Durante un largo tiempo muchas obras literarias y artísticas de la Edad Media fueron descalificadas, siguiendo la rutina de críticas provenientes del Renacimiento; sin embargo, hoy resulta imposible ignorarlas, y uno de los mayores ejemplos es Divina comedia, en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso, de Dante Alighieri (Florencia, 1265-Ravena, 1321). Infierno ha trascendido, mientras Purgatorio y Paraíso han quedado, sobre todo, como referencias. El sujeto lírico de estas obras es el propio Dante, que va camino a un ascenso “gótico” hacia la luz, magnificado por la figura femenina de Beatriz Portinari —se ha especulado que la conoció cuando ella era una niña de nueve años y murió cuando Dante tenía 25; algunos creen que se trata de Bice, hija de Folco Porcuyo y esposa de Simone dei Bardi; otras versiones suponen que no existió y es un personaje de ficción─, la donna angelicata asumida por la religión católica mediante una categoría simbólica apoyada por una extensa iconografía para recordar a la virgen María y acomodada tanto a la devoción religiosa como al sentimiento mundano del amor.
El adjetivo Divina fue empleado por Giovanni Boccaccio en Trattatello in laude di Dante, y tardíamente asumido en una edición veneciana de 1555, pues el autor llamó solamente Comedia a esta obra concebida bajo el número racional pitagórico con base 10 para completar 100 cantos, 33 en cada parte más el introductorio, compuesto por estrofas de tres versos endecasílabos, la terza rima o tercetos, que evocaba a la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y también, el equilibrio o estabilidad del triángulo o las tres proposiciones que componen el silogismo… Y no podía ser tragedia con el fin feliz de ingresar al cielo. La importancia de la Divina comedia radica en que resulta modelo de transición del pensamiento teocéntrico medieval en Occidente al antropocentrista que inauguró el Renacimiento. Cuando ya queda muy poco del pensamiento renacentista, especialmente por el actual rechazo al racionalismo liberal, esta pieza maestra continúa en pie por su eterno humanismo; también, gracias al Infierno, aún acudimos al adjetivo “dantesco” para describir cualquier escena o situación que causa espanto.
“La importancia de la Divina comedia radica en que resulta modelo de transición del pensamiento teocéntrico medieval en Occidente al antropocentrista que inauguró el Renacimiento”.
La Vita nouva, primera obra de Dante, demuestra la experiencia de transformación del ser humano mediante el amor, en este caso inspirado por Beatriz, su musa. Basado en el concepto de libre albedrío o libre elección —muy en boga entonces y después criticado por Spinoza, Marx, Nietzsche y Schopenhauer, entre otros filósofos—, que resalta el poder de las personas de elegir sus actuaciones, sin tener en cuenta condiciones objetivas que suelen ser determinantes, Dante se ubicó en los predios del infierno, sintetizando saberes medievales de la ciencia humana, pero eligió al poeta Virgilio y no al venerado filósofo Aristóteles para ser su guía.
Mientras en su época los conocimientos solo debían atenerse al latín y a la Teología, adueñada de todos los significados e interpretaciones, el poeta escribe en toscano para revelar secretos de la actuación del ser humano, no pocas veces ante situaciones límite. Resulta curioso que hubiera escrito un ensayo en latín, De vulgari eloquentia,sobre el habla popular, lo que revela su interés por esos vasos comunicantes entre lo popular y lo culto. No en balde Boccaccio admiraba tanto al poeta, pues tanto para uno como para el otro el lugar más alto de la sabiduría humana lo ocupaba la ética, tan olvidada en el presente por muchos que pregonan representarla desde la religión y la política.
Dejado a un lado el lastre del didactismo, la obra de Dante inauguró una tendencia basada en problemas y situaciones profanas que irrumpió en la literatura culta y trascendió el Medioevo florentino; posiblemente la Divina comedia haya sido una de las primeras creaciones literarias en transgredir esas fronteras y permitir un acceso más amplio a la cultura. Si bien el poeta tomó del poder católico la tradición judeo-cristiana para enseñar la conquista de la vida eterna, no rehusó incorporar, aunque fuera para criticarlos, los cultos paganos, la escatología musulmana o la comunicación entre el mundo de los muertos y el de los vivos, repudiados por la Iglesia. El carácter alegórico de la obra lo permitía, y ha resistido el paso del tiempo, el viaje a las regiones de ultratumba y a los jardines donde los bienaventurados gozan de la presencia de Dios, pues aún hoy no son muchos los que aceptan que con la muerte termina todo. En la época de Dante eran aún menos, y él articuló ese miedo social para desarrollar sus visiones y escribir la comedia del alma. El mayor legado de este procedimiento ha sido el enorme avance espiritual que significa brindarle información a la gente común sobre su destino; cuando el pueblo tiene acceso a informaciones que solo los poderosos dominan comienza un proceso emancipatorio indetenible.
