La exposición El misterio del eco de Nelson Villalobos en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, inaugurada a fines del pasado año y a unos días de su clausura ha sido, sin duda, una de las muestras personales más interesantes a la par que de mayor amplitud en el 2022.

Una exhibición personal que posibilitaba a muchos en La Habana aproximarse, por vez primera, a la obra de Villalobos a través de una esmerada selección —atendida por el prestigioso curador Nelson Herrera—, donde se apreciaban las diferentes etapas y cambios estilísticos de este artista con una creación “poliédrica” (en palabras de Herrera), todo lo que el espectador puede disfrutar todavía en los próximos días de febrero, en todas las salas del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam en La Habana. Y muestra personal que nos conduce por su individual itinerario de formas casi infinitamente diversas, a la vez que todas gravitan sobre una sostenida coherencia conceptual. En fin, faena laboriosa que ha labrado un artista que se ha desarrollado entre su país de origen y España.

Nelson Villalobos personifica una vida dedicada a plenitud al arte. Foto: Tomada de Prensa Latina

Si bien es cierto que se necesita mucho más para alcanzar la dimensión de la obra de toda una vida de un artista ―aunque esta muestra no es retrospectiva, sino antológica―, la propuesta de la exhibición que se extendió a todas las áreas del Centro Lam, ha sido lo suficientemente extensa y precisa para conocer su obra general, por cierto, cuantiosa, verificable en las páginas del voluminoso catálogo que se hallaba en exposición en una de las salas.

El 14 de diciembre se realizó en el Museo Nacional de Bellas Artes, edificio de Arte Cubano en La Habana, la presentación oral del catálogo de la exposición titulada Blanquísima su presencia. Obra 1995-2020 de Nelson Villalobos que estuviera del 29 de mayo al 29 de julio de 2020 en el Museo del Mar de Galicia. Pese a que no pudieron traerse ejemplares para el público allí presente en la Sala Audiovisual de Bellas Artes (algo que permanece pendiente y suele suceder cuando se trata de ediciones que deben ser transportadas hasta Cuba), los presentadores hablaron sobre esta experiencia editorial. Pablo Villalobos Leal (cineasta, editor del libro e hijo del artista), Marta Lucio Gómez, directora del Museo del Mar de Galicia, y Jorge Fernández, director del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, posibilitaron una mayor información sobre el arte de Villalobos, quien comenzó leyendo de este libro de arte, un poema de Ángel Escobar inspirado en la obra del pintor: “La permutación de las formas son en Villalobos/ la creación de un mundo soterrado que cuando/ está en sí, y siempre lo está, hace nacer/ de lo aparentemente muerto y trivial / una primavera que carga todas las estaciones”. Me detengo en ese verso solo para precisar lo que otros autores han insistido en reafirmar desde un punto de vista u otro: la intensa relación de Villalobos con la obra y vida de los escritores, máxime poetas, y al mismo tiempo, la poética visual perceptible en sus pinturas, esculturas, grabados e instalaciones y que puede verse incluso en sus propios manifiestos artísticos.

La identidad de su obra se halla en cómo recicla, reinventa y renueva los estilos históricos, los símbolos y las cosmogonías visuales. Imágenes: Tomadas de Artcrónica

Villalobos vive día a día la intensidad de la literatura en el arte y viceversa. Es como una suerte de alimento indispensable, una terapia inevitable para la creación, o quién sabe si un núcleo procreador de la fusión imagen-texto que le lleva de unas a otras formas. Considero que la simbólica no proyecta resaltar una intención conceptualista en su obra, sino más bien un resultado del sedimento estético, artístico y asimismo literario que ha ido incorporando a lo largo de los años.

Y en ese camino, la literatura se le rinde con no menos ímpetu. De ahí su relación nada pálida con excelentes autores cubanos y españoles, y no menos importante cómo aquella ha devenido impulso creativo en su práctica artística, perceptible en esa zona apenas conocida en su quehacer, y de la que hemos visto solo algunos ejemplos en su exposición en Cuba: me refiero a sus libros de artista, a su período como editor de libros arte, en fin, a su consagración a esas inextricables interacciones entre la visualidad y la palabra.

