La solidaridad forma parte esencial de la cultura cubana, y nuestra nación no concibe sus victorias sin contribuir a la de otros pueblos hermanos. Por ello rememoramos la proeza de Cuito Cuanavale en un aniversario más de la gesta. La epopeya legitima el espíritu solidario de Fidel y la ayuda cubana a los movimientos de liberación nacional en África; hecho que aceleró el proceso de descolonización y la consolidación de la independencia de varios países y que tuvo como colofón la independencia de Namibia, la liberación de Nelson Mandela y el fin del apartheid en Sudáfrica.
Durante una conferencia magistral impartida por René González Barrios, quien se desempeñó como presidente del Instituto de Historia de Cuba y actualmente es director del Centro Fidel Castro Ruz, se rindió homenaje al aniversario 35 de la victoria de Cuito Cuanavale. El destacado investigador narró su conversación con el compañero Osmany Cienfuegos Gorriarán, hermano del mítico Comandante Camilo y uno de los más fieles y entrañables colaboradores de nuestro Comandante en Jefe, en especial en la esfera de la solidaridad. Este le aseguraba que, en el caso de África, “Fidel empujó la historia”.
En una pared de piedra de casi 700 metros, en la colina del Parque de la Libertad, en Pretoria, la capital de Sudáfrica, hay grabados más de 95 000 nombres, entre ellos los de 2107 soldados cubanos. En el muro, los nombres de cubanos que enarbolaron la bandera del internacionalismo y la solidaridad nos recuerdan que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido la obra de la vida.
Esta es la historia de un pequeño pueblo con vocación internacionalista frente a una potencia militar que empleó poderosas fuerzas, aviación moderna, artillería y blindados de última generación, pero no pudo tomar la localidad, convertida entonces en símbolo de resistencia y valor.
Aunque parezca una leyenda muchas veces contada y recreada, a 35 años del suceso, este continúa siendo inspiración para revisitar sus páginas de gloria y rendir tributo a sus protagonistas y a la victoria alcanzada en una de las batallas más trascendentales de la historia después de los combates de la Segunda Guerra Mundial (1935-1945). Angolanos y cubanos derrotaron en toda la extensión a los invasores sudafricanos y reafirmaron la ciudadanía de esta nación africana.
Nelson Mandela, primer presidente negro de Sudáfrica durante los años 1994 y 1999, quien pasó 27 años encerrado en las cárceles del régimen segregacionista del apartheid y se convirtió para el mundo en el gran ícono de la lucha contra ese sistema, expresó:
Los cubanos vinieron a nuestra región como doctores, maestros, soldados, expertos agrícolas, pero nunca como colonizadores. Compartieron las mismas trincheras en la lucha contra el colonialismo, el subdesarrollo y el apartheid. Jamás olvidaremos ese gesto de desinteresado internacionalismo.
La batalla en el hermano país representó mucho más que una victoria, pues abrazaba también una eterna amistad entre Fidel, Mandela, Cuba y Angola. El espíritu solidario de la Revolución Cubana es consecuencia de la propia historia de Cuba. Primero, la solidaridad recibida a lo largo de las luchas por su independencia marcó huellas profundas en la identidad, la idiosincrasia y la cultura de un pueblo. El dominicano Máximo Gómez y el argentino Ernesto Che Guevara son símbolos cimeros e inspiradores.
Argelia en 1963, República Popular del Congo entre 1965 y 1967, Guinea Bissau entre 1966 y 1991, Etiopía entre 1977 y 1989, y Angola entre 1975 y 1991, entre otras, en África, fueron modestas contribuciones cubanas a un futuro mejor para esos pueblos.
También Cuba ha apoyado la lucha armada en América Latina, y en especial en Vietnam, durante la guerra que ese heroico pueblo libró contra el imperialismo yanqui. Pero Angola es un hito en la historia de la humanidad.
Ante el llamado de ayuda del entonces presidente angoleño José Eduardo Dos Santos al gobierno cubano, en medio de la situación dramática de las tropas de las Fuerzas Armadas Populares de la Liberación de Angola (FAPLA), hostigadas y desgastadas constantemente por las fuerzas de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), además de la carente garantía de logística, se movilizaron más de 50 000 cubanos, en su mayoría jóvenes. Una generación con la utopía de la Revolución arraigada, en plena efervescencia, en un proceso donde el sentimiento de ayuda a los pueblos, en cualquier contexto, era fundamental para la idea de extender los valores y logros de nuestra patria, en pocas palabras, la práctica de la solidaridad.
Eran tiempos difíciles, en los cuales, tratándose de Cuba, una isla pequeña y muy distante del escenario de las acciones combativas, hubo que hacer un esfuerzo extraordinario para enviar a Angola con la mayor urgencia los recursos necesarios para frenar la agresión.
Diversas son las crónicas contadas sobre las luchas en Angola. La confesión del miedo que padecieron muchos de sus protagonistas, cuando encerrados en los refugios sentían caer tierra y piedras sobre la cueva; o cuando iban en una caravana en la que volaba por los aires uno de los camiones ante el impacto de una mina; las historias de corresponsales de guerra que, comprometidos con su profesión, en medio del combate salían vestidos de heroísmo desde las trincheras para filmar el avance del enemigo; un instante excepcional que más tarde documentarían con orgullo extraordinario.
Vivencias como estas sugieren una idea de la grandeza de una gesta que llevó a miles de cubanos a defender aquel país de la UNITA y las tropas africanas. Tal ha sido el impacto de esta contienda que incluso desde la literatura se ha aludido a ella. El escritor colombiano Gabriel García Márquez reflejó en una anécdota:
Había tantos barcos cubanos en Luanda, que el presidente Neto, contándolos desde su ventana, sintió un estremecimiento de pudor. “No es justo”, le dijo a un funcionario amigo. “A este paso, Cuba se va a arruinar”.
