Cuba: vibraciones del chiste oral
11/9/2020
En la cultura cubana es indudable que “el chiste oral”, en cuanto expresión del sentido del humor, es un componente de la tradición popular, resultado del proceso de transculturación en que cristalizó nuestra nacionalidad a mediados del siglo XIX. Esa relación palpable entre los cubanos y el humorismo —quizás uno de los elementos más estables de la auto imagen nacional— hizo apuntar a Fernando Ortiz[1] su percepción de que “ser simpático es la cualidad preferida en Cuba, ante la cual toda otra se desvanece. Ni belleza, ni talento ni dinero vale en Cuba lo que la simpatía”.
Aunque el propósito de estas notas no es una exégesis del modo de ser del cubano —para lo cual es de lectura imprescindible la obra de la Dra. Carolina de la Torre[2]—, sí resulta oportuno puntualizar que en el proceso de configuración de nuestra identidad cultural como pueblo nuevo, la impronta de las costumbres de diferentes regiones españolas, amalgamadas en suelo cubano, así como de la literatura costumbrista peninsular, representaron aportes fundamentales al perfil psicosocial del criollo y a su vertebración cultural definitiva: idioma, código moral judeo-cristiano, modo de organización familiar, instituciones sociales, etc. Y, dentro de ese corpus, es natural el haberse asimilado el uso del ingenio humorístico oral, como ocurriera con el piropo, con el pregón y con el refranero.
Otro componente modelador fue el propio proceso histórico-político, en el que los “criollos” (entiéndase los nacidos en Cuba, cualquiera que fuese su origen étnico o su pertenencia socioclasista), desde su condición de inferioridad social impuesta por los colonialistas, desarrollaron, a partir de una auto-identificación cultural propia, un sentimiento de pertenencia y una psicología social diferenciados de los de las autoridades españolas que por lo general cumplían una función militar transitoria en la posesión ultramarina.
Los primeros signos de una auto-percepción distintiva se revelan, como se conoce, en los poemas de Manuel Justo de Rubalcaba donde se exaltan las bellezas del paisaje cubano y las frutas nativas en comparación con las europeas. Y, tal vez, apelaran los criollos a expresiones chistosas alusivas a la realidad social enjuiciada desde su óptica clasista. Una compilación de estampas costumbristas fue publicada en 1852, en La Habana, bajo el título de Los cubanos pintados por ellos mismos, contribuyendo así a la legitimación de una nacionalidad “sentida como distinta” de cualquier otra.
En esa singular dinámica social la percepción de “lo ajeno” por parte del emergente pueblo cubano —su sentimiento de no pertenencia a la Corona española, su distanciamiento de la autoridad metropolitana, extranjera— abonó el terreno para el surgimiento de corrientes de pensamiento político (autonomismo, reformismo, independentismo) cuyo denominador común de fondo era “la diferenciación” y, por consiguiente, la delimitación de “lo propio” y de “lo extraño”. Y lo ajeno, lo extraño, devendría ¿por qué no? objeto de sátira para el emergente pueblo criollo. Y de modo recíproco, los criollos se convertirían en blanco de burlas por parte de los peninsulares, generándose así una suerte de “escaramuzas de humor” como preludio de la guerra de liberación nacional iniciada en 1868.
Durante la Guerra de los Diez Años, período en que cuaja de manera definitiva la nación cubana, el sentimiento de pertenencia nacional era reforzado por la propia contienda bélica y por el papel cohesionador desempeñado por la familia cubana dentro de ella. Ya puede percibirse, también cristalizado, un sistema literario genuinamente cubano.
