Del heroísmo intelectual
16/11/2017
José Antonio Portuondo colocó, bajo el común calificativo de heroísmo intelectual, la semblanza de personalidades que se entregaron a una causa y arrostraron las consecuencias de esa conducta. A mi juicio, el concepto puede extenderse a quienes, eludiendo tentaciones cortesanas y beneficios del mercado, se entregan a una práctica artística, a una investigación científica y a un ejercicio profesional consecuente. No constituye paradoja, por ello, que un mismo día se conmemoren los centenarios de Virgilio Piñera y de Mirta Aguirre, personalidades situadas en puntos distantes del espectro ideológico. Virgilio desafió prejuicios para reivindicar una literatura con fidelidad a toda prueba. Mirta se atuvo a un compromiso político suscrito en su primera juventud. Por su origen de clase, su extensa cultura y su talento, hubiera podido encontrar mayor acomodo en la república neocolonial y después del triunfo de la Revolución, no temió en convertirse en personaje controvertido en el terreno de las ideas y de la cultura.
La generación ahora centenaria creció ideológicamente en el seno de la segunda etapa republicana que sucedió a la de “generales y doctores”, la década crítica y la dictadura de Machado. La influencia del marxismo se extendía por el mundo y había llegado a Cuba donde, como en todas partes, se perfilaban distintos matices respecto a un proyecto revolucionario que estaba a la orden del día en medio de un debate político caldeado por la amenaza fascista y las repercusiones de la guerra civil española.
Una señal evidente del cambio de atmósfera en el traspaso de una etapa republicana a la otra se manifestaba en el medio intelectual, preñado de inquietudes políticas en una generación que emergía en los institutos de Segunda Enseñanza, en las Escuelas Normales y en el entorno de la Universidad. La lucha contra Machado, los conflictos alrededor del gobierno de los Cien Días, la resistencia al golpe Batista-Mendieta-Caffery convocaron a la participación de las mujeres junto con sus compañeros de aula en manifestaciones y reuniones conspirativas, alentadas por la voluntad de renovar la vida y la nación al amparo de las ideas que llegaban de Europa y de la América Latina. Como había ocurrido algo antes con los minoristas, marcados por las mismas circunstancias, buena parte de la falange juvenil se dispersó, defraudada por la evolución de los acontecimientos. Muchos se replegaron hacia el ejercicio profesional. Sin embargo, un sector no se dejó vencer por el escepticismo. Se entregó al sacerdocio de una práctica artística o encontró otras formas de acción social, en algunos casos, los menos, a la militancia partidista. Unos y otros preparaban un futuro que, pensaban, conocería la humanidad todavía por nacer.
En el contexto epocal empezaban a delinearse conceptualmente los vínculos entre arte y sociedad, así como aquellos referidos a la necesaria proyección social de la cultura. En los años de entreguerras, el debate ideológico en este campo cobraba dimensión creciente, acentuada por las repercusiones de la guerra civil española que involucraba a los intelectuales más allá de compromisos partidistas. En México, cercano e influyente, la revolución había tenido en José Vasconcelos el artífice de una política, tangible en la obra de los muralistas, en la difusión editorial, en la red de bibliotecas y en la organización de talleres de todo tipo. Por lo demás, en las universidades del continente se expandían las prácticas extensionistas. Al mismo tiempo, los partidos comunistas se reorientaban hacia el impulso de frentes populares y la consolidación de alianzas. La hasta entonces prevaleciente tendencia obrerista se matizaba con el acercamiento de los escritores y artistas.
Los rasgos singulares de su personalidad combinaban la confianza en el mejoramiento humano con una mirada crítica hacia la fragilidad de la especie con la que, a pesar de sus limitaciones, había que trabajar.En esa atmósfera, a partir de los 30 del pasado siglo, traspasando los límites de su procedencia clasista, Mirta Aguirre asume los rigores de una militancia comunista. Lo hará de manera definitiva, con sacrificio de otras ambiciones, superando las contradicciones que, en alguna medida, debió sobrellevar. En acuerdo táctico —siempre muy discutido— con el Fulgencio Batista constituyentista, el Partido —nombrado ahora Socialista Popular— emerge de la clandestinidad, accede a espacios públicos y logra el control de un poderoso movimiento sindical. Llegará a tener un periódico —Hoy— y una emisora radial —1010—. Ha llegado la hora de definir los objetivos de una acción en el campo intelectual, donde existen diferencias en el sector de la izquierda derivadas de la orientación stalinista implantada en la Unión Soviética y de la asunción de las particularidades históricas de la América Latina. En el periódico Hoy, Mirta Aguirre se hace cargo de la crítica teatral y cinematográfica. Por definición, es el espacio consagrado a los aspectos más doctrinarios de la ideología partidista. La precaria aventura de la Cuba Sono-Films, intentará contribuir, mediante un audiovisual, a la concienciación de las masas obreras, mientras la emisora radial propone lo mejor de la cultura popular a un público extenso. Voz inconfundible de las aventuras de Salgari difundidas en 1010, Paco Alonso animó un teatro popular con repertorio clásico para los sindicatos que alcanzó, en sus mejores momentos, a una diversidad de espectadores. Gaceta del Caribe fue una propuesta ambiciosa, orientada a la zona alta de cultura. Abrió sus páginas, al cuidado de Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo, Ángel Augier y Mirta Aguirre, al ala progresista de los escritores. Su vida fue muy breve, al no contar con un sostenido apoyo financiero del Partido, inclinado a favorecer otras prioridades de carácter masivo.
