Cuba en la metáfora del caballo de coral
Todo proceso político conlleva cuotas de utopía. Existen en la modernidad varios discursos históricos que condujeron a concreciones en lo real, pero en los últimos dos siglos se enfrentaron dos visiones contrapuestas en su esencia: liberalismo y socialismo. Ambas ideas, salidas del crisol de la Revolución francesa, cruzaron el océano e hicieron sitio en el Nuevo Continente. Cuba, nación que se independizó de un viejo imperio español y cayó en la égida de otro anglosajón, logró iniciar en 1959 un proceso diferente, en el cual se hizo hincapié ya no en las dependencias internacionales, sino en la fuerza propia, en la soberanía y en el derecho del pueblo a la autodeterminación. La Revolución llegó con la inmensidad arrasadora de la modernidad y planteó el debate en cada una de las esferas de la cultura, creando su propia legislación basada en el ser humano como centro y no ya en la propiedad privada y sus derivaciones. Instituciones de distinta índole le imprimieron a la Isla su sello de país socialista, excepción en el hemisferio occidental y en América, tradicionalmente considerada como el patrimonio del expansionismo norteamericano.
Pero llegados al siglo XXI, Cuba se enfrenta al reto de la continuidad y de darle al proceso una esencia acorde con los tiempos que corren. En medio de todo ello, existen elecciones convocadas, en las cuales se definen no solo los miembros del gobierno, sino muchas otras instancias que actúan en la construcción de lo real. Lo concreto, sobre todo en las revoluciones, tiene altas dosis de utopismo en el buen sentido. No se habla aquí de la utopía en su acepción de “lugar que no existe”, sino de ideal deseable, meta, horizonte existencial. Cuba ha sobrevivido a casi 70 años de acoso internacional, así como a la escasez generada por dicha circunstancia. Logró enfrentar la COVID-19 mediante vacunas creadas a partir del propio conocimiento, supo levantarse de males e injusticias, pero ahora tiene que seguirse haciendo a sí misma en las condiciones de una inflación mundial que afecta las importaciones y, por ende, el área de la alimentación. Unido a ello, decisiones tomadas entre nosotros soberanamente no han tenido los resultados que se esperaban y ello nos apremia mucho más. No hay que ser complaciente con los errores nuestros, tampoco solazarse con las manchas, sino usarlas como aprendizaje para construir el sentido mayor, ese donde se define la viabilidad concreta del proceso social y político.
Cuba, además, existe en el contexto internacional de la preponderancia del neoliberalismo, una ideología política que se centra en el fundamentalismo de mercado, o sea, en regir las condiciones de construcción social por los intereses privados y corporativos. El capital es un sistema mundo organizado desde los albores de la Modernidad que no permite la existencia de caminos alternativos. No es una conspiración cerrada, que se lleve a cabo en foros secretos o en sitios alejados de la luz pública, sino la lógica de la construcción de un poder internacional. El globalismo, nombre que asume este entramado desde 1991 con la caída del campo socialista de la Europa Oriental, ha establecido las pautas culturales permisibles para toda nación y sobre todo aquellos pueblos que se sitúan en la periferia del centro. Con este mandato, el consumo fabrica mentalidades a imagen y semejanza de los intereses hegemónicos en la industria tanto de la cultura como de la información. Cuba, en medio de todo, ha asumido el reto ideológico de la inserción en el mundo, sin renunciar a su esencia. El debate entre socialismo y liberalismo toma, en este plano, una fuerza mucho mayor desde la porosidad proporcionada por las redes sociales y su amplia penetración en los estratos populares de la Isla. La construcción de la alternativa tiene necesariamente que ser democrática y de ahí lo vital de preservar la unidad en la trinchera, la discusión entre hombres y mujeres patriotas, la divergencia que nos conduce a la concreción de un destino compartido y que nos beneficie en cuanto a oportunidades y sentidos de la justicia. El socialismo es una visión cultural del mundo, una utopía imprescindible para marcarnos el paso hacia la igualdad, que es nuestra meta real e histórica.
“Cuba se enfrenta al reto de la continuidad y de darle al proceso una esencia acorde con los tiempos que corren”.
