalidades significativas, por más que haga patente su desacuerdo con las actuaciones de algunos, como Vicente García y Tomás Estrada Palma. Hay que reconocerle al autor, que esa contención crítica evidencia un infrecuente afán unitario tras el fin de la guerra, probablemente acrecentado por los signos de concertación en el campo patriótico en el momento en que se publicó el libro, como he referido antes
A diferencia del otro libro pionero sobre la Guerra de los Diez Años de otro combatiente en ella, La Revolución de Yara, 1868-1878, del coronel Fernando Figueredo Socarrás, rica y detallada narración en cuanto a las peripecias de aquellos diez años por quien fue protagonista durante ellos en posiciones claves desde el principio hasta el fin, Desde Yara hasta el Zanjón resalta por su evaluación del conjunto y de sus momentos decisivos. Por eso el análisis político se privilegia sobre el histórico en sus gamas y detalles, lo cual no ha sido óbice para que esta obra se haya considerado una pieza importante en el terreno de la historiografía nacional y hoy sea un clásico en la bibliografía sobre la épica patriótica del 68, por lo que hay que ratificar a Enrique Collazo “como uno de los más cabales representantes de la tradición ideológica revolucionaria cubana, según escribió el historiador Julio Le Riverend Brusone al final de su valiosa “Introducción” a la edición de 1967, en una colección por el centenario de la Revolución de1868. Por ello, pasados ya 54 años, es tiempo de entregar a las generaciones actuales una nueva edición de Desde Yara hasta el Zanjón.
*Académico de número de la Academia de la Historia de Cuba