Estamos en Cuba y con el 2025 a la vista. Se va un año que podríamos marcar, si no como el peor, como uno de los peores en materia de bienestar de la población. Lo peor dentro de lo peor: los apagones, que tornan más sombrías y tristes las noches, y la inflación, que aleja drásticamente de las manos más pobres la creciente oferta de los llamados nuevos actores económicos.

Se va configurando una sociedad híbrida en el terreno de la oferta y el consumo, y en la hibridez se establecen y consolidan descomunales asimetrías que llevan a muchos a inferir el abandono de los rumbos socialistas frente a una economía y unos métodos de distribución basados en la ley del mercado. Se desdibujan así, hasta los laberínticos dominios de la confusión, los esfuerzos del estado por sostener, desde sus acciones y estrategias, la justicia social.

Sigue en el horizonte la esperanza de revertir esas asimetrías por la vía de equilibrar los precios con los ingresos derivados del trabajo y la aplicación de la ciencia, pero también con incrementos de productividad y eficiencia que permitan satisfacer, con nuestras producciones y ofertas de servicios, necesidades que hoy malamente se cubren mediante la importación. No se abandonan principios en teoría, aunque la siempre esquiva riqueza material no los respalde. Recuperar una cultura del trabajo y la credibilidad del estado como empleador son condiciones necesarias para que ese proceso adquiera cuerpo. Las cifras positivas de algunos indicadores económicos al cierre de este 2024, aunque alentadoras, nos dejan, por aún su discreta magnitud, muy lejos de lo necesario.

Las nuevas variantes de recrudecimiento del bloqueo que se podrían poner en práctica por el gobierno que en enero asumirá la presidencia en Estados Unidos son imprevisibles, pero no existen muchas razones para el optimismo. Se ha dicho claro: tendremos que levantarnos sabiendo que ellos están ahí, y con las mismas malas intenciones de siempre. Ojalá fuera de otra forma, pero nos sigue tocando en esa confrontación el rol de David frente a Goliat.

“Sigue en el horizonte la esperanza de revertir esas asimetrías por la vía de equilibrar los precios con los ingresos derivados del trabajo y la aplicación de la ciencia, pero también con incrementos de productividad y eficiencia”.

El trabajo político –con base sobre todo en lo cultural y lo formativo– cada día nos conduce con más fuerza a la certeza de que el bienestar creciente, que un día fuera real, pese a que hoy está más en la esfera de los anhelos que en la cotidianeidad, aún puede ser alcanzado. Con todo y sus limitaciones, aún se sostienen muchas de las conquistas sociales ensambladas desde las políticas públicas de la Revolución. Mientras, el gobierno trabaja por minimizar los crudos impactos de la crisis en los más vulnerables.

Pero no es la nostalgia por tiempos mejores dentro del propio proceso la herramienta con que debemos reparar los imaginarios dañados. El sacrificio comparte territorio con el heroísmo, pero también —cuando su permanencia se hace larga– engendra bajas sumamente sensibles en los ganados por el derrotismo y la manipulación. La creatividad y las convicciones sólidas, adquiridas a expensas de la cultura profunda y la certeza de lo histórico, son las que deben prestarnos los mejores servicios en la preservación de los altos valores humanistas con que nos proponemos no rendirnos.

“Se ha dicho claro: tendremos que levantarnos sabiendo que ellos están ahí, y con las mismas malas intenciones de siempre. Ojalá fuera de otra forma, pero nos sigue tocando en esa confrontación el rol de David frente a Goliat”.

Andamos, sí, tras la utopía. Pero no lo hacemos por ilusos a ultranza sino porque no hay modo de concebir otra vía de desarrollo con justicia social para nuestro país si nos alejamos del socialismo y la soberanía a la que nos condujo el triunfo revolucionario de enero de 1959. Ilusos más que utópicos –cuando no operadores del desmontaje– son quienes piensan que es al revés.

Hagamos una abstracción y supongamos que mañana mismo se decretan en nuestro país: el abandono del socialismo, la economía de mercado, las rencas políticas “democráticas” que rigen los destinos de nuestros pueblos subdesarrollados y poscoloniales. Los resultados serían inmediatos: las carencias de hoy se multiplicarían “n” veces, el estado dejaría de jugar su papel regulador y se privatizaría todo. El modelo de Milei —una especie de ultra neoliberalismo performático— pondría a los ricos en una ventaja aún mayor y a los pobres en la indigencia total y definitiva. Quienes piensan que hay otro camino debían exponerlo como programa de gobierno, si es que lo tienen. Me acompaña la certeza de que, si lo hicieran y abandonaran su tono beligerante centrado en los mismos argumentos y lenguaje albañal de los odiadores, serían escuchados.

“Pero en Cuba el pensamiento estratégico existe. La lección la aprendimos de Fidel, quien al iniciarse el Período Especial aseguró que aún en las circunstancias más difíciles de sobrevivencia, estamos obligados a proponernos el desarrollo”.

No sé si alguna persona considera que es posible sostener un gobierno, con todas sus instituciones –que ninguna sobra– teniendo para gastar solo lo que en el día a día se ingrese. Así opera nuestra economía. Resulta casi imposible el pensamiento estratégico si el 90 por ciento de nuestros razonamientos diarios están encaminados a la lógica de la bodega. Ni a nivel familiar ni social es posible. Pero en Cuba el pensamiento estratégico existe. La lección la aprendimos de Fidel, quien al iniciarse el Período Especial aseguró que aún en las circunstancias más difíciles de sobrevivencia, estamos obligados a proponernos el desarrollo.

Las estrategias para los cambios de la matriz energética, la misma apuesta riesgosa de crear un sector privado sólido, eficiente y tributario a ese desarrollo son pruebas de que no todo se lo traga la urgencia. Estrategias fallidas hemos visto, y se tratan de corregir con medidas posteriores. Mejor hubiera sido si hubiéramos tenido visión para prevenir las distorsiones, pero peor es no reconocerlo nunca. Creo que aún es posible rectificar y salir adelante.

Nos espera un nuevo año. Todas las perspectivas están en el trabajo, en la creatividad, en la resistencia. Pero también están en la conciencia de un pueblo que se niega a renunciar a sus sueños. Por ese camino andaremos. Y, por fortuna, tampoco estamos solos.