En 1997 Roberto Fernández Retamar escribió “Cuba defendida. Contra otra Leyenda Negra”, para The South Atlantic Quarterly, publicación de la editorial de la Universidad de Duke. El trabajo se iniciaba hurgando en la mirada hacia “los otros” a lo largo de la historia: para los egipcios, los griegos eran impuros, y para los persas, charlatanes; para los griegos, egipcios y persas eran pueblos bárbaros, término equivalente a extranjero o extraño, aplicado más adelante, en Roma, a los germanos. Sin embargo, aquellos bárbaros europeos terminarían legitimándose bajo el nombre de civilización.
Cuando invadieron y saquearon el continente americano, entre rivalidades imperiales surgió la “leyenda negra” antiespañola. En 1976 el propio Retamar publicó “Contra la Leyenda Negra”, un ensayo que explica en qué consistió ese mito, que tuvo por finalidad desprestigiar a la poderosa metrópoli ibérica, pero no a su colonialismo. El proceso de “otrificación” continuó hasta establecerse la delimitación del Norte civilizado y el Sur exótico: los subdesarrollantes y los subdesarrollados. Cualquier miembro de estos últimos que se rebelara esencialmente contra los primeros recibía un castigo y se marcaba con su “leyenda negra”. De esta manera ha surgido el imaginario Haipacu, formado por Haití, Paraguay y Cuba.
El Haití del siglo xviii fue uno de los países más ricos del mundo. La Revolución Francesa de 1789 repercutió en su colonia más floreciente: Saint-Domingue, y la Revolución de Haití ─nombre dado por los aborígenes a esas tierras─ de 1791 proclamó una república sin esclavos en 1804 e inició el despertar de la independencia de nuestra América, después de la derrota del invencible ejército napoleónico por antiguos esclavos; las metrópolis no perdonaron y se condenó a Haití con un bloqueo total hasta convertirlo en uno de los países más pobres del mundo.
Paraguay, en el siglo xix, dio un pésimo ejemplo cuando se liberó del virreinato del Río de la Plata y se formó como Estado nacional en pleno proceso de recolonización imperialista; las nuevas repúblicas debían ceder ante la penetración neocolonial, pero Paraguay, con la política nacionalista y soberana de José Gaspar Rodríguez de Francia, alcanzó un notable desarrollo agrícola e industrial, a más de bienestar social y cultural: el único país de América que prácticamente había erradicado el analfabetismo, el desempleo, la mendicidad y que no contrajo deuda externa. Tampoco fue perdonado Paraguay con su régimen propio de gran apoyo popular; esta vez el instigador fue el imperialismo inglés, y bien se conoce la historia de la Triple Alianza ─Brasil, Argentina y Uruguay─, que concentró a tres ejércitos contra uno; del millón de paraguayos quedaron unos 200 000, sin apenas brazos para trabajar. Paraguay, que perdió gran parte de su territorio, se abrió al capital foráneo, especialmente el inglés, y para eso se entregaron las mejores tierras y recursos, hasta convertir aquella nación en una de las más empobrecidas de América.
Cualquier rebeldía como estas es motivo para construir una leyenda negra y determinar sanciones y castigo. La emancipación e independencia de Haití y la construcción de un camino propio de desarrollo económico, social y cultural en Paraguay determinaron su satanización.
Hoy la Revolución cubana tiene su leyenda negra, pero no estamos en el Siglo de las Luces, y la otrora Reina de los Mares se comporta no pocas veces como apéndice de su antigua colonia. No solo vivimos el siglo de la decadencia del imperialismo yanqui, sino que, además, a lo largo de seis décadas Cuba lo ha vencido en todos los terrenos, incluido el militar ─recordar que les canjeamos sus derrotados mercenarios por compotas─. La sociedad socialista que construimos se basa en el apoyo popular, y los cambios realizados en todos esos años, los que se efectúan actualmente y los que vendrán, solo se consultan con el pueblo cubano. La leyenda negra forjada por Estados Unidos se queda sin argumentos. El chantaje para presionar a nuestro gobierno, el feroz bloqueo para rendirnos por hambre y penurias, la presión máxima para provocar el descontento hasta la rebelión, han fracasado y fracasarán mientras la Revolución cuente con un consciente respaldo mayoritario.
“La emancipación e independencia de Haití y la construcción de un camino propio de desarrollo económico, social y cultural en Paraguay determinaron su satanización”.
