De amores y esperanzas II: cuatro tantos a favor y uno en contra

Pedro de la Hoz / Fotos: Tomadas de Internet
31/10/2018

Uno. La serie de trece capítulos alcanzó lo que ninguna telenovela de producción nacional —de las transmitidas en los últimos tiempos— logró en decenas de episodios. ¿Concentración del diseño dramático? Puede ser. Pero lo más importante para los telespectadores fue saber que la realidad cubana podía ser abordada en la pequeña pantalla con seriedad, responsabilidad y agudeza, a la altura de las expectativas de un público atento y sensible a las múltiples y conflictivas aristas de esa realidad.

La guionista y realizadora Raquel González no cayó en la tentación del  enfoque sociológico totalizador que a veces se exige en el tratamiento de los temas de actualidad. Querer decirlo todo en una teleserie, una telenovela o una película,  no tiene sentido, pues se termina por no decir nada.

Tampoco hubo espacio para una tendencia que se ha querido presentar como la única versión de una Cuba real: la exacerbación de carencias y defectos, la canibalización de los afectos y la desilusión como dogma. Es como si del realismo sucio —legitimado en la literatura— se transitara hacia el panfleto deslegitimador.

¿Balance? ¿Equilibrio? No creo haya sido este el presupuesto de la serie. Más bien subrayaría la capacidad de contar buenas historias, creíbles, necesarias, inspiradoras. Ese es el primer tanto a su favor.

Dos. De amores y esperanzas abre cauce a un nuevo tipo de drama judicial. En tales casillas genéricas se mueven unos cuantos productos de la industria audiovisual seriada norteamericana y británica. Ganan cada vez más adeptos, y algunas son interesantes, como La buena esposa —que ahora tiene su secuela en La buena batalla— y Daños y prejuicios; se despeñan por el desfiladero del puro y más absurdo ingenio, como Bull, o se inclinan definitivamente por exaltar la falta de compromiso del sistema con la verdadera justicia, como Boston legal y Suits.

La serie cubana gira en torno a los abogados y trabajadores de un bufete colectivo. Ninguno es más inteligente que otro ni tiene todas las claves de cada caso en su mano. Son gente de carne y hueso, ciudadanos como cualquier otro que sienten, padecen, sufren y gozan los avatares de la vida y sus circunstancias. Eso sí, tratan de llevar adelante el ejercicio de la justicia dentro de los valores de una sociedad que lucha por reinventarse cada día.

Tres. Tampoco en ninguna otra serie cubana se había tratado con tanta lucidez y desenfado la supervivencia de prejuicios raciales y la necesidad de erradicarlos —si en verdad aspiramos a una sociedad inclusiva— con  la mayor cantidad de justicia posible: una madre a la que se arrebata el niño por ser hijo de un negro que, por cierto, fue a parar a la Florida; el posterior encuentro entre la madre y su hijo, que ha crecido en un hogar de niños sin amparo familiar, y las expresiones y actitudes racistas de sus otros dos hijos (blancos) que no la quieren ni la respetan. Estos sucesos nutren una historia cruda y dura, pero aleccionadora.

Por otra parte, la ojeriza que le tiene en un principio una abogada negra, inteligente pero llena de atavismos y complejos, a la compañera blanca de su hijo, también da mucho que pensar al televidente.

Valdría incentivar, a partir de su plasmación en una serie de ficción, la promoción de la tradición antirracista del pensamiento revolucionario cubano —de Aponte a Maceo, de Martí a Fidel, del Che a Raúl— y su necesaria actualización. Es una batalla que pasa por la subjetividad.

Cuatro. Antes de dirigir, Raquel González fue actriz y tuvo muy buenos desempeños. Ello le facilitó el camino para que sus colegas asumieran los papeles con pertenencia y pertinencia, que no es lo mismo. En la medida que esto fue así, las historias llegaron al telespectador con mayor impacto y credibilidad, pues, como se conoce, no basta con lo que se diga en términos dramáticos: resulta imprescindible el saber decir.

En mi caso, De amores y esperanzas me permitió redescubrir actores y actrices necesitados de una proyección que extrajera sus mejores frutos. Entre ellos, Edith Massola, Irela Bravo y Jorge Martínez.

Cinco (tanto en contra). Culminar la serie en dos temporadas, pues todavía queda mucho por explotar en cuanto a los temas y su tratamiento. Sin embargo, producir implica mucho, no solo en cuanto a recursos, sino también en cuanto a comprensión de la lógica productiva de los materiales de ficción de la Televisión Cubana.