Daniel Ross Diéguez (Guantánamo, 1986) presentó en los habaneros cines Yara y Acapulco su primer largometraje de ficción: La espera, una producción independiente que obtuvo la estatuilla de oro a la Mejor Película Dramática en el Cannes World Film Festival, un evento que, sin ser el reconocido certamen que acoge cada año esta ciudad, sí es un reconocido festival en la costa sur francesa. La espera es, además, la primera obra de este tipo realizada en Guantánamo, razones suficientes para su proyección en el circuito cinematográfico capitalino y luego en otras salas del país.

Daniel Ross, uno de los jóvenes realizadores cubanos con una obra más sostenida y personal. 

La película se estrenó en el Festival Latino e Iberoamericano de Yale, Estados Unidos, en noviembre de 2022, y como parte de su recorrido internacional, La espera se ha presentado en el Festival Internacional de Cine Lift-Off Global Network y en el Festival Internacional de Cine Lift-Off Filmmaker Sessions, en Reino Unido; y obtuvo su primer premio, a la Mejor Película Internacional, en el Eagle Eyes International Film Festival, realizado en la India en enero de 2023.

Participó, asimismo, en el Sarturn Universal Film Festival, en la India, y fue parte de la selección oficial a Mejor Filme en el Festival de latinos y nativos de América, de Estados Unidos, y en el Festival Angaelica, que se realiza “en unos estudios de cine a las márgenes del Río Columbia”, cuenta. En Cuba, se ha presentado en diversos eventos, como el Festival Internacional de Cine de Gibara.

Sobre el Premio en Cannes cuenta: “Quedaron solo siete películas en esa categoría para un total de setenta en el Festival. Orgullosamente, una película cubana de producción independiente, de un lugar desconocido para el medio y sin presupuesto, me ha ayudado a sentir paz y fe en mis propósitos, pues en lo que te enfocas en la vida, te expandes. La espera es mi aporte al cine independiente cubano”.

Graduado de la Academia de Artes Plásticas de Guantánamo y de formación audiovisual autodidacta, creó en 2009 Studio DaRoDe, la productora independiente con la que ha realizado su obra. Ha dirigido los documentales Necesitamos ser escuchados (2010), Mamífero nacional (2020), Rostros acentuados (2021) y Wildlife DaRoDe (2022), los cortos de animación en stop-motion Todo pasa (2017) y Jake Up Mate (2018), y el de ficción La noria (2019), que preparó el terreno para La espera al mostrarnos el personaje interpretado por Regino Rodríguez Boti, nieto del poeta Regino Boti y en cuya casa se filmó La espera (reconocida con una mención especial por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, entre las producciones de ese año en el país).

Ross y el protagonista de La espera durante la filmación del largometraje.

Daniel Ross trabaja ahora en su segundo largometraje de ficción, Bajo la corteza, que participa, junto con otros 23 proyectos, en el concurso “Cine en construcción” en el 18 Festival Internacional de Cine de Gibara, donde podrá optar por servicios de posproducción aportados por Orizzonti Hub Italia-Cuba y “también por posible distribución futura que allanarán el camino a la culminación de esas películas”. A raíz de su presentación en los cines habaneros, conversamos sobre La espera y su cine con Daniel Ross, uno de los jóvenes realizadores cubanos con una obra más sostenida y personal.

Me llama la atención según leí que eres el único cineasta que posee una obra sostenida en Guantánamo. ¿No existía un movimiento audiovisual en la provincia, un interés por la realización, como sí existe, por ejemplo, en la música o en la danza contemporánea? ¿A qué crees se deba esto? ¿Y ahora, cómo valorarías el ámbito audiovisual en tu provincia natal?

Movimiento audiovisual en Guantánamo nunca existió, pero si un cine-club que los jueves proyectaba películas en un video-bar del cine Huambo. Lo más cercano que tuve fue una camarita digital con la que documentaba algunas cosas. Fui parte, con Adriel Bosch, subdirector del periódico Venceremos de Guantánamo y unos amigos, del Cine Andante en Guantánamo, un proyecto que se mueve aún por las serranías guantanameras a proyectar audiovisuales de otros realizadores independientes de la Isla y los míos, en lugares hasta donde la electricidad o la señal televisiva no existe.

