Cuba y Estados Unidos: Ni contigo ni sin ti (I)
Las relaciones culturales entre Cuba y Estados Unidos han pasado por momentos de asimilaciones y rechazos, afinidades conflictivas, acercamientos y alejamientos, enjuiciamientos apasionados y equilibrios serenos… Los enfrentamientos como resultado de los paradigmas económicos e ideológicos antagónicos y las polarizaciones políticas, no pocas veces han dejado cicatrices apreciables en los dos pueblos; sin embargo, no se puede perder de vista que las rupturas han provenido de la todavía potencia más poderosa del planeta hacia una isla vecina, rebelde y soberana. La repercusión de esas contradicciones no niega afinidades culturales ni impacta del mismo modo en cada sociedad, familia y persona, ni hay que ocultar diferencias irreconciliables para reconocer analogías.
Los sucesivos gobiernos estadounidenses no acaban de comprender que Cuba es otro país. A veces se han querido ocultar semejanzas culturales, pero eso tampoco es posible. Recomenzar otro acercamiento y lograr la reconstrucción estable en la esfera cultural constituye una obligación de los dos gobiernos y está pendiente como deuda histórica de ambas naciones. Hay temas urgentes, especialmente los relacionados con el cambio climático, porque el mundo es la casa única de todos y somos vecinos. Las cooperaciones en la ciencia y la técnica, sobre todo en el área de la salud humana, así como en la seguridad mutua, no pueden postergarse. Cuando han existido condiciones para acercarse, se ha apelado, primero, a la cultura.
“Los sucesivos gobiernos estadounidenses no acaban de comprender que Cuba es otro país. A veces se han querido ocultar semejanzas culturales, pero eso tampoco es posible”.
El último intento para la restauración de intercambios culturales ocurrió bajo los respectivos gobiernos de Raúl Castro y Barack Obama en el presente siglo, pero lo desmoronó el innombrable sucesor en la Casa Blanca. Intensos vaivenes políticos han decidido una agenda de posibles acercamientos o alejamientos culturales, familiares, personales… Los más recientes desencuentros han impactado en sectores de la cultura común, en familias cercanas y amigos entrañables, y han dejado una estela de dolor o distanciamiento que no renuncia, sin embargo, a la esperanza de futuros reencuentros. Resulta imposible no mencionar o evitar los complejísimos análisis políticos y económicos, pero aquí solo pretendo acercarme de manera indirecta a ellos y, con una mirada histórica, a algunos de sus inevitables nexos con las relaciones culturales.
“El último intento para la restauración de intercambios culturales ocurrió bajo los respectivos gobiernos de Raúl Castro y Barack Obama en el presente siglo, pero lo desmoronó el innombrable sucesor en la Casa Blanca”.
Intentaré entonces situar el centro de mi atención en la sociedad y el pensamiento, y en otros aspectos históricos de la cultura y la vida cotidiana y espiritual de los dos países, para comprender las potencialidades de complementaciones que pueden lograrse, sin soslayar las diferencias. Es preciso dar fe de los lazos culturales e históricos con el propósito de explicarse de manera desprejuiciada algunas urgencias, más allá de las razones ideológicas o los criterios políticos antagónicos entre cubanos y estadounidenses, y entre cubano-americanos y “cubanos de Cuba”.
El origen
Baracoa, la Primada de Cuba, fue fundada en 1511 por Diego Velázquez, quien ya conocía que se encontraba en una isla y existía “tierra firme”. En real cédula del 20 de marzo de 1538, el rey de España ordenó al Adelantado Hernando de Soto, gobernador de Cuba y de la provincia española de La Florida, levantar una fortaleza en La Habana para acercarse a esa tierra firme; al año siguiente, De Soto partió hacia la conquista de la costa occidental de La Florida, con unos 700 hombres; la expedición lo llevó a Misisipi, donde murió en 1541.
“La proximidad geográfica y el hecho de haber sido colonias de potencias europeas en América en tierras ya habitadas por aborígenes, nos igualaban como pueblos en formación, a lo cual se sumó la llegada de los esclavos africanos”.
San Agustín, en Florida, fue fundada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés, quien la reconquistó después de destruir el fuerte Caroline y asentamientos hugonotes franceses. Menéndez de Avilés gobernó esta provincia como Adelantado Mayor Perpetuo, y dos años después fue designado para gobernar a Cuba. Los dos territorios fueron españoles y tuvieron en los primeros siglos los mismos enemigos: las potencias europeas no españolas, aunque durante la conquista, los propios españoles fueron los primeros enemigos, pues estas tierras estaban ocupadas por aborígenes. Cuatro oficiales españoles nacidos en la Isla gobernaron La Florida. San Agustín fue el territorio continental donde en los primeros siglos se asentaron más cubanos. En 1762, cuando la toma de La Habana por los ingleses, George Keppel, tercer conde de Albemarle, se llevó a la fuerza al díscolo obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, para San Agustín.
