Cuba lamenta el deceso del cineasta Rigoberto López

Joel del Río
23/1/2019

Nacido en La Habana en 1947, y fallecido en la madrugada de hoy, 23 de enero de 2019, víctima del cáncer, Rigoberto López nos deja una obra de alto valor cinematográfico y cultural que comenzó en los años setenta, poco después de entrar en el ICAIC a principios de esa década. En solo cuatro años consiguió realizar dos cortos documentales: La primera intervención y Apuntes para la historia del movimiento obrero (1975), seguidos por una notable lista de obras como La danza de la nación (1977), El eslabón más fuerte y Este cine nuestro (1980), todos estos afincados en el empeño de descubrir el alma de la cultura cubana y su dinámica evolutiva.

Rigoberto López
Rigoberto López: “La cultura popular es un lugar de encuentro”
 

Según el ensayista cubano Mario Naito, en el artículo El documental cubano desde sus orígenes hasta nuestros días, hay dos documentales de Rigoberto López, Granada: el despegue de un sueño (1983) emotivo manifiesto sobre la entronización de un gobierno democrático, el de Maurice Bishop, en la pequeña isla del Caribe, y El viaje más largo (1987), que se encuentran “entre la producción más descollante del documental cubano del ICAIC de los años ochenta”. Sobre El viaje más largo, escribió el crítico Alex Fleites en la revista Cine Cubano: “Lo distintivo de este título es su hálito poético. Más allá de los convencionales elementos cohesionadores del discurso, el director, que había bebido en el notable reportaje de Leonardo Padura, encuentra el modo de vertebrar una banda sonora y una imagen que refuerzan la suave atmósfera del relato. (…) Tributario de la historia del documental cubano, con algún que otro tic expresivo, El viaje más largo quedará como una obra que cumple con la importante función de documentar por vía de la belleza”.

Durante los años ochenta, una época pródiga para el cine cubano, López trabajó incansablemente, dentro y fuera de Cuba, en una serie de documentales de sesgo más reporteril, o periodístico, como Roja es la tierra (1985), África: círculo del infierno (1986), Los hijos de Namibia (1987), Esta es mi alma y La primavera prohibida (1988) y Mensajero de los dioses (1989), entre otros. En todos ellos, el cineasta intentó manifestar sus opiniones de autor respecto a los temas que más le preocupan, es decir, la cultura caribeña y cubana, la música de estos países, la enorme ascendencia de lo africano en esta zona de América Latina, la lucha de las naciones por la emancipación y la igualdad.

Veinte años de su carrera dedicó Rigoberto López al género documental, sobre el cual poseía una teoría muy bien sedimentada: “No se trata de buscar una cámara y pasar imágenes, poner un narrador y un poco de música, y ahí tengo un documental, sino que se trata de utilizar, de manera coherente y convincente, los elementos expresivos del cine para demostrar el punto de vista de un autor”. Luego de realizar el también notable Puerto Príncipe mío (2000) el cineasta argumentó, en la revista Cine Cubano, que “la realidad es el gran protagonista de la obra. De lo que se trata es de revelar los costados más expresivos del tema y de las ideas, su potencialidad poética, su posibilidad dramática. Respetar las exigencias dramatúrgicas del documental, asumir el género consecuentemente allí donde la realidad demanda de su lenguaje y no de otro, es reverenciar las cualidades poéticas de la realidad, y eso es un desafío para el artista”.

 “En la década de la mayor crisis productiva del cine cubano, López realizó su obra maestra,
el documental Yo soy del son a la salsa

 

