Del tiempo, los cambios y la memoria viva de 1994

Rubén Darío Salazar
9/8/2018

El 16 de julio de 1994, casi un mes antes de que me empeñara en fundar con un grupo de amigosTeatro de Las Estaciones, se celebró en La Habana, bajo el auspicio del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, una jornada escénica especial bajo el título Memoria Viva de Teatro para Niños, la cual conmemoró los 35 años del teatro profesional para los más pequeños en Cuba, a partir de 1959. Haber vivido como joven actor titiritero de la prestigiosa compañía matancera Teatro Papalote aquella programación antológica, me posibilita hoy evocar, pensar ydefinir el lapso sucedido entre esos días pasados y la actualidad como un cambio de tiempo.

Agrupaciones teatrales de toda la Isla llenaron los quince espacios habilitados para las diferentes representaciones. Del oriente del país llegó el Guiñol Santiago con los espectáculos Agué el pavorreal y las guineas reinas, una pieza de Yulki Cary sobre la cultura popular tradicional de origen africano, con puesta en escena del recientemente desaparecido Rafael Meléndez, fundador de la agrupación. Los chichiricús de la charca, codirigido por Meléndez con otro experimentado, el actor titiritero Orlando Barthelemy, conformaron la presencia en La Habana de un colectivo que acaba de ser desintegrado tras el fallecimiento de su principal líder.


Ague el pavo real y las guineas reinas. Guiñol Santiago. Fotos: Cortesía del autor
 

Así acontecen los cambios de tiempo. La espiral del desarrollo artístico genera fuertes movimientos. ¿Existe en la provincia algún creador con liderazgo y resultados de atención, que le permitan asumir los nuevos rumbos del primer guiñol creado por la Revolución en 1961, con el apoyo de los hermanos Camejo y Carril? Me gustaría escuchar una respuesta surgida desde allí mismo. Alguna seña que le confirme al gremio titiritero cubano que los anteriores años de esplendor pueden regresar. Ya sabemos que nunca podrán ser iguales, pero al menos me complacería saber que en alguien vive la inquietud por intentarlo. Creo que alguna ayuda debería venir desde los propios colegas del teatro para niños nacional, apoyados por la institución rectora del teatro en la región.

De Villa Clara, tierra de un fuerte trabajo en el teatro para niños y de títeres, estuvo el Guiñol de Remedios Rabindranath Tagore, hoy nombrado Fidel Galbán, en honor a otro fallecido paladín de nuestros retablos, el cual fundó y dirigió durante mucho tiempo a ese destacado colectivo. Acudieron con piezas que aún se mantienen en el repertorio: El gato simple y Raulín y las flores, de la autoría del propio Galbán. En la actualidad el actor Jorge Luis Rojas está al frente del conjunto, reconstruyen su sede devastada por el huracán Irma. Hay allí jóvenes actores y actrices con talento y deseos de continuar la obra del maestro Fidel Galbán.Tengo la impresión de que con eso solo no basta para afrontar las transformaciones generadas por los adioses de importantes figuras del grupo, la furia de la naturaleza y los problemas económicos y materiales que influyen en el acto creativo.

El otro grupo villareño, Teatro de la Octava Villa, asentado también en Remedios, representó la obra Galápago del dramaturgo Salvador Lemis, bajo la dirección de Carlos Chirino. Después de este evento la vida del grupo fue muy breve. Corría el llamado período especial, sobrevivir en el medio teatral era cuestión de mucho, muchísimo empeño.

El Teatro Papalote, de Matanzas, presentó Los Ibeyis y el Diablo, un texto de René Fernández, estrenado en 1992, que se mantiene aún en el repertorio del actual grupo, después de haberlo defendido distintos elencos. Me place haber interpretado al primer Satanás de origen castellano, congo y lucumí. En 2007 Fernández Santana recibió el Premio Nacional de Teatro. Fue el primer artista del teatro de títeres en recibir este prestigioso galardón. En este cambio de tiempo, el maestro se mantiene en activo desde un ejercicio pedagógico y artístico reconocido.

La memoria viva de aquel evento registra en la programación una abultada asistencia de la antigua provincia habanera y de Ciudad de La Habana. El desaparecido Teatro del Sol asumía en reposición Patakín de una muñeca negra, dirigido por Alberto Curbelo y Trinidad Rolando. Un suceso escénico para niños en su momento del que aún guardo gratos recuerdos. El mítico e inexistente en la actualidad Teatro Estudio, en su quehacer para los más chicos, llevó a las tablas La Cenicienta, al mando de Luis Brunet, otro director fallecido, que tuvo estrechos vínculos con el Teatro Nacional de Guiñol en los dorados años sesenta. Otro grupo que tampoco continuó, Teatro Eclipse, bajo la dirección de Dimas Rolando, representó Juan Jaragán y el Diablo, notable éxito de la dupla Simón Casanova-Yulki Cary en los años ochenta.

Teatro Tropatrapo e Integración, liderados por Angelito Guilarte y Raciel Reyes, que continúan hoy su labor en la capital, propusieron El viajero, basado en texto de José Martí, con la singular poética del arte ligado al reciclaje, mientras Reyes puso en escena El gato manchado y la golondrina Siñá, basado en el hermoso cuento del escritor brasileño Jorge Amado. En activo también siguen la Compañía de Marionetas Hilos Mágicos y el Teatro de Muñecos Okantomí. El primero presentó La cucarachita Martina, de Abelardo Estorino, según la concepción de Jorge Martínez, otro inolvidable maestro que dijo adiós, y Carlos González. El segundo colectivo lució sus mejores galas con el espectáculo unipersonal Juegos titiritescos de Cuba, de su aún director general Pedro Valdés Piña, pequeña joya escénica con la que el destacado juglar recorrió varios países del mundo.

