“Eres el hombre que yo necesito”. Con esa jocosidad tan propia de él, y una visualmente sonora carcajada que no respetó las recomendaciones de la RAE para el mundo virtual, Reinaldo Cedeño me emplazó, me pidió, me exigió que presentara su más reciente libro —“oye esto”— de cuentos. Obstinado silencio es el título, publicado por la Editorial Oriente en 2024, “en esta forma modernísima del libro digital” (otra vez sus palabras).

No sé si él recuerda la primera ocasión en que me puso en tamaño aprieto. Era julio, para más señas, 2017. Fue un libro de poesía, La abeja libando sal, y por entonces yo era un poco más desconocido que ahora en el panorama literario santiaguero. Y ahí estaba Reinaldo Cedeño el periodista, el cronista, el poeta, el ganador del Premio Hermanos Loynaz, del Premio Regino Pedroso, del Premio Nacional de Periodismo Cultural, confiándome uno de sus hijos, pidiéndome que le sirviera de presentador, que es como decir de juez de su obra.

Si entonces no me negué rotundamente, si no hurgué en el libro de las justificaciones en busca de aquella que me librara de esta empresa; si entonces comprendí que su ofrecimiento me honraba, era un regalo, una bendición; que algún bien yo habría hecho en la vida para merecerlo, hoy no podía ser menos. Agradezco el honor, la oportunidad, la confianza que Cedeño deposita en mí, y ojalá no lo defraude.

Durante la presentación se hizo hincapié en que la obra de Cedeño es consolidada y representa un sello de calidad.

Con el tiempo, sin embargo, he aprendido que hablar de la obra de Reinaldo Cedeño no supone un riesgo; todo lo contrario. Es tarea plácida, es navegar en un cristal de agua, con viento a favor, y tiempo para solazarse, dejarse llevar. La importancia de llamarse Reinaldo Cedeño, en Cuba.

Su nombre ya es un sello. Un sello de calidad. Cedeño ha logrado aquello que muchos buscan, a veces sin encontrarlo, a veces fracasando estrepitosamente. Cedeño es un estilo. Una manera de decir, de escribir. Está en sus crónicas, está en su poesía, está en su narrativa. Está en los quince cuentos que conforman este Obstinado silencio. En esencia, está en su literatura. ES su literatura.

La voz que en el cuento La capucha asegura “soy el dominador de las palabras”, no es solo la voz del narrador. Es Reinaldo Cedeño. Él ha comprendido a plenitud el peso de las palabras, les conoce todos sus perfiles, todos sus aromas, todos sus sabores, todos sus cortantes filos.

“Su nombre ya es un sello. Un sello de calidad. Cedeño ha logrado aquello que muchos buscan, a veces sin encontrarlo, a veces fracasando estrepitosamente. Cedeño es un estilo. Una manera de decir, de escribir”.

La literatura no solo ha de cantar o contar lo bello. La literatura también es cruel, es cruda, es descarnada, puede ser obscena. Pero también puede ser todo eso, y ser hermosa. Los textos que conforman Obstinado silencio no cuentan historias bellas, ni necesariamente felices, pero de qué hermosa manera las cuentan, y es ahí donde radica su mayor mérito. Narrativa escrita con alma y pulso de poeta. Narrativa de la sugerencia, de la insinuación, del soplar mientras se roe, narrativa del sobresalto.

Como orfebre —orfebre de la palabra—, Cedeño va construyendo la historia poco a poco, sin prisas, minuciosamente, soldando pequeñas piezas, golpeando con suavidad. Y el lector lo ve hacer con el placer de quien asiste al acto de la creación, se vuelve testigo, cómplice de su orfebrería. Mas de repente el artista se aparta, golpea la mesa, caen las herramientas y muestra la obra, y el lector, azorado, se percata de que tanto detalle, tanto metal precioso, en su conjunto, también es violencia, es locura, es hambre, es tristeza, es violación, es muerte. Y no será raro que el lector regrese sobre sus pasos, reviva cada curva, cada estampado, cada filigrana, cada soldadura. Y está bien que lo haga, está bien que reconozca que por un instante la belleza del lenguaje era seda, pero seda que le aprisionó, que lo ató, que lo asfixió.

“Narrativa escrita con alma y pulso de poeta. Narrativa de la sugerencia, de la insinuación, del soplar mientras se roe, narrativa del sobresalto”.

Decía Jane Austen: “Si un libro está bien escrito, siempre me parece demasiado corto”. Y este es acaso un libro muy corto, demasiado corto como sus cuentos. Y eso, según Austen, es señal de que está muy bien escrito; aunque esto último ya lo sabía, ya lo sabían ustedes antes de que yo leyera estas palabras. Porque Cedeño nos ha habituado a la calidad, a la exquisitez de su literatura; y cada nuevo libro, cada nuevo reportaje, incluso cada nueva publicación en sus plataformas digitales es apenas un pretexto para disfrutarlo, para leerlo, para conmovernos.

Llegará un día, porque todo llega, en que no podremos reunirnos como hoy a escuchar a Cedeño leer sus cuentos, y se apoderará de nosotros un silencio, un obstinado silencio que por un instante quizás nos aplaste. Pero quedarán las palabras escritas, las palabras impresas, las palabras incluso “en esta forma modernísima del libro digital”, y comprobaremos que el silencio se ha vuelto filoso, y la voz de la literatura, del arte, se abre paso, renace y reina, como ha sido siempre, y será.