Un encuentro con la música, si está bien interpretada, es un rasgar de pasiones, un escrutar de sonidos que quiebran el tiempo y desvanecen el espacio. Eso, precisamente eso, consigue la maestra Sunlay Almeida en sus conciertos. Y lo hace hasta alcanzar ese singular punto en que cada uno de los presentes tiene la certeza permanente de ser el depositario exclusivo de los acordes del piano, de que el fraseo de sus teclas solo a su espíritu va dirigido y solo en él esa bacanal sonora encuentra sentido. Es absurdo, pero es verdad. Y quizás, por absurdo, sea cierto.

El pasado jueves 27 de marzo, en la acogedora Sala Argeliers León, la maestra preparó una velada muy teatral, para celebrar el Día Mundial del Teatro. Así, nos vimos arrastrados hacia el disfrute de un fragmento cultural europeo tan rico en textos, imágenes y cuerpos musicales, como en polifónicas obras teatrales, artísticas y científicas.

La maestra Sunlay Almeida, cubanísima, no podía omitir, en una incursión intensa, clásica y notablemente bella, algunas obras de lo más lírico de nuestra música zarzuelística.

Y lo hizo, de Alemania a las Islas Británicas pasando por Francia, acompañada de la lengua alemana que le es raigalmente afín. No fue casual que lo hiciera: en este idioma el sustantivo destinado al “intérprete” (der Spieler), a la “obra” (das Spiel) y al verbo “interpretar” (spielen) son voces utilizadas indistintamente en la música, el teatro… y el juego (incluyendo los deportes). No faltó entonces el ánimo, el mohín, el gesto, la carantoña juguetona para esta muy profunda y sosegada entrega en la que disfrutamos piezas armoniosamente entrelazadas con notas sonoras y declamativas de Goethe, Shakespeare, Bach, Beethoven, Chopin, Rimbaud, Debussy y Ravel.

Pero, la maestra, cubanísima ella misma, no podía omitir, en una incursión meteórica, intensa, clásica y, sin sorpresas, notablemente bella, algunas obras de lo más lírico de nuestra música zarzuelística. Se auxilió, en este último empeño, de la inestimable voz del tenor Bernardo Lichilín, quien sorprendió gratamente a todos, luego de unos pocos lieder de Gonzalo Roig, con una de las danzas afrocubanas de una de las composiciones para piano de Ernesto Lecuona, “Danza de los ñáñigos”.

Apunta la maestra Almeida que esa serie comprende “La comparsa”, “La conga de medianoche”, “Danza negra”, “Danza lucumí” y la interpretada “Danza de los ñáñigos”. Dado que tanto la versión pianística como la escénica de María La O, nombre de la zarzuela, se deben al genio de Ernesto Lecuona, queda por discernir cuál versión apareció primero.

Obras de lo más lírico de nuestra música zarzuelística estuvieron en la inestimable voz del tenor Bernardo Lichilín.

En ese talante de instructiva jovialidad, la maestra no solo leyó párrafos de Goethe y Shakespeare en alemán, y narró de sus experiencias berlinesas, sino que invitó, para beneplácito del público asistente, a Alicia Beneyto, otrora directora del Departamento de Traducciones del Palacio de las Convenciones y traductora nativa ella misma de francés, a leer un pequeño poema de Rimbaud.

Resta agregar a esta reseña que ambos maestros no solo lograron iluminar la tarde con su arte y saberes, sino que ─más importante─ se entregaron ellos mismos como seres humanos… Pero eso es algo que para quienes los conocen resulta redundante.

Esa tarde tuvimos a Cuba en las alas del piano y en letras universales, corporeizada en Sunlay Almeida y Bernardo Lichilín.

*Tomado del perfil de Facebook del CNMC

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