Es duro entender que empiezas a hacer cine en una ciudad donde de seis que existían no queda ninguno, y no tienes más que emigrar a espacios como el patio de la AHS y casas de amigos a proyectar tus creaciones, cuando otras manifestaciones tienen espacios de sobra. Me ayudó mucho en la formación y divulgación de mi trabajo la plataforma YouTube, pues, aún prohibida para los cubanos en 2012, traté de acceder por extranjeros que me ayudaban. Miro hoy a Guantánamo y no sé en cuanto aporté o fui pionero en cuestiones serias sobre el género, porque me costó mucho entrenar la mente para entender que era cine y no televisión, como muchos me enmarcaban en un género que tiene su propio estilo de narrar las historias.

Hay un interés marcado en tu cine por Guantánamo y lo guantanamero, por la cultura y las personas de tu provincia. ¿Crees acaso que tienes una especie de deuda con tu provincia? ¿O eres de los que crees ver en lo local una manera de alcanzar también valores universales en el arte?

Mi cine es un compromiso y una forma de hacer justicia a una provincia que tiene mucho patrimonio, endemismo, arte e historia, y a la que no le han dado, los propios locales, su importancia. Así pasa con la creación del tres que universalizó Nene Manfugas y el caverchelo de Pedrito Caverdos, que también aportan a géneros autóctonos de mi provincia y que defiendo en mis películas, como el son, el changüí, el kiribá, el aeroplano, entre otros. Guantánamo por sí solo lo veo como un país por su cantidad de aportes.

“Mi cine es un compromiso y una forma de hacer justicia a una provincia”.

Hasta en la llegada del Almirante Cristóbal Colón, el primer lugar que se puede comprobar en su descripción con exactitud es el Yunque de Baracoa, que tiene más tiempo de referencia que cualquier país de las Américas y hoy no es ni patrimonio de la Unesco. La tainidad en Guantánamo define hasta la historia del Caribe insular con sus hallazgos entre Maisí, Baracoa e Imías; pero no ha trascendido por falta de un vínculo fuerte con el arte.

¿Qué crees que caracteriza la identidad del guantanamero? ¿Y cómo ella está presente en tu cine?

Siento un compromiso de filmar a Guantánamo mostrando la gran provincia que es y con su gente talentosa. Somos pioneros en más de cien cosas y nadie sale a defender eso, solo estamos conformes con que somos la única provincia con tres patrimonios de la Unesco y que lidera la producción de café, cacao, sal, algunas variedades de frutas, entre otras cosas.

Nos dejamos quitar el Cemí (ídolo del tabaco), el símbolo de la provincia, para dejarlo sin acceso al público en el Museo Montané de la Universidad de La Habana. En mi obra saco toda referencia posible a Guantánamo y pienso mantener ese sello donde me encuentre.

¿Qué crees que caracteriza o unifica tus obras? ¿Cómo describirías tu cine en pocas palabras?

Pienso que mi cine tiene de expositivo y documentativo sobre Guantánamo y su gente, sobre la vida rutinaria y la flora y fauna, como la belleza que pasa inadvertida. Es un cine inmensamente guajiro con talentos locales, que arrastra a otros artistas con sus creaciones y que nos cuenta historias.

La espera es el primer largometraje de ficción completamente guantanamero. Eso es un gran compromiso con su historia. ¿Había un interés marcado en que fuera justamente un filme bien guantanamero? ¿Qué crees fue lo más complejo del proceso de realización de esta película?

La espera es mi primer largometraje de ficción y acabé realizándolo de forma independiente con amigos guantanameros. Desempolva historias reales, locaciones en las cuales me inspiré en varias visitas y en gente que aprecio mucho. Asumí muchas cosas antes y me apoyó mucho siendo prácticamente un desconocido el cineasta Fernando Pérez, que tuvo buena reseña en la Muestra Joven Icaic sobre La noria y repitió su elogio más tarde en el Festival Internacional de Cine de Gibara, donde no conocía a nadie.

La espera desempolva historias reales, locaciones en las cuales me inspiré en varias visitas y en gente que aprecio mucho.

Esas opiniones me sirvieron para enfrentar mis objetivos y entender que la mejor forma de lograrlo es insistiendo y ensayando el propósito hasta que llegue una mínima posibilidad. Me llegó la oportunidad de filmar La espera con un amigo que me dio unos días sus equipos y ejecuté con el entusiasmo del protagonista de la película, Regino Rodríguez Boti, el rodaje, y con amigos que siempre están dispuestos a colaborar.

