La vida está llena de misterios, ya se sabe. En el plano espiritual, en materia religiosa y en cuestiones filosóficas siempre existen, y existirán, lagunas, dudas, incomprensiones. Me referiré al plano pedestre, a sucesos que no tienen —o no les encontramos— explicación, y que seguimos padeciendo sin prestar demasiado caso. Por razones desconocidas, llueve cuando andamos sin paraguas, truena al llegar a la playa, se engorda más con edulcorantes artificiales que con azúcar, el agua desaparece de la ducha cuando estamos enjabonadas, los niños propios se portan mejor en casas ajenas y el televisor deja de tener “fantasma” cuando viene el técnico.

“En el plano espiritual, en materia religiosa y en cuestiones filosóficas siempre existen, y existirán, lagunas, dudas, incomprensiones”.

En las oficinas nunca se encuentra el documento que se busca, en el banco la cola más larga es la del trámite que fuimos a gestionar, el libro que necesitamos nunca aparece en el librero, sino en la zapatera o en el estante de las toallas. Nos satisface el cabello solo cuando estamos a punto de ser peladas en la peluquería, y después de dos semanas de dieta estricta, ganamos dos kilos, según la pesa. Los bebés dejan de hipear si se les coloca un hilillo en la frente, el helado que más nos gusta es siempre el más caro, el analgésico que nos alivia la migraña es justamente el que no hay, la mejor pomada china es vietnamita, en Tabasco no hay salsa picante y los sombreros panameños son colombianos.

En la medicina abunda la inexplicabilidad, por decirlo de alguna forma. Conozco personas alérgicas a los antialérgicos, y a otras que comen guayabas verdes como laxantes, se erizan bajo el sol y beben café fuerte para dormir. Varios amigos míos utilizan vitaminas orales como reductores del apetito. Hay quien embellece con el paso de los años, hay quien estornuda cuando termina de comer cualquier cosa y hay quienes no logran conciliar el sueño si no escuchan algún ruido. Mi amiga Hilda se queda sorda si está bocabajo, mi amigo Víctor desayuna catorce granos de maní y a Fefa le asusta el olor de la penicilina, que solo ella es capaz de detectar. No es alérgica, aclaro, solo se asusta.

“La cotidianidad, además de corrosiva, es muchas veces inexplicable”.

La burocracia, como es habitual, se regodea en no ofrecer soluciones racionales. Quizás sea el reino más rico en cuanto a todo aquello que no tiene forma de ser explicable. La utilidad de un cuño, aunque se vea nublado, ininteligible y fuera de foco, escapa al entendimiento, así como las categorías de “premuerto” y de “posmuerto” que utilizan quienes firman como “el infrascripto”, alias “el notario”. Un mundo aparte, intrigante, es ese de las leyes. Cuando quise saber de qué se hablaba la primera vez que escuché lo de premorirse y posmorirse, creí morir ipso facto, y entre muchas preguntas me asaltó la duda de cómo será el acto de última voluntad de un premuerto. Debe ser la era de la posverdad, no me queda claro.

“Hablando en plata, no es recomendable buscar explicaciones, so pena de intramorirse en el intento”.

Por último, nadie podrá negar que la cotidianidad, además de corrosiva, es muchas veces inexplicable. Donde se venden frijoles, no hay ají, los cuales hay que buscar donde haya talco para niños, y el champú nacional es más caro que uno importado. Las colas que tienen un organizador al frente son más caóticas que las de libre albedrío, y las mejores frutabombas de la ciudad se encuentran a los pies del monumento a Leonor Pérez, mientras que el rostro ceñudo de Víctor Hugo parece decirnos: “No tengo lechugas hoy”. Hablando en plata, no es recomendable buscar explicaciones, so pena de intramorirse en el intento. La vida es bella, ¿qué duda cabe?  

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