dedeté: Patrimonio Nacional
16/2/2016
Cuando era un niño el dedeté lo relacionaba con Manuel Hernández, que es como yo del Valle de Guamacaro. Por eso cuando René o Marcelo, los carteros rurales, llegaban con su moto, cargados de periódicos y revistas, enseguida buscaba el DDT+, para encontrar los chistes y personajes de mi coterráneo. Junto a libros de aventuras y clásicos de la literatura, como Los Miserables o Robin Hood, el dedeté me ayudó a aprender a leer correctamente y también inteligentemente, por lo que su visualidad y chistes transmiten, una capacidad de generar ideas individuales sobre un fenómeno que es muchas veces colectivo, para encontrar el doble sentido, la fuerza de la ironía, la pegada eficaz del ridículo.
dedeté me ayudó a aprender a leer correctamente y también inteligentemente, por lo que su visualidad y chistes transmiten, una capacidad de generar ideas individuales sobre un fenómeno que es muchas veces colectivo, para encontrar el doble sentido, la fuerza de la ironía, la pegada eficaz del ridículo.Aunque el dedeté es un año menor que yo, porque nació en 1969, no fue hasta cerca del año 75, que empecé a leerlo y reconocer secciones y nombres rápidos y pegajosos, como los de Virgilio, Ares, Tomy, Carlucho, Garrincha… y claro, Manuel.
Lo atrayente de sus páginas es que era y es un cronista de su tiempo, en el que puedes encontrar e investigar etapas significativas de la historia de Cuba y las polémicas formas y enfoques con que los humoristas que han colaborado en sus páginas, procesaron estéticamente la época que les correspondió vivir, para convertirla en humor, como un legado histórico de la nación cubana.
Lo otro que me atrae son las diversas poéticas de los que allí trabajaban o trabajan, sus formas, líneas, sus personajes e historias, su inteligencia y capacidad de convertir en signo, lo aparentemente cotidiano de la existencia de sus conciudadanos. Hay en sus creaciones una dramaturgia eficaz de lo social, una caracterización de seres entrañables, una profesional manera de construir situaciones dramáticas.
Leer al dedeté, además de divertirte, es reconocer el olfato de sus artistas, para percibir fenómenos, denunciarlos, y especialmente, para detectar una serie de males que corroen la sociedad cubana y mundial y fumigarlos con su Dicloro – Difenil – Tricloroetano, de manera rápida y oportuna, aunque es bueno aclarar, que muchos hayan clonado y subsistido en otras variantes y la lucha del dedeté contra las epidemias debe continuar, intransigente, a fuerza de reírnos.
Leer al dedeté, además de divertirte, es reconocer el olfato de sus artistas, para percibir fenómenos, denunciarlos, y especialmente, para detectar una serie de males que corroen la sociedad cubana y mundial y fumigarlos con su Dicloro – Difenil – Tricloroetano, de manera rápida y oportuna.Significativo es como ha sobrevivido en el dedeté, la belleza cómica, esa que produce emoción estética, un placer que viene del rigor y profesionalidad de sus dibujantes, y especialmente la maestría en alcanzar el efecto cómico.
Los caracteriza la manera en que captan una idea, para valorarla con eficacia, contraponiendo o logrando asociaciones con la realidad seleccionada, que el lector recepciona o más bien —por su potente visualidad— el espectador. Entonces, de los elaborados chistes que nos desconciertan, aparece la risa, esa que nace espontánea ante el fenómeno que vemos, en el cual nos reconocemos o reconocemos a otros.
Hoy, cuando veo a Manuel trabajar en su taller a la orilla del San Juan, puedo experimentar esos instantes en que abría el dedeté, y sus hojas que me parecían enormes, se regaban sobre el piso, y entre todas, como un rompecabezas buscaba mis secciones, mis dibujantes predilectos, los textos que alguna vez representé en alguna actividad estudiantil.
Cuando veo a Manuel, creando en la cerámica los universos que vivían en el papel, pienso en los que han hecho posible el dedeté, en las imágenes que guardan sus amarillentas colecciones, como un monumento al humor cubano; y así debía ser declarado, Patrimonio Nacional, por constituir una porción significativa de nuestra cultura, esa que desata la risa y el talento de los que lo hicieron posible. Un libro de Historia en el que podemos encontrar con rigor, pero sin seriedad, las esencias de lo cubano.