Déficit mental en trono yanqui

Argelio Santiesteban
22/6/2017

Sobre unos cuantos presidentes del vecino norteño se ha dicho que eran incapaces de silbar y simultáneamente abrocharse los zapatos. O que no podían, al mismo tiempo, defecar y leer el periódico.

El asunto es antiquísimo. Hace más de dos siglos, ese increíble venezolano, el general Francisco de Miranda, se estuvo muriendo de la risa por las tonterías que expresaba alguien al mando de los rebelados en las Trece Colonias (en cuyas tropas combatió contra los británicos, igual que en las de la Revolución Francesa).


“Anda por ahí, portando una maletica, cuyos botones pueden
volatilizar a la civilización toda”. Caricatura: Boligán.

Claro que eso no siempre ha sucedido. Ahí está Franklin Delano Roosevelt. O Richard Milhous Nixon, quien era un gánster, pero un gánster con el cerebro bien organizado. O John Fitzgerald Kennedy (jovencito, condecorado con el Corazón Púrpura, peleando contra los japoneses), que cuando lo agujerean en Dallas, tiene a un periodista, íntimo suyo, limando asperezas con Fidel Castro, en La Habana.

Ah, pero lo que ha pasado por esa silla presidencial ha sido mucho con demasiado: un retraso mental interminable.

De Harry S. Truman se afirmaba que era poseedor de solo dos neuronas: una para asistir al servicio sanitario y la otra para mantener los ritmos cardíaco y respiratorio, y no morirse. Nadie olvida su frase: “Mi animal favorito es el mulo”. Por su parte, Gerald R. Ford disculpaba sus imbecilidades declarando: “El problema es que he jugado demasiado al fútbol…  sin casco”.         

George Bush Jr. marcó un hito, hasta el punto de ser calificado como “cretino integral”. ¡Llegó a Atenas, y allí comenzó su discurso con el vocativo Grecians.  Había, sin embargo, una diminuta dificultad: en inglés la palabra que designa a los griegos es greeks. Aquel alcornoque no conocía ni siquiera la lengua materna, que se supone mamara de los pechos de su progenitora. El actor norteamericano Robin Williams pronunció unas palabras que retratan a aquel lamentable cerebro de pollo: “Si la corbata está muy apretada, la sangre fluye al cerebro con dificultad, y uno comienza a razonar como George W. Bush”. Asimismo, al padre de este, el senior, se le ocurrió la frase: “Es el momento de que la raza humana entre en el Sistema Solar”. Claro que no le hacía falta pronunciar dislates porque estaba bien convoyado. El vice, Dan Quayle, llegó a Argentina y declaró: “Mucho lamento estar en América Latina… y no hablar latín, como ustedes”.

Barack Obama no ha estado a salvo de colosales meteduras de pata. Así, se refirió a “los cincuenta y siete estados de la Unión Americana”, lo cual sería más o menos lo mismo que hablar de “las veinticuatro provincias de Cuba”. Al parecer, el conocimiento de la división político-administrativa del país que gobernaba no era su fuerte. En otra ocasión declaró, en el cementerio de Arlington, que todos los que allí reposaban estaban muertos… lo que resulta muy natural para quienes pueblan cualquier camposanto: ¿Es posible acaso mudarse para el Reparto Bocarriba, como dice el pueblo, y no ser difunto?

Pero, lo de ahora sí es el acabose. Ha puesto sus asentaderas en el Salón Oval un personaje que alguien retrató como “un maestro en decir algo y lo contrario”. También se le ha descrito como un rico trepador, de escasa educación, enemigo de la intelectualidad y de la prensa.

Muy entendidos politólogos aseguran que el éxito electoral de Donald Trump se debió a que gran parte de los votantes eran retrasados mentales profundos, los que, durante la campaña, cuando le oían declarar a Trump una burrada, exclamaban: “¡Ayer estaba yo diciendo esa misma tontería!”.  Claro está: tenían que ser sus seguidores.

Semejante descrebrado merece, de hecho, una antología de sus más brillantes frases: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”; “Restablecería el ahogamiento simulado para los sospechosos de terrorismo”; “Este es un país en el que hablamos inglés, no español”; “Cuando eres una estrella puedes hacer cualquier cosa. Agarrarlas [a las mujeres] por el coño, lo que quieras”. “¡Eres una asquerosa!” (a Hillary Clinton, en pantalla).  “Es una actriz sobrevalorada” (sobre Meryl Streep, sin comentarios). 

A una dama, que había aumentado de peso, la nombró Miss Piggy (Señorita Puerquita) y su desfachatez ha llegado al punto de burlarse, imitándolos, de dos incapacitados físicos, particularmente de un periodista y un mutilado de guerra que se le oponían.

Lo que ocurre es que ese subhombre, ese mentecato, ese bobo salvaje, anda por ahí, portando una maletica, cuyos botones pueden volatilizar a la civilización toda. No en balde dijo hace tiempo cierto pensador aquello de que “la historia es una pesadilla de la que intento despertar”.