Nunca se hizo la boba de Abela, de Roberto menos, ni de Laidi ni de sus nietos. Si alguien vivía alejada de la bobería era Adelaida de Juan; pura seriedad, rigor extremo, analítica a caerse de cabeza, aunque nos recibiera con una sonrisa siempre, pues su refinada educación y formación le impedían andarse por las ramas, disimular, hacerse la graciosa para caer bien u ocultar cierto rechazo ante cualquier interlocutor.

“Me hubiese gustado leer su vida toda, más allá de ese breve repaso
que publicó y tituló Soy de aquí”. Foto: Tomada del sitio web de isbn.cloud

Había vivido tanto que los 90 por cumplir parecen hoy un fogonazo a lo Virgilio Piñera. Viajes, conferencias, clases magistrales, debates, brindis y comidas; aeropuertos y restaurantes; seminarios, congresos y publicaciones sumados todos dan para una vida de 100 años y más. Una vida que no llegó a contar porque le faltaba tiempo, esa sustancia que tanto irrita y desconcierta, porque sigue su curso sin importarle nuestras ansiedades, nuestros planes, lo que soñamos y pensamos. No vivió para contarla porque le hubiesen hecho falta muchos años más para escribirla, algo que hizo a medias García Márquez y otros desesperados por ser recordados y santificados en vida. Parecía demasiado elegante esta mujer (¿o lo era realmente?) para detenerse en tales minucias que hoy semejan granducias.

En el fondo, no sé bien de qué, me hubiese gustado leer su vida toda, más allá de ese breve repaso que publicó y tituló Soy de aquí, hace cuatro o cinco años, profesando religiosamente ese refrán popular de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. O quizás escucharla en su propia voz a ver si podía creerme tal contención suya, tales circunspección y mesura que enunciaban su vestir y su andar, sus espejuelos dorados, las batas de casa y pijamas que lucía sin prejuicios por las habitaciones y pasillos de su casa en El Vedado o en el portal, agazapada tras unas plantas de jardín y la semipenumbra del edifico Lourdes, vuelto famoso en textos de Roberto, quizás confiando en que un día Laidi le dedique otras páginas como merece un sitio tan familiar, literario y casi histórico: parodia miniaturizada de Downing Street número 10 o los Palacios de la Moncloa y del Elíseo.

Maquillaje y vestuario aparte, imagen externa a fin de cuentas, el humor le fascinaba. Fijémonos que le dedicó libros a la importante vertiente gráfica cubana y luchó en repetidas ocasiones para que le otorgaran el Premio Nacional de Artes Plásticas a ese pequeño genio de Matanzas llamado Manuel Hernández.

Sin embargo, no hay que aspirar a tanto si ostentamos el recuerdo de ella, vivo y candente al paso de las historias del arte en Cuba. ¿Cómo se va escribir cualquier síntesis, monografía, libro, testimonio alguno de la producción artística nacional sin recurrir a sus textos, a sus incontables anécdotas para esclarecer fechas, nombres, pasajes, cifras? ¿Quién se atreve a contar lo atesorado, lo exhibido, lo divulgado en Casa de las Américas sin nombrarla? ¿O siquiera mencionar tendencias importantes regionales durante los años 60, 70, 80 y hasta 90 del pasado siglo sin acudir a sus juicios y aseveraciones? ¿O ningunear algunos de sus textos por modestos que sean?

“Su legado es brújula en la esfera de las ideas”.

El fantasma de Adelaida de Juan recorre Cuba y América Latina: dejemos el comunismo para inquietar un poco a Europa, y a ratos a los Estados Unidos. Con el de ella tenemos suficiente, y hasta creo agradecerlo, pues nos vendría bien consultarlo incluso en medio de la noche, cuando repasamos lo que nos preocupan tantos sucesos, vicisitudes y tribulaciones del arte, la cultura y el pensamiento moderno y contemporáneo. Una mujer de su tiempo para todos los tiempos fue, y es, Adelaida de Juan, y de muchos como yo aún atribulados por la complejidad de este mundo de ayer y de mañana que se nos aparecen juntos a veces… y hasta revueltos.

Su legado es brújula en la esfera de las ideas. Todavía recuerdo con satisfacción sus conversaciones en torno a lo que hoy se produce, o se dice, en el campo del arte, aunque pareciese estar alejada: las apariencias engañan una vez más. Estuvo al tanto de todo por muy snob y mediático que fuese, por mucha verborrea insulsa que oculta las esencias de expresiones estéticas valederas.

De Juan es poco: Adelaida es de todos nosotros, de muchos, incluso de aquellos que todavía no han penetrado sus dominios.

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