El bloqueo dura más de medio siglo y ya es otro virus. Estamos a punto de inmunizarnos de uno de ellos y seguimos trabajando para lograrlo con el otro. Ha hecho mucho daño, pero también ha propiciado inventiva y capacidades para enfrentarlo y derrotarlo. Más de una docena de presidentes de los dos partidos de plutócratas se han obstinado en justificar esta política bajo diversos pretextos, pero en realidad se trata de un instrumento de guerra para intervenir en nuestros asuntos internos; sin embargo, han ido demasiado lejos, pues no solo ya perjudica a otras naciones, incluso aliadas de Estados Unidos que comercian con Cuba, sino que también concierne a sus propios ciudadanos, privados de mantener con la Isla vecina una relación normal, estable, en esferas económicas, comerciales, científicas, culturales, religiosas, deportivas, turísticas, familiares… El presidente Barack Obama se dio cuenta y propició el intercambio, apelando a un Plan B preparado de antemano para alcanzar el mismo objetivo por otro camino; su sucesor, el cavernario Donald Trump, regresó a un anacronismo pernicioso. El presidente actual, que ya ha demostrado su torpeza en materia de relaciones internacionales, para Cuba ni siquiera tiene un Plan A, y se monta en el de su predecesor republicano, presa de un grupúsculo de senadores.
Cualquier persona informada, da lo mismo que simpatice con la Revolución cubana o le sea indiferente, reconoce lo inmoral y criminal de esta política, cuyas medidas punitivas y coercitivas unilaterales, que dicen ser dirigidas solo contra el gobierno cubano o algunos de sus funcionarios, afectan brutalmente a toda la población. Paralelamente, las disposiciones inherentes al bloqueo desequilibran el comercio internacional y tienen efectos extraterritoriales al interferir en las relaciones de Cuba con el mundo ─no solo en el comercio y el manejo de las finanzas, sino en proyectos con diferentes países que reportan beneficios mutuos─, socavar el multilateralismo, obstaculizar la cooperación y envenenar los necesarios intercambios entre pueblos.
Desde el punto de vista del Derecho internacional, es evidente que el bloqueo viola la Carta de las Naciones Unidas, que proclama la no injerencia en los asuntos internos de un país por otro, y es ilegal ante leyes internacionales del comercio. El bloqueo ha vulnerado de manera flagrante, masiva y sistemática, durante más de 60 años, derechos humanos y sociales de todo el pueblo cubano, hasta convertirlo en un acto genocida, según la Convención de Ginebra. Un hecho perverso pero a la vez absurdo, por fallido.
Esta continuada guerra económica con implicaciones criminales se basa en un objetivo político: destruir económicamente a un país y quebrantar la voluntad de un pueblo. A tono con los tiempos, se ha intensificado en el terreno mediático y cultural con la esperanza de capitalizar descontentos e insatisfacciones ─provocados por el propio bloqueo y también por deficiencias internas─, y conducir a la inestabilidad y el caos, terreno fértil para la creación de un movimiento político aparentemente salvador y servil a los intereses yanquis. No son los derechos humanos, violados impunemente por no pocos de sus aliados, lo que preocupa a Estados Unidos en relación con Cuba; de ser así, sus relaciones con la Isla serían muy diferentes.
Lo más criminal es que bajo la pandemia se implementaron y se mantienen vigentes medidas que nada tienen que ver con la política, sino con la opción entre la vida y la muerte. Después de que Cuba ha demostrado un sistema eficiente para detectar contagiados, protocolos médicos eficaces, sostenibilidad de los cuidados intensivos sin colapsos hospitalarios, una baja letalidad comparada con la del mundo, la propuesta de cinco candidatos vacunales propios, el anuncio reciente de que Abdala tiene el 92,28 % de efectividad y la cooperación médica y científica con más de 40 países, incluidos algunos del llamado Primer Mundo, estas políticas corrompidas se han intensificado. ¿Acaso no resulta ya evidente que Estados Unidos, que se había quedado poco a poco sin argumentos, esta vez se ha quedado no solo sin discurso lógico, sino también sin razones morales para continuar la farsa con vistas a imponer un régimen cómodo para sus intereses en la Isla rebelde?
“Desde el punto de vista del Derecho internacional, es evidente que el bloqueo viola la Carta de las Naciones Unidas, que proclama la no injerencia en los asuntos internos de un país por otro, y es ilegal ante leyes internacionales del comercio”.
En la última votación de la resolución “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba” en la ONU, el burócrata representante de Estados Unidos, gris, timorato, deslucido y poco convincente, repitió un discurso esperado y predecible, decepcionante para cualquier persona con un mínimo de lucidez, ante el reclamo de la inmensa mayoría de los delegados, incluidos los de países que no simpatizan con la Revolución. Independientemente de las razones y las posiciones políticas que asistan a las críticas al gobierno cubano, la leyenda negra esta vez deviene grotesca caricatura. Una vez más, votaron en contra Estados Unidos, que vive la peor crisis de credibilidad de su historia, y su eco, el genocida gobierno de Israel. No vale la pena comentar las abstenciones, ¡de ingratitudes está empedrado el camino del infierno! Cuba, en su “otredad”, nunca ha estado tan acompañada como hoy, ni más y mejor defendida.
Junio de 2021