Uno de nuestros colectivos con mayor historia, el Teatro Nacional de Guiñol (TNG), se presentó con un compendio de montajes que dejaba ver las diferentes miradas teatrales de sus directores artísticos de aquel momento. Roberto Fernández, otro de los maestros lamentablemente ausentes, retomó la premiada obra Pluff el fantasmita, que se mantuvo durante largo tiempo en el repertorio de esa institución. La cucarachita Martina, de Estorino, fue según la visión de Xiomara Palacio, otra maestra fallecida y extrañada. El actual Premio Nacional de Teatro, Armando Morales, tributó a la memoria viva de nuestro teatro para niños y de títeres con su aplaudido montaje La lechuza ambiciosa, un título que defendían brillantemente él y Xiomara, con el concurso de la simpar Miriam Sánchez en Los tres pichones, que en los tempranos ochenta le montara Fernández Acosta. Cerraba la contribución del TNG la puesta en escena Fábula del insomnio, un texto de Joel Cano, estrenado por el inquieto Raúl Martín en 1992. Este creador no volvió a experimentar en los predios del universo teatral para nuestros príncipes enanos. Continuó su brillante trayectoria en el teatro sin muñecos para los adultos, fundando hace una veintena de años su Teatro de la Luna.


La lechuza ambiciosa. Teatro Nacional de Guiñol

 

En la actualidad, las puertas cerradas del Teatro Nacional de Guiñol colocan un signo de interrogación sobre el principal espacio para los títeres de la capital. Demasiada y significativa la tradición en la salita del edificio Focsa, como para darle la espalda y no pensar la forma en que se pudiera rescatar su presente. Hacerlo es como salvar una luz que debiera iluminar con su símbolo nuestro futuro.

De Guanabacoa el Teatro de La Villa, y de San Antonio de los Baños el Guiñol Los cuenteros, dos tropas que laboran en el hoy teatral cubano, representadas en aquel 1994 con piezas memorables como Papito y Érase una vez un mundo al revés, firmadas por un Armando Morales imbatible como director artístico en los comienzos de los años noventa, a las que se sumó Los tres cerditos, según el montaje de Tomás Hernández Guerrero. Los titiriteros de Félix Dardo, maestro querido y añorado, encantaron con El canto de la cigarra y El conejito Blas. La actriz titiritera Malawi Capote trabaja duro para continuar en nuestros tiempos el legado de Dardo, una marca de rica cubanía en la animación y la visualidad.

El teatro de títeres y para niños de la Isla de la Juventud, tuvo entre sus más señalados exponentes al grupo La carreta de los Pantoja con las obras El casamiento de doña Rana, según montaje de José Rodríguez Pantoja, a partir del conocido texto de Javier Villafañe, y Globito Manual, popular pieza del colombiano Carlos José Reyes, dirigido por Armando Morales. De 1994 a 2018, las noticias llegadas desde la tierra de la toronja se han ido haciendo cada vez más exiguas, hasta perderle la pista a aquella cuadrilla familiar y entusiasta.

Cerraba la programación, entre otras ofertas de exposiciones y coloquios, la reposición de El caballo de hierro, un texto para niños de José Milián, muy poco conocido, en una puesta en escena de Yulki Cary especialmente hecha para el grupo Caballito Blanco, de Pinar del Río, luego escindido en dos agrupaciones, de las que hoy sigue en activo Titirivida bajo la conducción de Luciano Beirán.

Casi veinticinco años después el panorama es otro en muchas zonas del país (Cienfuegos, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Holguín, Granma y Guantánamo), mediante conjuntos que no acudieron a la cita habanera, la cual de alguna manera suplió la ausencia que hasta hoy constatamos de un festival nacional de la especialidad. En la memoria viva de aquella histórica antología teatral no aparece la nueva hornada de titiriteros jóvenes que ya bullía, inmersa en algunas de las agrupaciones aquí mencionadas o en noveles colectivos como Teatro 2, Teatro Pálpito y El Trujamán, de Ciudad de La Habana, o Esperpento, de Ciego de Ávila.

Tras las despedidas físicas a personalidades imprescindibles del teatro para niños cubano, como el dramaturgo e investigador Freddy Artiles, el diseñador Jesús Ruíz, el director Mario Guerrero o el músico Héctor Angulo, artistas que desde los años sesenta y setenta, junto a otros meritorios creadores ya nombrados, revolucionaron las bases de un oficio milenario, asistimos a un cambio de tiempo inevitable. No hay que temerle a la palabra cambio, si nos lo proponemos, pudiera ser un vocablo similar a evolución, ascenso, desarrollo…, tampoco a la palabra tiempo, tengo fe en que deben sobrevenir mejores épocas para nuestros retablos.

Analizo el intento gigante de pasar revista a nuestro género en medio de una etapa difícil, y no puedo dejar de evocar a Lecsy Tejeda del Prado, por entonces presidenta del Consejo Nacional de las Artes Escénicas. Su apoyo y acompañamiento a los teatristas para niños y de títeres fue decisivo, un empuje aún no medido ni examinado. Ella forma parte de la memoria teatral de nuestro país.Su acción de ayer nos exige hoy un repaso que debe y tiene que trazarse nuevas metas, necesarios diálogos entre los artistas y la institución. Seguimos vivos. Esa es ya una condición que se levanta entre las remembranzas y clama fuerte por una vibración infinita de las artes.

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