Pero Cuba se crecía en su misión solidaria y altruista en un despliegue que propició la presencia de jóvenes soldados cubanos que, en alianzas con sus homólogos angolanos, luchaban por una victoria cuyo impacto en la sociedad futura de la hermana nación habría sido insospechado.
Cuando se clausuraba el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, el 22 de diciembre de 1975, el líder de la Revolución Cubana explicaba al pueblo la esencia de la ayuda que ofrecíamos a Angola:
¡Estamos cumpliendo un elemental deber internacionalista cuando ayudamos al pueblo de Angola! No buscamos petróleo, ni buscamos cobre, ni buscamos hierro, ni buscamos nada en absoluto. Simplemente aplicamos una política de principios. No nos cruzamos de brazos cuando vemos a un pueblo africano, hermano nuestro, que de repente quiere ser devorado por los imperialistas y es brutalmente atacado por África del Sur.
¡No nos cruzamos de brazos y no nos cruzaremos de brazos!
En el homenaje que desde el Centro Fidel Castro conmemoró el 35 aniversario de la proeza y al mismo tiempo hacía visible el pensamiento estratégico de Fidel y la participación de los cubanos en la contienda, protagonistas de la batalla impresionaron con sus alocuciones y anécdotas, no solo por la pasión al referirse a la experiencia, sino también por el orgullo de haber contribuido al saldo positivo que tuvo la victoria, años después, para la sociedad angolana.
“Protagonistas de la batalla impresionaron con sus alocuciones y anécdotas”.
Hablamos de Cuito Cuanavale en el sureste de Angola, a unos 1000 kilómetros de la capital, Luanda. En este pequeño escenario se libra el conflicto, considerado por muchos historiadores como el “Stalingrado negro” o el “Ayacucho africano”, teniendo en cuenta su valor estratégico: se derrotaba al ejército invasor sudafricano a manos de las tropas internacionalistas y las Fuerzas Armadas Populares por la Liberación de Angola; un hito en tanto eliminó el sistema de segregación racial que imperaba en Sudáfrica desde 1948, y desterró de manera rotunda leyes que despojaban de múltiples derechos a la población negra mayoritaria. Con esto también se liberaban de crímenes atroces, asesinatos, imposiciones y atentados graves contra la integridad física y moral.
Gracias a la solidaridad y al esfuerzo internacionalista de imperecedera magnitud de Fidel y el pueblo de Cuba, Angola es hoy un país que se reconstruye con éxito. Una nación que no solo mira hacia sí, sino que expande su mirada hacia el resto del continente al cual pertenece, tomando en cuenta su propósito de llevar a África hacia una posición de igualdad soberana en las instancias y en las relaciones internacionales.
Como país salido de una guerra, donde se encontraron en una misma trinchera sus nativos y los hermanos cubanos, ha tenido que hacer más, en menos tiempo, para recuperar lo que le habían arrebatado. Entre otros logros visibles de la sociedad de esta región astral, es considerable el número de niños con acceso gratuito a la enseñanza, gracias al desarrollo de políticas públicas que priorizan la formación de profesores y la construcción de escuelas a todos los niveles. De una tasa de mortalidad de menores de cinco años de 213 en el año 1990, había disminuido a 164 en 2012.
Cuba y Angola son naciones hermanas cuyas alianzas han sido bordadas por la victoria. Una muestra de este vínculo constante es la firma de un convenio de colaboración cultural que fortalece las relaciones entre el Centro Fidel Castro Ruz y el Memorial Agostinho Neto, acuerdo consolidado en el marco de las conmemoraciones para recordar la epopeya de Cuito Cuanavale.
Los angolanos sienten que hablar de su patria es hablar también de Cuba. Estudiantes que se gradúan de las universidades de la Isla, entrevistados en varias ocasiones, son voceros del agradecimiento de Angola al líder histórico de la Revolución Cubana y a su pueblo. A su vez, cubanos que realizan misiones internacionalistas en aquella tierra se apropian de su cultura.
De acuerdo con datos ofrecidos por la embajada del país africano en La Habana, en la actualidad existen más de 3000 colaboradores cubanos que prestan servicios en Angola en los sectores de la salud, educación y construcción civil, dispersos por las 18 provincias de Angola. Ello es apenas una muestra de la solidez de las históricas relaciones de amistad y colaboración entre ambas naciones, en todas las esferas.
Los profesionales que realizan intercambios, aun con un océano por medio, dan cuenta, igualmente, del proceso de construcción de una sociedad preocupada por sus hombres y mujeres, es decir, por la formación de recursos humanos que sirvan de base para el desarrollo social y económico.
Al respecto, Angola ha establecido programas concretos para reducir la pobreza. Trabaja en políticas específicas dirigidas a la mujer y a la juventud, y ha facilitado, cada vez más, el acceso al microcrédito de algunas comunidades. Igualmente otorga valor a la producción agrícola del campesino, la cual se propone ser suficiente para su consumo.
A 35 años de la victoria de la batalla de Cuito Cuanavale, la patria de Neto no se detiene en la búsqueda de una sociedad más justa. De cara a la nación que construye a cada paso, se propone consolidar la paz, fortalecer la democracia y preservar la unidad y la cohesión nacional.
Ante el rotundo avance de la realidad angolana, desde la patria de Fidel se enarbola la bandera de la solidaridad, anclada en el pensamiento del Comandante, aquel que empujó la historia para que hoy Angola camine con pasos seguros: “Ser internacionalista es saldar nuestra propia guerra con la Humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo”.