Decidir con uñas pintadas
19/9/2017
Yanet Moreno, con 32 años de edad, soltera, debutó como árbitro de béisbol en la Serie Nacional. Fue la noche del 6 de diciembre de 2006, en el juego Matanzas-Villa Clara.
Una muchacha negra, joven y sonriente, dispuesta a impartir justicia detrás del home.
Foto: Enrique de la Osa (Cubadebate)
Leo la noticia en nuestro diario Granma. Esta vez no compré el periódico en el céntrico San Rafael, a dos pasos de la casa donde cohabito felizmente con mi mujer y su linda familia. Ahora ando de viaje y el periódico me llega en su versión digital. Ahí veo que ―arrancando nuestra serie de pelota― se luce una mujer como juez principal de un partido de béisbol. La crónica del colega Fulgueiras deja ver a una muchacha negra, joven y sonriente, con la careta en la mano y dispuesta a impartir justicia detrás del home, lugar sagrado de este deporte; sitio desde el que se empuña el bate y en el cual se anotan las carreras.
Por primera vez en Cuba, un juego de pelota es administrado, señalizado, orientado por mano femenina. Ya se sabe que la mujer se abre paso en la arrancada del XXI hacia muchas funciones que le estaban prohibidas. Es como si la lucha, los pujantes desvelos de todo un siglo estuviesen recogiendo cosecha en la nueva centuria. En Inglaterra ha sido aprobada una dama para desempeñarse como parte de la escolta real, rompiendo una tradición masculina de varios siglos.
La pelota o béisbol, deporte nacional de los cubanos, se ha ido despojando de su pertinaz machismo. Lo clásico fue siempre que los hombres fuésemos amplia mayoría en los estadios y hasta que en la casa se riñera porque los varones querían el partido y las hembras la telenovela. Esa distancia se ha acortado y descolorido. A partir de los 90, son muchos más los hombres que gozan con el melodrama ―sea nacional o importado de Brasil― y numerosos los rostros femeninos que se ven en los terrenos de pelota. Para colmo de bienes, de unos años a esta parte se juega béisbol femenino y cada vez resultan más organizados y coherentes los todavía tímidos campeonatos. Tengo un amigo que me dice: “te imaginas, qué maravilla, que la novia de uno sea toda una cuarto bate”. Para los que viven en países donde no se conoce el largo pero maravilloso ritual de la pelota, vale aclarar que el (o la, precisaremos a partir de ahora) cuarto bate es quien más poder tiene y de quien se espera que impulse las anotaciones decisivas. Que esa función, casi sagrada para los fanáticos, la asuma una muchacha es una mezcla de sensaciones que mi padre no pudo ni imaginar.
Lo de la mujer como principal autoridad beisbolera vendrá bien a la larga. La tradición es que los hombres se hablen fuerte entre sí, que estalle ―sin posibles sinónimos o eufemismos― alguna de las llamadas malas palabras y hasta que, cierta torpe vez, se vayan a las manos en el calor del juego. Ahora habrá que respetar más, comportarse mejor, señores peloteros. Además, supongo que en los juegos administrados por muchachas, ellos vistan con mayor pulcritud el uniforme, lleven la gorra con sin par hidalguía y ―las reglas tendrán que aclararlo con precisión― usen algún piropo, hasta donde lo permita el reglamento.