La proximidad geográfica y el hecho de haber sido colonias de potencias europeas en América en tierras ya habitadas por aborígenes, nos igualaban como pueblos en formación, a lo cual se sumó la llegada de los esclavos africanos, aunque es sabido que la naturaleza de la colonización sajona fue diferente a la hispana, pues mientras la primera miraba al futuro, la segunda fijaba los ojos en el pasado. Compartir dolores comunes, el mayor de ellos, la colosal afrenta a la humanidad que fue la esclavitud, la “gran pena del mundo”, así como la nada comparable, pero tampoco despreciable, humillación de los criollos frente a sus respectivas metrópolis, dejaron una huella secular de amor a la libertad, a todas las libertades posibles, aquí y allá, que comparten cubanos y estadounidenses; hijos de europeos en América, la buscan y la encuentran contra viento y marea, en las situaciones más hostiles y perversas —más allá de su origen de clase y posición política, y a veces, a un precio muy alto, por no hablar de los descendientes de aborígenes o de africanos, y los mestizos.
“(…) sin embargo, en la formación de los dos pueblos hay contrastes y contradicciones: mientras Estados Unidos construyó un pueblo trasplantado de Europa, en Cuba se edificó un pueblo nuevo”.
Esa base social aportó una ancestral búsqueda de soberanía como grupo humano y una secular ansia de libertad individual, así como una batalla que no cesa por la adquisición de nuevos derechos civiles y sociales; sin embargo, en la formación de los dos pueblos hay contrastes y contradicciones: mientras Estados Unidos construyó un pueblo trasplantado de Europa, en Cuba se edificó un pueblo nuevo.
Las ideologías coloniales y la formación de los pueblos
La ideología de España al comenzar la colonización en Cuba fue regresiva hacia el feudalismo; sus empresas se sustentaban en un espíritu militar y de fidelidad incondicional al rey, que garantizaba privilegios en el reparto de tierras y riquezas, con la mira puesta en su disfrute en el continente. La conquista española en los territorios americanos se vinculaba al carácter de cruzada católica; a cada triunfo militar sucedía una oleada de inmigrantes, y al poder centralizador y autoritario del Estado en el rey, se añadían áreas compartimentadas de responsabilidad para cada funcionario de la Corona. La religión católica era exclusiva del reino y excluyente de las demás; no se admitía ninguna diferencia que afectara su autoridad, aunque ello conspirara contra el crecimiento económico de la sociedad ─prueba de ello fue la previa expulsión de moros y judíos en toda España.
La Inquisición, las reformas de la Iglesia, el control de la jerarquía eclesiástica, las órdenes religioso-militares, así como la defensa más pura del catolicismo, se encontraban bajo la supervisión directa del rey. El autoritarismo echó raíces profundas. La economía estaba en manos de una burguesía usurero-mercantil sin experiencia en la producción industrial, dispuesta a perder ventajas económicas a costa de su linaje; no se le prestaba interés al comercio y hasta se consideraba indigno. La hidalguía de los caballeros castellanos, de fuerte tradición medieval, chocaba con los intereses del espíritu burgués. España fue la más vulnerable de las potencias emergentes de Europa; expansiva y excluyente, no estaba en condiciones de consolidar caminos capitalistas para su desarrollo.
La ideología de Inglaterra, antes de comenzar la colonización de las Trece Colonias, estuvo marcada por el auge del capitalismo y la solución de los conflictos religiosos en torno a una singular reforma. El respeto a la riqueza individual y la resignación del pobre a su pobreza conformaban un pacto social que aseguraba la propiedad de la nobleza emprendedora y la acumulación originaria del capital, combinando poderosas fuerzas armadas e instituciones eficientes, y utilizando lo conveniente de lo sobrenatural para crear la necesidad de un destino: un pueblo pragmático y predestinado. Se echaban las bases para un compromiso dinámico de servicio a la masa desprotegida por una minoría protectora; el maniqueísmo como doctrina aceptaba todas las justificaciones posibles para llevar adelante la empresa corsaria con la legalización de la piratería, en medio de la proclamación del humanismo burgués, fundamento de la servidumbre de las grandes masas productoras hacia la oligarquía dirigente.
La primogénita Virginia fue el ensayo para trasplantar de manera institucional a terrenos fértiles a pequeños burgueses expertos en labranza y sus familias para una nueva vida marcada por el individualismo basado en la propiedad. Al pactar con los aborígenes para engañarlos con el saqueo sistemático y la expansión territorial, solo faltaban los africanos para sentar las bases del trabajo esclavo bajo un estricto control oligárquico autoritario en una colonia puritana con la conciencia de un destino de supremacía hacia otros pueblos, especialmente después de que comenzaron a desarrollar paralelamente la industria.