Las elecciones de marzo en Cuba tienen por delante el reto ideológico más que el del voto, el de asumir el horizonte y la utopía como esencias de un proceso atacado desde afuera y desde adentro. El enemigo de la nivelación entre los seres humanos siempre será el capital, que asume diversos rostros. Unas veces es el imperio plenamente reconocible, otras se trata de elementos de la cultura que se inoculan como un virus y que duermen determinada cantidad de años hasta que una circunstancia los activa. El globalismo como elevación máxima del neoliberalismo posee la ventaja de ser dueño del tiempo histórico presente, aunque su destino sea que los pueblos del mundo lo entierren en su lucha contra la opresión y la discriminación. El presente proceso no solo va sobre elegir a representantes de la gente que lleven adelante políticas públicas por y para la mayoría, sino en que ello derive en una cultura democrática que resulte impermeable a los intereses y las ideas que pululan en el contexto de la alta informatización de la sociedad y los ruidos que ello conlleva.
Cuba ha atravesado momentos duros en lo energético, lo organizativo, lo logístico; pero lo más difícil viene siendo sostener la utopía humana de la cual somos depositarios. A veces olvidamos que este debate nuestro tiene trascendencia humana universal y que muchos tienen sus ojos puestos sobre nosotros. Se trata no solo de saldar las deudas con la realidad cotidiana de los de a pie, sino de que el ser humano histórico y oprimido siga viendo en la Isla un faro en el cual inspirarse para llevar adelante la utopía mayor. Desde mucho antes de la Comuna de París, incluso antes que la Conspiración de los Iguales de la Revolución francesa, los hombres y mujeres luchan en dos bandos. Unos quieren perpetuar el orden irracional de consumo y de injusta distribución, otros poseen el encanto de no pensar en sí mismos y mueren en pos de un ideal que se aleja en la medida que uno lo asume y camina hacia allí. Por doloroso que sea el viacrucis, los buenos lo viven desde la fe y la esperanza, el amor y la solidaridad. Por ello, hay dos culturas, la que crea y la que destruye. Socialismo y liberalismo se desprenden de ambas actitudes, se funden en tendencias modernas y posmodernas y hacen presencia en este tiempo de ahora para retarnos y decirnos que hay que tomar un partido.
Además, como nación que eligió bien el camino de la creación, Cuba posee el don de las artes y la belleza, de la sensibilidad de sus hijos. Desde siempre, los poetas, pintores, teatristas y narradores han hecho de este panorama nuestro un escenario para dibujar su utopismo de justicia. Desde los versos de Villena hasta los cuentos de Onelio Jorge Cardoso, la cultura nacional supo reflejar el dolor de los desposeídos y su ansia por un horizonte en el cual nadie sufriera. El hambre posee dos dimensiones, la cotidiana y la espiritual, y ambas tienen que satisfacerse. Al menos eso se desprende de las enseñanzas de una de las piezas magistrales de nuestra literatura, el cuento El caballo de coral. En esta imagen va la esencia política de lo que debe ser un proceso de justicia social: la dignidad humana marca cada una de las pautas y hace de las políticas públicas el núcleo de la poesía que hasta entonces fuera balbuceada por nuestros aedas. Se sabe que José Martí prefería los versos para expresarse, quizás por la rapidez de los mismos, por la brevedad, porque operan como un relámpago de sabiduría y ya luego no los vemos salvo en lo mejor de nuestra memoria. Pero entender a Cuba conlleva verla desde ese plano de la cultura y la creación, de la búsqueda de belleza y de sentido. Toda la justicia conquistada y por conquistar primero fue poesía del Maestro, quien a su vez la supo desentrañar de lo más profundo de la nación y la llevó a los momentos cruciales de la Historia, cuando morir de cara al sol se hizo una realidad palpable y coherente, terrible a la par que bella e inevitable.
Cuba posee, cíclicamente, los mismos retos, solo que actualizados en las circunstancias. La unidad de los factores continúa siendo fundamental desde 1868. Cohesión que no debe ser uniforme, falsamente unánime, ni complaciente. No puede ser que en aras de que el país marche en una misma senda de construcción, no se tengan en cuenta las especificidades, la particularidad humana, el conflicto y, por ende, su resolución. Cuba es de todos los que la aman y la quieren ver plena; pero ello quiere decir que hay que hacer espacios para la diversidad, para que coexistan las generaciones, las formas de hacer y de pensar. Si bien la emigración ha sido una realidad, que ha atentado contra muchos asuntos serios y vitales, no podemos ver en ello otra cosa que una oportunidad para entendernos y para estrechar lazos entre los buenos cubanos, obviando claramente a quienes son incorregibles y ya nada quieren aportar. Pero, ¿cuántos aún añoran su hogar, su pueblo, sus tradiciones y estarían dispuestos a muchos retornos, no solo físicos y terrenales, sino existenciales, antropológicos? La realidad en su conflictividad es muy rica, requiere de audacia para saberla explotar, para transformarla en horizonte incluyente y próspero, para sacarla de las oscuridades y los oscurantismos y darle la luz y la utilidad de la virtud.