Una suerte de devoción hacia la poesía y sus cultivadores, amigos algunos entrañables para el artista, como el poeta cubano Ángel Escobar, y no solo amor por esta, sino por el libro, en tanto espacio para la creación en sí, algo sobre lo que apenas se habla y que le llevó a aportes valiosos desde el que fue su Taller “Villalobos Serigrafía Artística” en Vigo, así como de su editorial con las ediciones de la Colección Elvira, de donde emergieron obras de arte en carpetas, mas también libros ilustrados y libros de artista tanto de su autoría, como de otros afamados autores españoles (Antonio Fernández de Molina, Xosé Luis Méndez Ferrín, Carlos Oroza, entre otros) y también de artistas cubanos (René Portocarrero, José Bedia, Lázaro Enríquez et al.).

Si antes me refería a que la poesía es el sustento esencial junto a la cultura de la visualidad de Villalobos, aún pudiese precisarse más, creo que es asimismo como un principio ético de vida que ha llevado, más allá del estudio y el taller, a la intimidad de su hogar. Sabemos que hay artistas que pueden trazar una frontera entre su propia vida cotidiana y su práctica creativa. No es, sin embargo, lo que sucede a Villalobos. Marta Lucio, que abrió para la exhibición de su obra en 2020 las puertas del Museo del Mar de Galicia, segunda infraestructura cultural más importante de esa comunidad autónoma de España, resaltaba durante la citada presentación del catálogo, por sobre todo, al ser humano que “trasciende incluso la propia obra”, y recordó como ejemplo la acogida familiar por el artista cubano en su residencia en Vigo al magistral poeta de la llamada Generación Beat en España, Carlos Oroza, en momentos difíciles de la salud y sobrevivencia personal de este poeta de la oralidad, quien fuera un paradigma de la bohemia en la España de los sesenta.

“En el conjunto de la obra de Villalobos subyace también su vocación poética tras la diversidad de formas, signos y referentes”.

De esta manera la referencia de la española Marta Lucio a la relación de Nelson Villalobos con el poeta Oroza apunta hacia ese lado menos conocido del artista, aquel que no se circunscribe solo al convencional hacedor de pinturas y esculturas, a uno más, entre tantos, que profesa una genuina inclinación por la literatura, sino a cómo trasciende los límites. Villalobos (y su familia) cobijaron al autor literario para cuidar de él como único modo de preservar la existencia misma de la poesía, porque esto era Oroza, un performer de la poesía española. Contribución humana del artista cubano, apenas conocida, incluso, por los coterráneos de la península del autor gallego, quienes quizá no sintieran como suyo el bienestar de Oroza en un período crucial de su sobrevivencia, aun cuando fuesen, muy posiblemente, sus grandes amigos (como sugiriera la directora del Museo del Mar de Galicia en su intervención).

La afinidad entre los artistas y poetas ha sido tan expansiva como vehemente en la historia del arte y la literatura. Enhebran capítulos de sus vidas que no pueden ser ignorados y esperan ser reescritos, examinados y develados para la posteridad. De Leonardo da Vinci a Marcel Duchamp hay muchos ejemplos de una ardiente inclinación hacia la poesía, cual anécdotas que han quedado como una huella, casi siempre pálida en comparación con su arte, pero que en su ímpetu emocional ha sobrevivido al tiempo, visibles en versos que los artistas escribieran, ya fuera en una esquela, una fábula poética o en declarado poema donde transmiten su ardiente admiración por aquellos poetas capaces de transmutar la palabra en viva imagen. Como mismo también los escritores vivenciaron las experiencias estéticas de las obras de arte y las llevaron a su obra poética.