En el Caribe, sin embargo, se forjó un sincretismo de matrices simbólicas de diferentes etnias y pueblos europeos, africanos, asiáticos y americanos, para crear un pueblo nuevo, desde una cultura apropiada que se hizo propia hacia la primera mitad del siglo xix, consolidada con la llegada de la modernidad a finales de esa misma centuria; en este proceso de diferenciación con España partiendo de una identidad cultural singular, se hizo posible el concepto de nación e identidad nacional, disímil también desde el punto de vista económico y social a todos los entes que la integraron y con patricios que pensaron a Cuba en sus diferencias culturales, políticas y jurídicas en relación con la metrópoli.
El pueblo anglo-americano fundado al norte desarrolló en el litoral atlántico trece colonias con una filosofía mercantilista que explotó todas las posibilidades económicas y comerciales, junto al hechizo de teorías filosóficas y religiosas convenientes para fundar una sociedad que se iba desfasando de la metrópoli; ante la presión imperial, se rebeló y hubo batallas por la independencia, pero no revolución, por lo que el sistema esclavista no solo se mantuvo intacto, sino que se acrecentó; mientras fundaban bancos y universidades, el poder del dinero y la intervención de la ciencia y la técnica multiplicaron el desarrollo a costa de la esclavitud.
Cuando la Isla buscaba caminos para su emancipación mediante el reformismo y el anexionismo hasta llegar a la convicción del independentismo, la Unión Americana se estructuraba sin tutor como república federal, bajo una turbulencia clasista, mediante convenciones y documentos, debates y el leguleyismo federalista, que sentaba las bases de la expansión territorial y fortalecía la plutocracia a expensas del Destino Manifiesto. Se producía el nacimiento imperial concebido a partir de la tutela a otros pueblos y bajo la bandera del progreso industrial concentrado en los estados del norte; la contradicción con el sur esclavista sería dirimida en una costosa guerra civil.
Varela, Heredia y Saco
Félix Varela posiblemente estuvo entre los primeros cubanos en captar el organismo social de Estados Unidos a principios del siglo xix. Ponderó a esta nación en sus diferencias americanas en relación con Europa, pues sabía que el sistema republicano, construido sobre la cultura del trabajo, resultaba superior a los que había visto en el llamado Viejo Continente, dependiente de herencias monárquicas y derecho divino sobre la tierra. Quedó admirado del progreso acelerado de la nueva nación, aunque esta no fuera su preocupación esencial. Tradujo del inglés el Manual de práctica parlamentaria para el uso del Senado de los Estados Unidos, en 1826, y conocía la superioridad legislativa, comparada con la de España, pero su obsesión fue la libertad de Cuba, y desde su ejercicio sacerdotal católico en Filadelfia y Nueva York, estaba al tanto de cada acontecimiento relacionado con la Isla.
Por esa época, los emergentes Estados Unidos de América y algunos nuevos gobiernos, independientes ya de España, como los de México y Colombia, estaban interesados en la separación cubana de la metrópoli, cada cual por diversas razones. Varela dejó bien clara desde el periódico El Habanero la idea de que Cuba debía ser independiente de cualquier potencia, sin contraer compromisos o aceptar ayudas externas. El notable pensamiento americano de Varela fue reconocido por generaciones de cubanos; apegado a la voz de la naturaleza, alimentaba el ideal razonado de Cuba más allá del sentimiento patriótico. Fue raigal para él que la independencia debía alcanzarse por exclusivo esfuerzo propio, basado en el patriotismo, y que nada debía hacerse contra la unidad. La noción patriótica debía alimentar a la nación cubana.
Como experto en constitucionalismo y a propósito de la formación de cortes por estamentos en Europa para representar al pueblo, no se cansaba de repetir que no se debía conceder preferencia a ninguna clase de individuos sobre las otras, porque ello inspiraba desunión; en sus Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española critica rezagos monárquicos que adoptaron otras constituciones americanas. Este principio conduce a la conclusión de que, para merecer la confianza pública de los delegados del pueblo, en la nación republicana de América no debe haber más que una representación, un congreso nacional, para expresar la voluntad de todos. Un parecer diferente a la tradición sajona en la Unión Americana, que establecía la división heredada de reinados europeos, con dos categorías de autoridad legislativa; para Varela, de alguna manera esta estructura continuaba reconociendo la existencia de dos tipos de ciudadanos. Posiblemente en tal énfasis emitiera una alerta a la futura actividad legislativa en la república soñada para Cuba. Como educador, consideraba que su misión debía concentrarse en un proyecto para lograr una república cubana de profunda identidad nacional y compacta unidad patriótica, que no tenía que ser igual a la de Estados Unidos o de otras naciones de Europa o América. Fue un creador del constitucionalismo para Cuba, que argumentó el sentimiento patriótico y veló por la estrecha unidad ante tantos peligros.
