Dagoberto Gaínza, mucho con demasiado
En el paisaje teatral de nuestra Isla destacan muchas personalidades. Unas dijeron adiós y nos dejaron el efluvio de sus presencias imprescindibles. Otras están aquí, con los pies plantados en la tierra sagrada que los vio nacer, en la contienda que se libra día a día desde el bastión de las tablas, en busca de un mejor porvenir para nuestra profesión y nuestro país.
El Premio Nacional de Teatro, con apenas dos décadas y algo más de existencia, cuenta con treinta y cinco galardonados venidos desde diferentes ramas de la escena, y todavía necesitamos más variaciones. En 2021 el premio viajó de una punta a otra de nuestro territorio; una trayectoria que también sigue siendo demasiado tímida, poco arriesgada. Cuando se decidió que fuera distinguido con el honroso laurel el actor santiaguero Dagoberto Gaínza, fuimos muchos los felices. Yo diría que todos, pero no quiero ser absoluto ni siquiera en medio de mi inmensa alegría.
“Su biografía escénica no solo es pródiga en títulos, sino también en la eficacia de su arte”.
Así como reconocemos a teatristas del siglo XIX y del XX, no siempre nacidos en la capital, la entrega del premio en el siglo XXI a Dagoberto Gaínza, por el trabajo realizado mayormente desde su provincia, fue un acto de justicia largamente esperado. Su biografía escénica no solo es pródiga en títulos, sino también en la eficacia de su arte. Del drama a la comedia, de los carnavales al teatro de relaciones, sin dejar a un lado la experimentación y el teatro de calle. Lo del Dago ha sido “mucho con demasiado”. Una carrera tan rica como desconocida a veces, para mal de quienes creen saberlo y haberlo visto todo.
“Espero verlo vestido una vez más de Santiago Apóstol, montado en una carroza con los colores de la bandera cubana y decorada con palmas y montañas”.
¿Quién no rió a carcajadas con su interpretación bufa de El macho y el guanajo? ¿Quién no se estremeció con el sino trágico e irónico de su Tabo en Dos viejos pánicos? La sabiduría y asunción de la realidad de este actor al entrar en la piel del viejo profesor de la obra Yepeto fue una lección magistral. Su Tartufo otra clase de cómo expresar desde el escenario la ironía, la crítica y el goce caribeño. El papel de Don Quijote, legado a él por Albio Paz, fue defendido por Dago con humildad y agradecimiento. Su entrada a escena como Santiago Apóstol, luego de que lo obligaron determinadas circunstancias, aún no ha concluido. El mítico montaje del Cabildo Teatral Santiago ya no se encuentra en repertorio, pero Dagoberto es reclamado cada año en las fiestas populares santiagueras.
Su notoriedad como actor, con el reconocimiento de la crítica y los espectadores, no reside en un solo personaje, ni siquiera en dos, ni tres. No tiene que ver con un golpe de suerte o debido al talento de un director que supo ver y sacar de él su portentosa fibra actoral. Por dondequiera que pasó, y ha caminado bastante, cada director escénico, televisivo o cinematográfico se fijó en su gracia natural, en una organicidad que no desconoce a Stanislavski o a Brecht, entre otras herramientas. Ninguno pasó por alto el porte distinguido de aquel flaco, altísimo, que alguna vez bailó en el Conjunto Folklórico de la CTC en Santiago de Cuba.
¡Bravo, Dago, por tu ejemplo como artista, por tu energía bienhechora como hombre!
Seguramente la ciudad héroe, con el obligatorio protocolo de la COVID-19, no ha convocado a un carnaval especial dedicado a Dagoberto, pero bien que se lo merece. Espero verlo vestido una vez más de Santiago Apóstol, montado en una carroza con los colores de la bandera cubana y decorada con palmas y montañas. En el medio y a su lado deberá ir Nancy Campos, su compañera, su cómplice, su novia, su esposa, la madre de su hijo Ahmed. Este premio también la ilumina a ella, en todo su esplendor. Sobre la carroza, irán revoloteando varios angelotes ebrios de contentura. Uno puede apellidarse Lucero, otro Castro, otro más Pomares, Herrero, Paz, Gutiérrez Alea, Solás, Massip, Macías, Gómez… Los vivos estamos aquí, y los que no están de cuerpo presente, ya sea por los avatares sanitarios, geográficos u otra razón, están en cada uno de nosotros, emocionados y satisfechos.
¡Bravo, Dago, por tu ejemplo como artista, por tu energía bienhechora como hombre! Eres nuestro gran orgullo con ese Premio Nacional de Teatro 2021. Sea nuestro aplauso en tiempos de pandemia, el símbolo de un abrazo infinito cargado de respeto y amor.