Cuarenta años de espejos, luces y sincronías de la poesía camagüeyana
La creación de antologías es abundante en la tradición de nuestra corta historia literaria. No exclusiva del género poético las hay de muy diversos tipos, llegando a ser verdaderas joyas por la perspectiva o el criterio de selección asumido por quienes las preparan. Y eso es La arcilla luminosa (editorial Ácana, 2019), a cargo del poeta, investigador y crítico Roberto Manzano: una joya.
Lo específico de cada antología es la idea que, explícitamente declarada en preámbulos, prefacios, prólogos, introducciones y otras denominaciones al uso, o incluso con ella implícita, da coherencia y originalidad a dichos conjuntos. La que organiza esta colección es bien sui géneris.
“El lector tiene en las manos una representación del cuerpo poético de una región cubana: Camagüey”, nos dice Manzano en lo que él ha llamado Advertencias, en realidad, un enjundioso prólogo al cual debemos volver, donde no sólo justifica su criterio de selección de los autores y los textos incluidos, sino que, además, utiliza para darnos una clase magistral sobre poesía cubana.
En el caso de antologías como estas, encaminadas a hacer visible lo nacional desde lo local, sus contribuciones son indispensables para fijar —a través de la creación de figuras de gran calidad que no por menos conocidas carecen de aportes— la mutante formación del canon literario nacional recogido por la historia literaria.
Advertencias es un ejercicio poliédrico de crítica e investigación que mucho debe agradecérsele a Manzano y que, por su importancia, debería estimular similares empeños a lo largo del país.
“Con los autores y textos incluidos, Manzano se propuso destacar de la forma más abarcadora posible aquellos poetas cubanos nacidos en Camagüey”.
Otras antologías han sido de mi especial interés, por distintas razones expresadas desde sus títulos, algunas ampliamente recordadas por nuestro campo literario: Diez poetas cubanos (1937-1947) (1948) y Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952) (1952), ambas de Cintio Vitier; Poesía joven de Cuba (1959), de Roberto Fernández Retamar y Fajad Jamís; Antología de poesía cubana (1965), de José Lezama Lima; Poesía cubana de amor. Siglo XX (1983), de Luis Rogelio Nogueras; Usted es la culpable. Nueva poesía cubana (1985), de Víctor Rodríguez Núñez; Poesía social cubana (1985), a cargo de un grupo de prestigiosos conocedores del tema encabezados por Mirta Aguirre; Doce poetas en las puertas de la ciudad (1992), de Roberto Franquiz; Poesía de la ciudad de La Habana (2001), de Ángel Augier y Catedral sumergida (2013), de Ileana Álvarez y Maylen Domínguez, entre otras.
A ellas se une ahora La arcilla luminosa por lo abarcadora de su mirada y su impronta hacia lo nacional y lo universal de la poesía cubana desde una ciudad del interior de la isla, ciudad que sobresale en el campo literario cubano por las figuras y eventos editoriales y culturales que la distinguen.
Con los autores y textos incluidos, Manzano se propuso destacar de la forma más abarcadora posible aquellos poetas cubanos nacidos en Camagüey, radicados o no en el país, que entre 1970 y 2010, aproximadamente, hicieron contribuciones a la creación poética cubana de diferentes maneras.
En este afán de hacer explícito su criterio de selección —con lo cual ya rinde tributos a la ciudad letrada— ha organizado su corpus en cuatro Espejos, en homenaje a lo que llama: “el primer gesto coordinado para la expresión lírica” en Cuba, en alusión a Espejo de paciencia y los sonetos laudatorios, hecho que, hasta el momento, marca el inicio de nuestra historia literaria, de nuestra poesía.
No se presume, como explica, que haya “ordenación temporal, sino simbólica” y con ello “se aspira a ofrecer una sincronía en cada agrupación”, en cada espejo, quiere decir: “Nada de inventarios por escalas alfabéticas, nacimientos, fechas de obras publicadas, militancias estéticas”. “Nada de exhibiciones arqueológicas”.
