Ya próximos a una nueva edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, cuya génesis como evento no puede desligarse del desarrollo y consolidación del cine cubano, resulta inevitable maridar de forma consciente a grandes compositores que, a lo largo de sus carreras, han contribuido notablemente a enriquecer el lenguaje cinematográfico con sus bandas sonoras.
Habría que remontarse a un referente indiscutible: El Mégano (dirigido por Julio García Espinosa y Tomás G. Alea en 1955) cuya música fue compuesta por Juan Blanco, uno de los más versátiles compositores cubanos y parte de la vanguardia de aquellos años junto a José Ardévol, Argeliers León, Harold Gramatges, Héctor Angulo, Manuel Duchesne Cuzán y otros.
“Resulta inevitable maridar de forma consciente a grandes compositores que, a lo largo de sus carreras, han contribuido notablemente a enriquecer el lenguaje cinematográfico con sus bandas sonoras”.
Así, el cine cubano da un giro abrupto cuando en marzo de 1959 se crea el Icaic y con él, todas las corrientes de transgresión intelectual del arte cubano del momento formaron parte de su fundación; fotografía, edición, dirección o música, fueron emprendidas por gente muy talentosa que asumió desde una perspectiva muy propia, la creación en todas sus formas posibles. Vendría poco tiempo después el gran laboratorio colectivo que fue el Grupo de Experimentación Sonora y la inefable labor —y vinculación directa— de Leo Brouwer con el cine nacional, así como de otros importantes nombres como Sergio Vitier, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y más.
Pero si algo ha diferenciado desde lo formal a algunos compositores consagrados en lo referente al lenguaje cinematográfico, han sido puntualmente la introspección y ductilidad estilística para afrontar, desde visiones a veces contrastantes con sus carreras, un universo sonoro que responde directamente a la visión creativa de un director de cine. Es decir, los grandes maestros de la música cubana que han dejado huella en el cine nacional, han debido aprender el difícil oficio de componer por encargo y por tratar de imponer, desde bases bien fundamentadas, un criterio musical que complazca artísticamente al resto del equipo. Y eso se traduce en experimentar y transgredir, muchas veces a riesgo de ser incomprendido autoralmente, y de dinamitar muchos conceptos tradicionales en cuanto al acompañamiento literal de determinada historia a contar.
En esa línea pudiéramos citar al experimentado Edesio Alejandro, quien por ejemplo rompe moldes en un clásico como Clandestinos, al insertar una banda sonora que nos propone elementos actuales y contemporáneos muy alejados de lo que pudiera esperarse en una trama que transcurre durante la lucha armada contra el tirano Batista, enfocándose específicamente en la clandestinidad, período entre 1957 y 1958. Aquí el lenguaje diegético-musical es interrumpido en pos de enfatizar una trepidante banda sonora climática que si usáramos un “librito de guías”, podría no haber funcionado. Imagino las largas sesiones de intercambio de ideas, guiones y borradores de por medio entre Fernando Pérez y Edesio, pero valieron la pena.
Si bien hay directores que como especie de cábala se ciñen a un compositor, también es cierto que la grandeza y destreza de estos últimos hace que su obra sea punto de encuentro con otros creadores, como ocurrió con Gerardo Chijona e hizo la música para el documental El desayuno más largo del mundo y para el largometraje de ficción Los buenos demonios; con Rogelio París (Kangamba) o con Daniel Díaz Torres (Kleines Tropicana). En esta, Edesio recrea desde una sabia intención musical todo un ambiente inherente al relato, no de forma pasiva sino con una intencionalidad palpable y muy bien estructurada incluso con las escenas de intriga o humor del film.
Pero sus mayores obras han sido elaboradas para proyectos del cineasta Fernando Pérez. Mencioné Clandestinos, de 1987, pero podríamos agregar en este orden a Hello Hemingway (1990), Madagascar (1994), La vida es silbar (1998), Suite Habana (2002), Madrigal (2006) y José Martí, el ojo del canario (2010).
En todas hay un hilo conductor creativo, pero no se repiten patrones miméticos ni se recurre a ningún tipo de facilismo musical; van de la mano con cada una de las historias, con caminos bien segmentados desde el concepto dramatúrgico, incluso con elementos novedosos desde la ya mencionada experimentación a partir sobre todo del trabajo musical con ribetes electrónicos y electroacústicos en Edesio, lo cual también ha formado parte de su obra paralela al cine. Tal vez es el autor que no ha llevado su estilo personal a todas sus bandas sonoras para cine, tal vez ha sido muy cuidadoso en estos años en tener bien delimitados los contornos creativos entre sus diferentes proyectos que no sólo abarcan el celuloide, sino también la producción discográfica, el canto, así como el homenaje que durante varios años le hizo a Adriano Rodríguez al integrarlo a su banda de forma fija.
Pocos autores cubanos han tenido una carrera musical tan cercana al cine de forma constante, aunque ello no debe hacernos pensar que es una competencia para determinar quién ha compuesto más. Leo Brouwer, Sergio y José María Vitier, Silvio Rodríguez, José Loyola, Juan Blanco, Daniel Longres, Frank Delgado o Carlos Fariñas entre otros, son nombres que también se inscriben como fundamentales y puntuales en la larga filmografía y documentalística producida por el Icaic. Ahora bien, más allá del reconocimiento artístico y de la crítica especializada (tanto cinematográfica como musical), tal vez sigue siendo asignatura pendiente la demora en reconocer los extraordinarios aportes de Edesio hacia el cine y la poca visibilidad que han tenido él y muchos de sus colegas en torno al Premio Nacional de Cine, solamente otorgado a Leo Brouwer en 2009 —galardón más que merecido e inobjetable— pero siendo hasta ahora el único músico en recibirlo. En cambio, en 2020 Edesio Alejandro fue agasajado con el de Música, reconociéndose así una carrera que deja huellas aún en todas las aristas de la música cubana y que recorre caminos de constante experimentación. Bastarían dos ejemplos, si quisiéramos calificarlos de casi antagónicos estilísticamente pero referenciales para corroborar el vasto universo creativo de Edesio: la ópera rock Violente (la primera de su tipo en Cuba y estrenada en 1987) y el tema “Blen Blen”, de 1999. Un artista con un talento e intuición desbordantes, sin duda alguna.