En el transcurso de toda la etapa histórica conceptuada como de liberación nacional, la permanencia activa de un elemento extraño a la cubanidad y a los intereses del pueblo cubano debió de haber contribuido a “fijar” el uso del chiste como arma política y como recurso de compensación psicológica de una autoestima minimizada por ese elemento extraño. En igual sentido ocurriría a partir de la intervención norteamericana en la guerra hispano-cubana (1898), hasta el tutelaje bajo el que nació la República en 1902 y su vinculación neocolonial mediante la Enmienda Platt. El surgimiento del personaje Liborio como representativo del pueblo cubano y las décimas campesinas publicadas en La política cómica, testimonian la frustración del ideal de soberanía plena y la compensación de ese estado de ánimo, apelando al humorismo gráfico y literario en la mencionada publicación periódica.
En esa configuración histórica cultural la capacidad reguladora de la conducta social de las religiones no parece haber constituido freno al empleo de los chistes orales, pues si bien la incidencia dogmática de la fe católica fue menos eficiente en Cuba que la lograda en otros países latinoamericanos, en estos el disfrute de esa modalidad humorística es notorio y forma parte del gracejo popular cotidiano, como ocurre en la República Dominicana, por citar solo un ejemplo.
En el caso de Cuba los cultos religiosos africanos, si bien fueron sincretizados con el catolicismo, y entre sí, desembocaron en una definida identidad religiosa que, a diferencia de la fe cristiana, planteaba la solución práctica de necesidades, incluso de orden material, en la existencia terrenal de sus creyentes: de ahí su progresivo arraigo popular y su constitución en otro elemento diferenciador de “lo ajeno”.
Tal vez en ese ámbito pueda localizarse el aporte de la psicología de los esclavos africanos al choteo cubano: por haber ofrecido una fe alternativa desde la cual ese sector marginado de la sociedad colonial descalificaba el valor de autoridad de la fe oficial y dominante. Pero tengamos en cuenta que, al ser este un componente más dentro del proceso transcultural, pudo el africano, al igual que el criollo blanco, haber incorporado elementos del carácter español y de su corpus sociocultural, mediante el cual accedió al uso del chiste oral como recurso de diferenciación y de compensación anímica frente a lo considerado externo o ajeno a su condición clasista y a su cosmovisión religiosa.
Resulta curioso el hecho, observado por el investigador cubano Rafael Hernández, de que en los chistes orales no aparezcan las deidades africanas y sí las del panteón cristiano, a pesar de que en la praxis cotidiana de los creyentes de esos cultos sincréticos se aprecia una relación ocasional de burla irreverente hacia los santos (fumarse el tabaco de Babalú Ayé, dejar a Elegguá sin “asistencia” hasta que no le conceda un pedido, etc.). Valdría la pena indagar por qué.
Por otro lado, en los vocabularios de lenguas africanas consultados, no he localizado el término chiste ni alguna palabra o perífrasis que exprese dicho concepto, lo cual pudiera conformarnos la opinión de un dudoso aporte de la cultura negra africana a la genealogía transcultural del chiste oral en Cuba, no ocurriendo así, quizás, en el caso del choteo, tema en el que Fernando Ortiz apreciara nexos fundamentales entre esa gradación humorística y las normas de convivencia tribal en el África subsahariana.
El triunfo de la revolución el 1ro. de enero de 1959 significó, por primera vez, una congruencia entre las aspiraciones de las amplias mayorías populares y la orientación nacional-vindicadora del proyecto de nuevo tipo de socialidad propuesto por el gobierno revolucionario. Las palpables transformaciones sociales y la dignificación nacional no habían tenido parangón hasta entonces en América Latina. Lo ajeno, el otrora poder desintegrador de la identidad nacional, fue desplazado a la esfera de las relaciones internacionales y, más concretamente, al diferendo bilateral con las sucesivas administraciones norteamericanas.