“Varela, Heredia y Saco trataron, sobre todo, los ángulos políticos en las relaciones de Cuba con Estados Unidos”.
José María Heredia desde la poesía fijó la heráldica de la patria, recogida en los símbolos nacionales cubanos: la palma real en el escudo y la estrella solitaria en la bandera. Compartía el fervor patriótico de Varela ─aunque se haya decepcionado después por múltiples causas que Martí analizó de manera brillante en su artículo sobre el primer poeta romántico de América─ y lo tradujo a la dimensión simbólica mediante su obra poética: como desterrado, vio palmas en el paisaje helado del Niágara, dejando plasmada para siempre su impresión romántica de ese escenario. Defendió una estrella solitaria como insignia, retomada posteriormente y defendida en los campos cubanos de batalla.
Al glosar un mensaje del presidente de Estados Unidos John Quincy Adams a la Cámara de Representantes, publicado en la revista mexicana El Iris el 29 de abril de 1826, Heredia rechazó las ideas del mandatario estadounidense por su incoherencia, pues Adams planteaba que Cuba no podía ser libre por tener esclavos, como si el país norteño no los tuviera, incluso, después de la Declaración de Independencia. Este pretexto de los gobernantes de la Unión para no colaborar con los primeros patriotas criollos que incubaban ideas separatistas, revelaba su histórico doble rasero para el análisis de los temas internacionales, pues ya planeaban en secreto la compra de la Isla.
José Antonio Saco vivió un momento de euforia entre cubanos convencidos de que, para salir de España, el camino consistía en anexar la Isla a Estados Unidos. Saco había viajado por Europa y Norteamérica, conocía el dinamismo económico y social de las nuevas repúblicas y la restauración monárquica en algunas del Viejo Mundo. Su obra Paralelo entre Cuba y las colonias inglesas tomaba como ejemplo a Canadá como aspiración de colonia y se había entusiasmado con la hábil fórmula aplicada por los ingleses para ese territorio. Entre 1845 y 1852 libró una intensa campaña antianexionista, con dos obras fundamentales: Ideas sobre la incorporación de Cuba a los Estados Unidos y Réplica a los anexionistas.
Existía entonces un fuerte comercio entre la Isla y Estados Unidos, y se fortaleció en el ideario de muchos cubanos la tendencia anexionista como medio para beneficiarse con el progreso comercial y tecnológico. No pocos criollos ingenuos consideraban la anexión como paso previo a la independencia. Saco criticó estas ideas y afirmó que deseaba a una “Cuba cubana”; ponía el ejemplo del territorio de la Luisiana francesa, asimilada a la Unión y convertida en un estado más con el quebranto de su cultura, incluido el idioma, por lo que veía a la anexión como absorción y pérdida de identidad; aspiraba a una Cuba no solo rica e ilustrada, sino con la autonomía necesaria para ser verdadera. Odiado y cuestionado por quienes más ganaban del comercio con Estados Unidos, que no entendían o no querían entender sus prédicas, se autodenominó “El mensajero del tiempo” y solicitó para su tumba el epitafio: “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”.
Varela, Heredia y Saco trataron, sobre todo, los ángulos políticos en las relaciones de Cuba con Estados Unidos, y los tres, a pesar de reconocer que el vecino galopaba como república en el progreso económico y comercial, rechazaron aspectos que no encajaban en el incipiente proyecto político, social y cultural republicano que soñaban para la Isla. En la primera mitad de aquella centuria, no era posible vislumbrar la incubación imperial de los nacientes Estados Unidos y resultaba común la admiración por quienes, saliendo del coloniaje, habían logrado un progreso descomunal en pocas décadas; apenas se detectaba, gracias a una cobertura propagandística manipuladora que comenzaba a organizarse, que sus logros se debían al inhumano trabajo esclavo. Otros muchos intelectuales de diferentes ideologías, condición social, profesión u oficio, viajaron a Estados Unidos o residieron allí en el siglo xix y contribuyeron con variadas visiones culturales a un intercambio provechoso entre los dos pueblos. José de la Luz y Caballero y Domingo del Monte admiraron la calidad científica de la educación y el despliegue de la cultura de los vecinos, sus publicaciones e instituciones; sin embargo, ambos, como antiesclavistas, rechazaron la permanencia de la odiosa esclavitud en aquella sociedad.