La salvación mediante la contemplación de la vida eterna es el gran tema de la Divina comedia; sin embargo, en esta búsqueda se reproducen escenas del alma extraviada en Infierno que describen el estado del pecado, con arquetipos reconocibles con los cuales aún convivimos, debido a eternas y desenfrenadas pasiones humanas. Purgatorio es un tránsito de purificación, y Paraíso, el estado de beatitud; pero estos segmentos hoy suelen ser más aburridos, aunque no de menor calidad literaria, por la cantidad de códigos que se han renovado. Dante fusionó diversas fuentes sin confundirlas, lo mismo de la Biblia, que de las obras de los padres de la Iglesia ─escolásticos y místicos─, filósofos como Aristóteles y Platón, y poetas como Virgilio y Ovidio: mundo cristiano y pagano unido para preparar el humanismo y la cultura del Renacimiento.
El ejercicio de la justicia divina reproduce a la justicia humana en el reino de este mundo. El poeta demuestra que la redención siempre puede lograrse mediante la ética personal, ya sea para la salvación eterna o para encontrar un estado de dicha y equilibrio emocional en la vida terrestre. Ateos, cristianos, musulmanes, budistas… pueden hallar en esta lectura un sitio de conciliación, más allá de creencias o filiaciones religiosas o filosóficas, pues se presentan valores morales que atañen al ser humano. Monárquicos y republicanos admitirán sin reserva que hay reglas para diferenciar a incontinentes, violentos y fraudulentos, y a traidores, los más deleznables cuando actúan contra sus bienhechores.
La experiencia personal de cada personaje en Infierno recuerda que el vicio y las perversidades no son meras abstracciones, sino que toman cuerpo real en personas de carne y hueso que Virgilio muestra a Dante en los círculos del infierno, con todas las pasiones y conflictos en que se envuelven. Los enjuiciamientos se tornan más complejos y se desarrollan, se encaminan o se tuercen en el transcurso de la travesía de la vida terrenal. A Catón de Utica, defensor de la libertad política, Dante lo ubica en Purgatorio, aunque allí esté como guardián de la libertad espiritual de los elegidos; Beatriz tiene el gran papel alegórico en Paraíso, pero como mujer real en el recién inaugurado dolce stil nuovo. Todas estas alegorías fueron atrevidas para su época; sin embargo, en Infierno, aunque se utiliza el mismo procedimiento, prevalecen mensajes que trascienden el tiempo; resulta curioso que los ignavos, es decir los indolentes, flojos, cobardes, los que nunca adoptaron ninguna posición ante la realidad ni tomaron partido por la justicia, estén en el Infierno y no en el Purgatorio, aunque en el vestíbulo, pues no podían ser castigados por un pecado concreto.
El universo creativo de Dante en Infierno nos recuerda que los seres humanos no pueden vivir en la evasión o la alienación, en la indiferencia o en la falsa neutralidad; quienes poseían una sólida formación intelectual en aquel tiempo tenían los pies en la tierra, apoyados en la información existente y vinculados a la turbulenta vida política de la república de Florencia, inmersos en los conflictos político-religiosos y atentos a los intereses reales de los participantes en las contiendas, independientemente de los enunciados que decían defender. No es casual que Dante escribiera De monarchia, sobre las relaciones entre el mundo terrestre y el eterno, un texto muy adelantado que predicaba la separación de la Iglesia y el Estado; en 1554 fue incluido en el Índice de Textos Prohibidos por la Iglesia, por lo que fueron quemados sus ejemplares ─de estar vivo el autor, tal vez sus huesos hubieran ardido en la hoguera─, y todavía en 1881 la Iglesia Católica prohibía su lectura. Para el poeta, fe o revelación y razón o filosofía conducían a lugares diferentes; se trataba de una suerte de guía doble, en la que el papa tenía un mandato divino y el emperador otro terrenal, y la única manera de conseguir estabilidad y paz era que cada cual actuara respetando los límites de su poder.
“La obra de Dante inauguró una tendencia basada en problemas y situaciones profanas que irrumpió en la literatura culta y trascendió el Medioevo florentino”.