Asimismo, la ampliación del universo cultural de las masas populares cubanas mediante la campaña de alfabetización y la simultánea universalización de la enseñanza; los beneficios sociales que en todos los órdenes de la vida propiciaba la Revolución vigorizaron y consolidaron el sentimiento de pertenencia nacional. ¿Significaron tales transformaciones cualitativas una tendencia a la progresiva desaparición del chiste oral? Por el contrario, al eliminar muchos de los obstáculos que antaño limitaban una plenitud en el desarrollo individual y, al lograr una dignificación social del cubano, resulta lógico que uno de sus rasgos de carácter más positivos y estables desde su constitución en nacionalidad —la gracia criolla, la proclividad al humorismo— se desplegara bajo aquel nuevo sentimiento de libertad.
Por otra parte, la convivencia social, las virtudes y defectos humanos, las contradicciones del nuevo sistema político, son también inmanentes al proyecto revolucionario en tanto proceso social conducido por hombres. De modo que, como parte de la vida cotidiana, el humor continuó existiendo en la nueva realidad nacional y, entre sus múltiples formas, en la del chiste oral.
Los cubanos ante el espejo chistelógico
El valor informativo de los chistes orales estriba justo en su espontaneidad y en su anonimato, rasgos que permiten apreciar una transparencia “virginal” en ese tipo de construcciones literarias exentas de cualquier forma de censura institucional o de autocensura moral. Sin embargo, un aspecto que, aunque universal no deja de ser curioso, es el enmascaramiento mediante la utilización de personajes del tipo borrachos, locos, de animales o de Pepito —vocero mítico de nuestra sociedad civil— para expresar variados puntos de vista, hecho que pudiera interpretarse como proyección psicológica o como voluntad de eludir la responsabilidad de opinión atribuyéndosela a seres imaginarios.
Por otra parte, el chiste oral es un fenómeno literario migratorio y muchos de los cuentos estudiados para este artículo llegaron a nuestra isla cosmopolita antes de existir el actual mundo globalizado por las tecnologías nuevas de comunicación. No obstante, sean o no autóctonos, lo cierto es que dentro de la sociedad cubana actual la variedad de contenidos de los chistes permite escuchar los latidos de su vibración sociológica.
La muestra obtenida comprende doscientos ochenta chistes cuya circulación social abarca aproximadamente un período de veinte años, hasta la actualidad. Fueron clasificados en diez grupos, a partir de un análisis de contenido:
Grupo |
Contenido |
Cantidad |
% |
I |
sexualidad |
127 |
45 |
II |
autoimagen nacional |
47 |
17 |
III |
relaciones interclasistas |
16 |
6 |
IV |
relaciones interraciales |
24 |
9 |
V |
realidad nacional |
30 |
11 |
VI |
conductas reprobables |
8 |
3 |
VII |
defectos físicos |
8 |
3 |
VIII |
situaciones absurdas |
9 |
3 |
IX |
heteroimagen |
8 |
3 |
X |
conciencia religiosa |
3 |
1 |
De esa clasificación resulta que para el cubano contemporáneo las preocupaciones relacionadas, de modo inconsciente, con el rol de género masculino y sus diferentes expresiones a través de la sexualidad aparecen en un primer plano dentro de su escala de predilección temática (45% de la muestra de chistes); que posee una auto imagen nacional arraigada (17%); que subsisten problemas en las relaciones interraciales con relación a los negros (9%) e interclasistas con relación a los campesinos (6%); que las preocupaciones acerca de la realidad nacional (11%) se reflejan de manera relativamente baja en los chistes, y que las conductas sociales reprobables, como la prostitución o el robo, por citar algunas de las más conflictivas dentro de la convivencia humana, no parecen constituir blanco de la censura humorística popular mediante los chistes orales —aunque sí en la realidad moral de la sociedad—, ya que apenas alcanzan el 3% de la muestra, junto a las chanzas sobre defectos físicos ajenos (3%), heteroimagen (3%) y situaciones fantásticas o absurdas (3%).
Si, como señalamos en el artículo anterior, los chistes orales son también opinión pública, sus contenidos temáticos deben ser contextualizados en el ámbito de la guerra cultural que experimenta el sistema mundo en nuestra contemporaneidad.