En medio de este impresionante aval en el género documental, sobresalen en su filmografía el excelente mediometraje de ficción La soledad de la jefa de despacho, (1990), que avisó tempranamente sobre ciertas tendencias al consumismo individualista en el funcionariado burocrático cubano, y la serie de televisión Del Caribe al Mediterráneo (1991). En la década de la mayor crisis productiva del cine cubano, López realizó su obra maestra, el documental Yo soy del son a la salsa (1996), que el cineasta consideraba resultado de un momento decisivo en la historia de Cuba, cuando se precisaba como nunca “la reafirmación y la defensa de su identidad, es decir, de los ejes que conforman eso que llamamos cubanía. La película cuenta la historia que va desde los orígenes del son hasta lo que se ha llamado, en el mercado de la música internacional, salsa. Lo hice porque la música popular cubana está en el centro de la identidad; creo que es un acto de reconocimiento, pero otra lectura que está en la película es el subrayado de que la cultura popular es un lugar de encuentro, de coincidencias, para todos los cubanos. Y dado que la cultura popular cubana es muy conocida, fuerte y rica, y deja su impronta en todo el que sea cubano, viva en Alaska, Miami o El Vedado, esta película propicia un reconocimiento de esa identidad nuestra, y al propiciarlo muestra cuánto de común tenemos los cubanos, estemos donde estemos, e incluso con puntos de vista muy distintos sobre el presente y el destino de Cuba”.

Con guión de Leonardo Padura, Yo soy del son a la salsa se origina en el proyecto de una serie televisiva de unos seis capítulos sobre la historia de la música cubana, que iba a tener una producción del ICAIC y de Televisión Española. El proyecto finalmente se detuvo, pero en un viaje de Padura a Nueva York, en busca de personajes para su libro Los rostros de la salsa, entró en contacto con la compañía RMM, representantes en aquellos momentos de un grupo importante de músicos latinos. Padura puso a Rigoberto al habla con esta productora y ellos decidieron financiar el filme, que sería narrado, mayormente, por Isaac Delgado, y cuenta con entrevistas y presentaciones de Celia Cruz, Tito Puente, Oscar D'Leon, Cheo Feliciano, Eddie Palmieri, Johnny Pacheco, El Gran Combo, Andy Montañez, Gilberto Santa Rosa y otros. Por problemas de derechos de autor, el filme fue insuficientemente visto a nivel internacional, y en Cuba tal vez pesaron demasiado las hostilidades de muchos años hacia los artistas cubanos emigrados. De todos modos, los pocos pases que tuvo en su momento, demostraron que el público de la Isla poseía la madurez suficiente para desligar arte y política.

La cercanía afectiva de Rigoberto López al universo multilingüístico y polifónico del Caribe vuelve a evidenciarse en 2003, cuando dirige su primer largometraje de ficción Roble de olor, inspirado en una crónica de Leonardo Padura sobre la historia de amor protagonizada, en el siglo XIX, por una esclava negra procedente de Saint-Domingue y un alemán, quienes fundaron el mítico cafetal Angerona, el más grande del occidente cubano. Más recientemente, Rigoberto López se desempeñó como presidente de la Muestra Itinerante de Cine del Caribe, que le dio cuerpo al imperativo de mostrar, en las pantallas de estos países vecinos, el cine originado en cada uno de ellos, rompiendo décadas de incomprensibles distanciamiento y enajenación.

 Rodar El Mayor fue durante años el gran sueño de Rigoberto López. En la foto, con Daniel Romero Pildaín,
actor que encarna el personaje de Ignacio Agramonte

 

Los últimos empeños del cineasta se consagraron a realizar otro largometraje de ficción, Vuelos prohibidos (2015) que a través del diseño de personajes contrasta visiones opuestas, de quienes viven afuera o adentro, sobre la realidad cubana. La muerte llegó mientras el cineasta, muy enfermo, empleaba todas sus fuerzas en avanzar en la edición de uno de los proyectos más ambiciosos del cine cubano en los últimos treinta años: El Mayor, auténtica superproducción biográfica que exalta el inmenso amor de Ignacio Agramonte por su esposa Amalia Simoni, sin olvidar las épicas hazañas del prócer hasta su muerte, a los 32 años, en el combate de Jimaguayú, el último de una serie de batallas encabezadas por él contra el ejército colonialista español. El dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa acompañó a Rigoberto López en el complejo guion, mientras que la dirección de fotografía fue realizada por Ángel Alderete y la música se comparte entre Silvio Rodríguez y José María Vitier. El compromiso de Rigoberto López con la cultura y el cine cubanos lo impulsó a luchar, denodadamente, contra la enfermedad con tal de llevar a término su última película, la cual llegó a editar y en estos momentos se encuentra en proceso de posproducción.