Cuando el son se hace y se canta de madrugada

Emir García Meralla
4/12/2018

Desde el año 1971 la salsa —fenómeno nacido y desarrollado en la ciudad de Nueva York— se convirtió en la expresión musical que identificaba a los latinos en esa ciudad y en Puerto Rico, fundamentalmente. Entre sus principales cultores había músicos cubanos, puertorriqueños, dominicanos, y algunos norteamericanos cercanos a los ritmos latinos y al jazz.


Arsenio Rodríguez se convirtió en el símbolo de los salseros. Foto: Internet

Desde sus comienzos a mediados de la década anterior, la salsa tuvo dos caminos expresivos muy bien definidos. Uno de ellos fue la “era matancerizante”, que no era más que asumir, reproducir y recrear los grandes éxitos de la música popular cubana de los años 40 y 50, teniendo como referente la impronta de la Sonora Matancera. El otro camino involucraba las diversas influencias y tendencias musicales impulsadas por músicos latinos radicados en esa ciudad y en la que tuvieron un papel fundamental dos cubanos: Arsenio Rodríguez y Mario Bauzá. Para este grupo de músicos lo cubano era el medio para llegar a un fin, lo que no excluyó que en algunas oportunidades tomaran composiciones prestadas para marcar determinados eventos o procesos creativos.

Arsenio Rodríguez murió el 31 de diciembre de 1971, meses después de haber dado un gran concierto en el Parque Central de Nueva York, pero su influencia y trabajo eran tan determinantes que se convirtió en el símbolo de los salseros. El llamado “ciego maravilloso” era el responsable de la mayor revolución estructural y conceptual de la música cubana, al crear el conjunto sonero. Si Ignacio Piñeiro había abierto el son al mundo en el formato del septeto, Arsenio lo había convertido en la fuerza motriz de la música cubana con el conjunto, formato integrador que no ha perdido su vigencia.

Ese mismo año, el joven Adalberto Cecilio Álvarez Zayas se graduaba en la Escuela Nacional de Arte en la especialidad de fagot y preparaba sus maletas para retornar a la ciudad de Camagüey para ser parte —y en un futuro, de ser posible, dirigirlo— del conjunto Avance Juvenil, creado por su padre Enrique “Nene” Álvarez a fines de los años 40 y en el que había debutado —lo mismo que sus otros hermanos— siendo un niño.

Llegada la segunda mitad de la década de los 70, el nombre de Adalberto Álvarez comienza a conocerse como compositor de los temas musicales que popularizó el conjunto Rumbavana, dirigido por el pianista Joseíto González, y que los bailadores coreaban incansablemente. De esos temas el que tuvo mayor repercusión en los seguidores del conjunto y de la música cubana del momento fue el “Son de Adalberto”, cuyo estribillo rezaba: “…como te quiso ese hombre/nadie te podrá querer…”.


Adalberto no fue el único músico influenciado por la salsa, pero sí el que más rápido supo discernir lo que
funcionaría para el bailador cubano. Foto: Tomada del perfil de Facebook de Adalberto Álvarez

Ciertamente, en esos temas había una poética y una forma novedosa de abordar la música cubana. No estaban en la cuerda de la crónica cotidiana de Formell y sus músicos, ni en los giros lingüísticos y súper musicales de Irakere. Sus historias encajaban en cualquier lugar de nuestros barrios, de nuestras ciudades y de las de cualquier lugar de este continente; los personajes a los que aludían eran el vecino o un desconocido; el drama humano que reflejaban, podía ocurrir a cualquiera.

En los años 70 también comenzaban a popularizarse en Cuba, sobre todo en la región oriental, las principales figuras de la salsa y otros músicos afines, a partir de la recepción de las señales de radio provenientes de Puerto Rico y República Dominicana, fundamentalmente. Y si ello no bastaba, los miembros de la Marina Mercante cubana se convirtieron en los principales promotores de la salsa en Cuba.

Adalberto no fue el único músico influenciado por la salsa, pero sí el que más rápido supo discernir lo que funcionaría para el bailador cubano y el primero en no sentir vergüenza por estudiar, compartir y sentir la influencia de esos músicos; en el fondo estaban la vocación sonera aprendida con su padre y la impronta de Arsenio y otros grandes músicos cubanos todavía en activo.

Por esos caminos de la vida, Adalberto recibe la invitación para organizar un conjunto sonero en Santiago de Cuba. Era un momento en que sus inquietudes musicales podían entrar en contradicción con las ideas y ambiciones de su padre, pues de alguna manera este era la tradición y el respeto por lo clásico, mientras el hijo era la expresión de la vanguardia, del riesgo. Sin embargo, junto a un grupo de músicos, miembros de Avance Juvenil, Adalberto quema sus naves y se establece en Santiago, donde comienzan a organizar el conjunto, completar la plantilla, armar un repertorio y ensayar en espera de la fecha de debut. Tras sus esfuerzos y sueños estaba el padrinazgo del compositor y promotor cultural santiaguero Rodulfo Vaillant.

Era el año 1978. Cuba seguía bajo los efectos festivos y sociales del XI Festival de la Juventud y los Estudiantes, y en las calles y plazas santiagueras aún se organizaban bailes populares con las mejores agrupaciones de la ciudad y del país. El mes de noviembre estrenaba su onceno día cuando en la Calle Santa Úrsula se organizó uno de esos bailes, y se les dio la oportunidad a Adalberto y sus músicos de que pusieran a prueba su repertorio. Nacía esa noche la leyenda del Conjunto Son 14.

Si la música de Adalberto había tenido éxito como parte del repertorio de Rumbavana, nadie podía dudar que lo tuviera ahora con los músicos que le acompañaban. La música popular cubana comenzaba un nuevo capítulo en su historia, solo que esta vez asumiendo el sonido del Caribe urbano y de los barrios neoyorkinos, matizados con los aires cubanos.

El repertorio debut incluía sones, guarachas y boleros, que sonaban distinto a pesar de que estaban dentro de los patrones considerados clásicos. De aquellos temas iniciales dos marcarían la música continental en la década siguiente: el son “A Bayamo en coche” y el bolero-son “El son de la madrugada”.

Meses después del debut, Adalberto y sus músicos entrarían en los estudios de la EGREM, en la capitalina calle San Miguel, para grabar el disco LP A Bayamo en coche. El son, la música cubana y la salsa no volverán a ser los mismos después de aquel debut y aquel fonograma; sobre todo desde la óptica de los músicos puertorriqueños y venezolanos, pues en Nueva York el dúo Blades/Colón marcaba el ritmo.

Arsenio Rodríguez podía descansar en paz: en su tierra se volvía a hacer un son bien macho.