El disfrute de un niño de 11 años puede ser, a mi juicio, un medidor extraordinario de lo que es ya una certeza para ciertos adultos. Claro que ese infante tiene un ambiente familiar y preferencias que le podrían aportar elementos culturales diferentes a los que otros espacios sociales y gustos les ofrecen a sus iguales, pero aun así me parece perfectamente genuino que quede concentrado, atento y a ratos emocionado con lo que ante sus ojos se fue develando poco a poco.
Me refiero al espectáculo A Dancing Island, propuesta inaugural del Jazz Plaza 2024 en el Teatro Martí, por segunda vez sede del evento. El título del espectáculo lo tomó del tercer momento, protagonizado por Alejandro Falcón y su agrupación Cubadentro, junto al saxofonista y compositor estadounidense Ted Nash, porque es el espíritu del concierto danzario que compartimos los allí presentes.
El Teatro Martí acogió esos instantes únicos en los que la música actuó al servicio de la danza y al mismo tiempo, fusionadas cual una sola manifestación artística, tocaron las fibras más íntimas de las almas allí reunidas.
Bailarines de la Compañía de Danza Contemporánea Mal Paso se adueñaron del escenario del Coliseo de las Cien Puertas de La Habana. Mientras, los músicos, situados en el foso, al estilo más tradicional de un recinto como este, provocaban emociones desde la ejecución, no solo de los instrumentos sino de sus propias sensaciones.
En el primer momento del espectáculo, Arturo O’Farrill, galardonado con varios Premios Grammy y cubano por convicción, regaló “Nana para un insomnio” (Variación sobre “Mamá Inés”, “Cha-Cha-Chá para Bola”, “Montuno 2”, “Nana para Bola”), de la autoría del barcelonés Jordi Sabatés, a la par de la coreografía de Daile Carrazana.
Emotivo fue acercarnos luego a la coreografía Vértigo, de Susana Pous, con una estética que ha definido a Mi Compañía vista desde el estilo de Mal Paso, mientras el cuarteto ALMA interpretaba “Theme and Allegro”, de Alexander Balanescu y “Quasi Waltz, Adagio, Polymetre Dance, Quasi Tango” de Boris Kovac.
Las integrantes del cuarteto, las jóvenes Camila Crespo Ramírez, Liliet Silva Carmenates, Yosmara Castañeda Valdés y Amaya Jústiz Robert ofrecieron una sonoridad limpia y llana de sus cuerdas de violines, viola y cello, y aderezaron la pieza danzaria con una atmósfera sonora que sensibilizó en lo más profundo a aquel niño, el de 11 años.
Ritmos que incitaron a mayor movimiento corporal, del público y de los bailarines que ejecutaron una coreografía de Osnel Delgado, estuvieron a cargo de Alejandro Falcón y Cubadentro con las piezas “Cuba linda”, “Congo Yambumba”, “Chachachá”, “Mambo”, “Latin jazz”, “Conga”, “Interludio piano y Saxofón”, “Con el corazón”, “Personaje con dos Elegguás” y “Suite final”.
De manera sui géneris, el Teatro Martí acogió esos instantes únicos en los que la música actuó al servicio de la danza y al mismo tiempo, fusionadas cual una sola manifestación artística, tocaron las fibras más íntimas de las almas allí reunidas.
Ese niño, quizás, aún no esté consciente de todo el alimento que su intelecto tomó de esa experiencia. Sin embargo, hoy lo cuenta como una experiencia diferente. Y con eso, para quien seguirá bebiendo de lo artísticamente valioso, es suficiente. No solo bailó una Isla, bailó el mundo.