La felicidad terrestre puede conseguirse, pero no pocas veces bajo una lucha contra la pasión por los bienes materiales y la codicia, extendida a las iglesias y a los gobiernos en cada paso por el Infierno. Esta denuncia no se circunscribe a la Edad Media ni a Florencia o Italia; no tiene tiempo ni espacio, ni siquiera ideología determinada, y concierne lo mismo a güelfos que a gibelinos. La codicia provoca corrupción, disensiones, guerras entre familias, bandos, ciudades y reinos. La voz de Dante en el Infierno no acusaba directamente al pontificado o al Imperio; su denuncia traspasa clases, formaciones económicas, grupos sociales y sistemas políticos. La cartografía utilizada para recorrer el orden infernal mantiene una impresionante coherencia para arribar a su objetivo moral, e identifica tanto a personajes antiguos como a contemporáneos y conocidos del autor; un ejercicio común entre estudiantes ha sido situar a profesores, condiscípulos y servidores públicos en algunos de sus círculos.
Quienes cometieron faltas por pasiones terrenales están ubicados en Infierno en diferentes círculos. Allí estaban los que no pudieron resistirse a la lujuria, como la sensible y delicada Francesca de Rímini, que amó a su cuñado Paolo y fueron muertos por el marido engañado, Gianciotto Malatesta ─el pasaje conmueve al saber que los adúlteros descubrieron su amor al leer la historia del caballero Lancelot y Ginebra, esposa del mítico rey Arturo—. Allí estaban los que no pudieron contenerse ante la comida, como el repugnante glotón Ciacco; altaneros como Felipe Argenti de los Adimari; Farinata degli Uberti, jefe de los gibelinos en Florencia, ubicado en el círculo herético, junto a Cavalcante dei Cavalcanti, padre de Guido Cavalcanti, poeta y amigo de Dante, y además, el emperador Federico II de Suevia y Sicilia, seguidor del epicureísmo, junto al cardenal Ottaviano de los Ubaldini, también gibelino.
Entre mitologías paganas, demonios como perros de tres cabezas, monstruos mitológicos, fuerzas naturales, ríos como Aqueronte, Flegetón o Cocito, o corrientes de sangre hirviente y sombras de almas condenadas, Virgilio y Dante visitan a los violentos contra el prójimo, contra sí mismos y contra Dios, la naturaleza y el arte. Allí están Alejandro de Macedonia o Dionisio de Siracusa y los bandoleros toscanos Rinier da Corneto y Rinier I’izzo; Pier della Vigna, canciller del emperador Federico II junto a Brunetto Latini, canciller güelfo de Florencia y maestro espiritual y amigo de Dante; el obispo Andrea de Mozzi y el conde Guido Guerra… ¿Cuántos más podríamos añadir en la Historia y ahora mismo?
Cruzando el octavo círculo hay rufianes, seductores, aduladores y simoníacos ─llamados así por Simón, el mago de Samaria, quien intentó obtener de san Pedro y san Juan la facultad de comunicar y por él se le llamó “simonía” al comercio de lo sagrado—. Ni siquiera se salvan papas como Nicolás III, acusado de simonía, e incluso el recientemente fallecido Bonifacio VIII, enemigo de Dante, a quien preguntó un fraile: “[…] ¿Llegaste, Bonifacio? / ¿Ahí estás? Pues la cuenta me ha engañado; / pensaba que vinieras más despacio. // ¿Tan pronto estás del oro ya saciado, / con dolo hurtado a la divina esposa, / que sin temor has tú vilipendiado?”. (Dante Alighieri: Infierno. La divina comedia, Instituto Cubano del Libro, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1972). Adivinos, barateros, hipócritas, ladrones, malos consejeros, sembradores de discordias y falsarios completan el octavo círculo, para acceder a los recintos de fraudulentos en quienes se confía: los traidores a sus parientes, a su patria, a sus huéspedes y a sus bienhechores. La traición está en el noveno círculo, el último de Infierno.
Numerosos artistas de todos los tiempos han recreado esta radiografía social escrita para todos los tiempos. Botticelli, Doré, Dalí, Rodin, Baudelaire, Rossini, Schumann… y cientos de artistas de diversas manifestaciones y países han plasmado su visión del infierno, el purgatorio y el paraíso. En la Plazuela de Santo Domingo, frente al Colegio Universitario San Gerónimo, en La Habana Vieja, el escultor cubano José Villa Soberón acaba de develar una escultura de Dante, que ocupará su lugar junto a otros Padres de las Lenguas como Cervantes, Shakespeare y Camões. El universal poeta florentino no solo ejerció una influencia esencial para la construcción de la identidad italiana mediante la lengua y la literatura, sino que se encuentra definitivamente insertado en la cultura universal. Qué mejor tributo a este italiano de todos los tiempos que murió hace 700 años en Ravena, exiliado de su Florencia natal, y vive aún entre nosotros.