“Cuba es de todos los que la aman y la quieren ver plena; pero ello quiere decir que hay que hacer espacios para la diversidad, para que coexistan las generaciones, las formas de hacer y de pensar”.
En eso hemos sido los cubanos una avanzadilla universal, amén de escollos que nos toquen en el presente y que intenten darle un matiz de desesperanza a las fuerzas revolucionarias. Ir más allá del aquí y del ahora ha sido la voluntad del ente transformador de la Historia y allí reside la verdad del hombre nuevo. Cuba es una nación de las artes y de las bellas expresiones del espíritu y por eso ha desembocado en procesos álgidos de transformación y búsqueda de la justicia. Su posición frente al imperio la sitúa en un panorama existencial de angustia y de creación apresurada, por ello la Isla ha sido el bálsamo de tantos y el faro de un continente. La memoria histórica nos trae a la mente otros tantos eventos de resistencia y de triunfo de pequeños Estados frente a colosos imperiales. Los griegos lograron persistir en su visión del universo frente a las embestidas persas y nos legaron una manera de hacer la cultura y la política a la cual hoy le debemos mucho. La búsqueda de un horizonte de sabiduría filosófica y práctica dotó a los atenienses de la fuerza necesaria. Toca a los cubanos emular aquellos tiempos, sin que decaiga nuestro hallazgo, ese que nos torna excepcionales y ricos en experiencias. De ahí que elegir no solo se trate de hacerlo por uno u otro, sino de hacer de este instante algo que conduzca a lo mejor de la patria.
A esa utopía tiene que apuntar el proceso social y político, sin concesiones a la mediocridad ni la corrupción, sin que medien otras luces que las del hallazgo existencial, sin que la bestia neoliberal clave en nuestra carne sus dientes mellados y plenos de veneno. Las elecciones en Cuba se hacen, además, para promover nuestro proyecto como un ente colectivo de creación cultural de un nuevo mundo, ese en el cual no cabe la injusticia. El reto ideológico es alto, en tanto la nación de la que se habla tiene bien claro su nivel de excepcionalidad. Nada queda fuera de la búsqueda de un sentido otro del universo, sino que se debe pensar en todos. La fórmula martiana, más que un eslogan que fuera enarbolado en tiempos ya idos, se sostiene a partir de una voluntad popular que busca en todo momento que la utopía no se quede en palabras, sino que se vaya acercando. Cuba hace de la política el medio por el cual el pueblo llega a su esencia. La desalienación tiene que ser total y ello se refiere no solo a las políticas públicas, sino a la visión de país y el sentido que ello entraña.
Si en otras latitudes y en el pasado todo se trataba de un pacto de élites, ahora el reto es sostener el consenso de las mayorías y hallar en esos puntos en común, en esos horcones, la fuerza para sostener todo el andamiaje. El inmueble inmenso que es la patria requiere de las crisis, porque de allí salen las soluciones y las enseñanzas; pero más que nada necesita de concretar el sueño de nuestros mayores hombres y mujeres. De eso trata la continuidad. En medio de la escasez generada por las condiciones internacionales, de las decisiones que no condujeron a mejores destinos, el asunto es bregar, debatir en la trinchera sin perder el espíritu crítico, hallar en nosotros ese espíritu mejor que nos permita afianzarnos en la dificultad para vencerla.
Siempre tendremos en la cultura ese horizonte plagado de experiencias prácticas y sabidurías ancestrales. Ahí hay que recurrir en los momentos decisorios. Ese es el hambre de espíritu que saciamos cuando se encuentra un destello de magia en el fondo del mar. Como en el cuento famoso de Onelio, hemos de fijarnos bien para no perder el rumbo y ver cómo pasa la maravilla del caballo de coral.