En La noria encontramos a Regino y su casa, que podría ser un microcosmo, un personaje más… ¿Qué une La noria con La espera? ¿Es esta última, acaso, una prolongación del primero?

Sí, claro, La espera es una continuidad de La noria. Me propuse empezar varias películas con un mismo actor protagónico y eso hice. Mucha gente no vio al protagonista capaz, pero yo veía en él un personaje y mi historia él la podía contar. Con los meses, la desconfianza en esas mismas personas se convirtió, con los primeros premios, en aplausos y unos gestos y expresiones de resignación.

Encuentro en tu cine un uso subrayado del absurdo, en los personajes, en las situaciones. Por ejemplo: Regino mordiendo el pan en La noria, Moya corriendo por la casa en La espera. ¿Lo crees así? ¿Acaso esa realidad puede ser, por momentos, altamente absurda? La espera aborda también la soledad, la incomprensión, la intolerancia, el dolor de una existencia solitaria, el paso del tiempo, la pérdida… pero, ¿cuál es el tema principal de la película?

Me encanta sembrar el absurdo en mis películas. La vida tiene giros y rutinas que hacen, en ciertas ocasiones, que se vea así. La espera aborda la soledad y la rutina, la pérdida de lo que un día fue importante y de como para muchos, la vida se nos hace más dolorosa por cuestiones sociales. La resignación de la vida ahora y cuánto vale la propia vida para uno desde la propia soledad y el abandono.

“Me encanta sembrar el absurdo en mis películas”.

Los actores en La espera no son profesionales. ¿Este elemento es intencional o es parte de las circunstancias de producción?

Los actores son los amigos que podían ayudarme a realizar mi historia y que descubrí en ellos una manera de narrar mis personajes que tenían mucho de su realismo. Sandy asumió de forma valiente el personaje que dos amigos de Regino se disputaron y a la hora de realizar La espera se arrepintieron.

Moya es un maestro espiritual que admiro, un amigo que desde la humildad te entrega valores que para muchos hoy serían anticuados y nada destacables. Annia del Río me apoyó mucho y asumió los desnudos en la trama con toda profesionalidad. Lo más grande de todos estos amigos que actuaron es algo que uso como motor de vida y es el respeto al tiempo. Todos ellos tienen obras, saben lo que cuesta no hacerla y la importancia de la inmediatez de hacer cine y crear desde una provincia donde no hay antecedentes.

“Los actores son los amigos que podían ayudarme a realizar mi historia y que descubrí en ellos una manera de narrar mis personajes que tenían mucho de su realismo”. 

Es curioso que tanto Regino como Moya nos parezcan personajes que están interpretando su propia vida, que están actuando tal como son, moviéndose en su medio, haciendo lo que comúnmente hacen, como si La espera tuviera cierta mirada documental más allá de la ficción que propones en la película. Pero en algún momento dices que les incorporaste a ellos “circunstancias opuestas a las que viven normalmente”. Podrías ampliar algo más de esto.

Retraté mucho de la vida de Regino y de Moya desde esos tiempos que pasábamos las tardes en el patio de la casa de Regino, casa natal de su abuelo: el poeta de la ciudad de Guantánamo, y único Monumento Nacional en Cuba que está habitado por una persona propietaria del inmueble.

Su vida era de película, pero le faltaban algo que persigo filtrar, y es la soledad, la creación en esas etapas de depresión y los amigos que parten constantemente. Hay mucho mío en La espera y muchos apuntes de otros que guardé para contar. Entre tardes de contrapuntos, apreciaciones, los “whiskytos” de Regino y el humor por nuestras desgracias, descubrí que una película podría nacer allí.

Podríamos pensar incluso que existe en La espera cierto interés sociológico y antropológico al utilizar instrumentos musicales como el caverchelo y el tres, y ritmos autóctonos de la música guantanamera, como el changüí, el nengón, el kiriba, que quedan registrados en tu primera película.

La música es mi compromiso sociológico y antropológico con los ritmos autóctonos de Guantánamo. Tenían que estar, con una representación de los que hasta ese momento me parecieron que debían estar y que accedieron. Descubrí en pocas horas al violinista Sarbelio Matos, que sacó, junto a la flautista y compositora Grettel Pozo, los solos de La espera, así como el pianista Otto David Fernández, junto a Yoel González y su Médula, que me cautivaron con el tema principal del filme.

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