Minoritarios, forjados en las organizaciones clandestinas, los comunistas cubanos complementaron la presencia pública con un sutil trabajo de acercamiento a círculos progresistas, dispuestos a intervenir como mediadores en instituciones no comprometidas con un perfil político determinado. Estaban preparados para el regreso a la ilegalidad que se avecinaba bajo los auspicios de la Guerra fría y el macartismo en los EE.UU. Mirta Aguirre se implicó en los movimientos feministas y ejerció una influencia personal en las acciones culturales implementadas por la Sociedad Lyceum, conglomerado diverso que se sustentaba en mujeres bien afincadas en el establishment burgués, junto con profesionales que complementaban las labores en el bufete, la consulta médica o la cátedra con una voluntad participativa en el ámbito de la cultura.
Configurado como base de resistencia cultural antihegemónica, el proyecto de la Sociedad Nuestro Tiempo estaba destinado a unir voluntades en el campo intelectual con perspectiva de futuro. Desde la clandestinidad, Mirta Aguirre integró la célula del PSP que intervenía, tras bambalinas, en el diseño de las acciones fundamentales: trabajo interno de las distintas secciones, muestras de artes plásticas en la galería, publicación de una revista y una organización de cursos y conferencias. Era un espacio para el desempeño de una generación que habría de hacerse cargo del movimiento cultural cubano después del triunfo de la Revolución que se gestaba en la Sierra Maestra. Un minúsculo puñado de militantes nucleaba un ancho espectro de artistas opuestos a la dictadura de Batista, herederos de una tradición antimperialista, cercanos a un pensamiento de izquierda, con inquietudes sociales y buscadores, en todas las ramas ―música, danza, teatro, cine, artes plásticas y literatura― de la renovación de los lenguajes expresivos. Se trataba, en términos políticos, de reformular y ampliar el consenso en torno a una perspectiva transformadora de la sociedad. La plataforma estética arraigaba en las premisas de la vanguardia cubana, radicalmente distanciada de las formulaciones del realismo socialista. Buena parte de las propuestas esbozadas entonces cristalizarían en las instituciones surgidas a partir de 1959.
Encontró en el mundo de los niños una vía de escape para la ternura. A ellos consagró parte de su obra en versos y adivinanzas con el gustoso regodeo de una tradición hispánica a la que mucho deben sus textos poéticos.El triunfo de la Revolución alcanzó a Mirta Aguirre en plena madurez. En el laboreo silencioso había acumulado conocimientos, papeles inéditos, una experiencia de vida, una visión de la naturaleza humana y un entrenamiento político en el tejido de redes afines, así como una sistematización de los conceptos de la filosofía marxista. Asumió durante un tiempo la dirección de teatro del Consejo Nacional de Cultura. Le correspondió participar en la institucionalización de los colectivos que animaron los espacios alternativos de la década precedente. Pasó luego, definitivamente, a la docencia universitaria. Controvertida ayer, lo sería también ahora, habituada a un batallar ideológico convertido en objetivo supremo de su responsabilidad en la cultura y en la política. Escribió manuales de aproximación a la literatura. En ellos, el hilo conductor se sustentaba en el vínculo entre arte y sociedad. Intervino desde su óptica en los debates que sacudieron los 60 del pasado siglo. Frente a quienes orientaban las ideas hacia análisis de los rasgos originales del proceso revolucionario cubano inscrito en un panorama tercermundista lacerado por la dependencia y el subdesarrollo, sostuvo la validez de un modelo fiel a las posiciones más ortodoxas. Los rasgos singulares de su personalidad combinaban la confianza en el mejoramiento humano con una mirada crítica hacia la fragilidad de la especie con la que, a pesar de sus limitaciones, había que trabajar.
Ante una sociedad hostil por muchas razones, entre ellas, las consecuentes de convicciones políticas irreductibles, Mirta Aguirre construyó una máscara para la resistencia y la soledad. Reducida siempre a unos pocos amigos y aún más tarde, en tiempos de Revolución, a algunos discípulos devotos, Mirta Aguirre, confinada a la soledad, entregada al cuidado de sus familiares cercanos, construyó una máscara desafiante. Encontró en el mundo de los niños una vía de escape para la ternura. A ellos consagró parte de su obra en versos y adivinanzas con el gustoso regodeo de una tradición hispánica a la que mucho deben sus textos poéticos. Dejó, así mismo, una amplia obra ensayística. Paradójica trayectoria fue la suya, solitaria con vocación de servicio. Se inscribe con ella en la larga historia de una resistencia intelectual.