A la amplia incorporación de poetas (y sobre todo por la espléndida representación de mujeres), se agradece la amplitud de temas y formas estróficas como otra cualidad del volumen, en un esfuerzo que, si bien se rehúsa a ciertas clasificaciones, sí demuestra un escrutinio pormenorizado de los autores y sus obras, de forma tal que junto con nombres muy reconocidos aparecen otros que escapan al conocimiento de los lectores en un “despliegue sincrético de cuatro ciclos generales, los espejos: hacia “la búsqueda del hombre”, hacia “la recuperación de la tradición lírica y la relación entre cultura y naturaleza”, hacia la síntesis de lo trascendente”, y hacia “la inserción en el posmodernismo”.
“A la amplia incorporación de poetas (y sobre todo por la espléndida representación de mujeres), se agradece la amplitud de temas y formas estróficas como otra cualidad del volumen”.
Como afirma Manzano, los espejos son índices de lectura “directa y plural del sistema lírico del Camagüey contemporáneo” donde no faltan la mirada y la ubicación de cada uno de ellos en los tradicionales movimientos y sus sentidos evolutivos: el posvanguardismo, la poesía experimental y la poesía tradicional. Las argumentaciones sobre tales decisiones clasificatorias resultan fundamentales a la hora de entender lo que define como las matrices de cada uno de dichos movimientos.
Parece que todos los poetas camagüeyanos fueron convocados a integrar el volumen. Entre los más conocidos, respetando su fecha de nacimiento y teniendo en cuenta sus desiguales tendencias y productividades se encuentran Severo Sarduy (1937-1993), Emilio de Armas (1946), Francisco Garzón Céspedes (1947), Luis Álvarez (1950), Efraín Morciego (1950), Cira Andrés (1954), Roberto Méndez (1958), Jesús Lozada Guevara (1963), Jesús David Curbelo (1965), Legna Rodríguez (1982)…
Sólo dos poetas, por voluntad propia, no aparecen en el volumen. Uno de ellos —imperdonable omisión— es el propio Roberto Manzano (1949), cuyo libro Canto a la sabana (1973) hubiera sido suficiente para inscribirlo como uno de nuestros mejores poetas en la vertiente del elogio a la tierra y la naturaleza, no estando aun en su plena madurez, sino solo en un momento de manifestación, como ha fijado la crítica, de sus potencialidades, a menos que, por razones geopoéticas se reserve un espacio en el libro que nos promete para un futuro cercano con la recopilación de la poesía de la tierra cultivada por escritores avileños.
He dejado para el final el exordio y el epílogo del volumen para los que Manzano seleccionó a dos camagüeyanos ilustres: Nicolás Guillén y Emilio Ballagas. De Ballagas se apropia de la frase humilde arcilla del “Soneto póstumo” para reasignarle nuevos significados en el título del volumen y en la propia obra de Ballagas, aludiendo a la razón esplendente de ambos:
Ya nada sé sino que debo darte,
tierra camagüeyana en que he nacido,
lo que de ti tomé, la breve parte
de humilde arcilla con que me has vestido
y que mi levadura trocó en arte…
¡Oh! Suelo en que estaré ¡por fin! dormido.
Por otra parte, no habría habido forma mejor de abrir el volumen con la “Elegía camagüeyana”, de Nicolás Guillén, nuestro Poeta Nacional, cuya última estrofa ilustra el espíritu del volumen, su vitalidad esencial dentro de la poesía contemporánea cubana:
Aquí vengo a cantar, bajo estas nubes,
junto a verdes guitarras temblorosas,
de muslos entreabiertos,
Gente de urgencia diaria,
voces, gargantas, uñas
de la calle, límpidas almas cotidianas,
héroes no, fondo de historia,
sabed que os hablo y sueño,
sabed que os busco en medio de la noche,
la noche, este silencio,
en medio de la noche y la esperanza.