Si el espectador pudiera llegarse (antes o después de ver la muestra personal de Villalobos) a la importante exhibición de la obra de Wifredo Lam en el Museo Nacional de Bellas Artes, con motivo del 120 aniversario de su natalicio, podría ver en una blanquísima pared de la sala, resaltada en mayúsculas negras, la siguiente cita de Lam: “No suelo utilizar una simbología precisa. Nunca he concebido mis cuadros en función de una tradición simbólica, sino siempre a partir de una excitación poética (…) Creo en la poesía. La considero la gran conquista del hombre (1976)”.

Casi medio siglo después, Villalobos le deja su propio mensaje en un poema que tituló “Retrato”: “… Lam, eres el árbol que contiene espejos / la luz de la imagen reconocible / la tierra interpreta tu sueño (…) / tú, el que añora el nacimiento de los dioses, ya que nacer aquí es una fiesta innombrable”.

El interés de Villalobos por la obra y acercamiento a Lam es el que ha sostenido desde el inicio y hasta hoy hacia los grandes maestros de la pintura cubana. Entre 1980-1981 visitó al pintor varias veces en su casa. Luego entusiasmaría a un grupo de estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA) para ir a verle en los días en que estuvo hospitalizado hacia el final de su vida. Entonces era un joven que había llegado de provincias a La Habana y llevaba algo más de un lustro estudiando en la Escuela Nacional de Arte primero y en el ISA después, y al que le guiaba una tan principal como genuina intuición de que solo aprendiendo de los grandes maestros podría abrirse paso en aquel nuevo universo. Lam recibió con los brazos abiertos a sus amigos, y a él en específico, le aprobó incluso que le hiciera un retrato escultórico (que se exhibe en la planta baja del Centro Lam). Por aquellos días en que Nelson iba a verle para el busto, Lam le pidió a su “retratista” que le paseara, después del desayuno, en la silla de ruedas, a la salida del sol en las mañanas, con el leve rocío estallando sus reflejos sobre el verde de la vegetación, momentos que motivaban al Maestro para dialogar sobre la intensidad de la luz, los juegos de las sombras, y a intervalos, rememorar su Jungla, intercambios que el entonces lozano escultor no podría olvidar —según ha testimoniado Villalobos en el Coloquio “La perspectiva de Lam” (8 de diciembre de 2022) en su aniversario—.

Su individual itinerario muestra formas casi infinitamente diversas, a la vez que todas gravitan sobre una sostenida coherencia conceptual.

En el conjunto de la obra de Villalobos subyace también su vocación poética tras la diversidad de formas, signos y referentes. A ratos se vitaliza en las citas a Picasso, como en la serie de Meninas que comienza a inicios del siglo XXI y halla su apogeo in crescendo en otras obras más recientes de fuerte tendencia postmoderna, en su mezcla irreverente de imágenes y referentes del pop art, sin dejar de individualizar su propia estética en una explosión de color genuina, cromatismo apreciable, por demás, en obras más frescas como la serie de pinturas El jardín de mamá (2019-2020) que puede verse en la planta alta del Centro Lam.

En otra dimensión, la obra de Villalobos ha sido vista como un caleidoscopio de mixturas diversas, mas considero que no es la diferencia, ni la suma de signos y sus símbolos que desaparecen para volver a emerger transformados, lo que marca su identidad, sino que esta más bien se halla en cómo recicla, reinventa y renueva los estilos históricos, los símbolos y las cosmogonías visuales. Las creaciones en la historia del arte han sido, claro está, asimiladas por él, a la vez que regurgitadas como otros nacimientos artísticos, visiones novedosas que encuentran su sostén en la prominencia sumergida, tras un quehacer avituallado de su amplio entrenamiento historiográfico y artístico, de su peregrinación por los museos del mundo, de su aprendizaje, una y otra vez en el ejercicio de la copia de los maestros históricos, sin dejar de integrar, como en un único caudal, el alimento dador de la literatura.

Durante una semana más estará la muestra de Nelson Villalobos abierta para el público en el Centro Wifredo Lam de La Habana, un convite singular para todos, de un artista que personifica una vida dedicada a plenitud al arte.

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