Nunca un verso había estado más cercano a la realidad que comenzaba a vivir cierta zona de la música cubana que desde el año 1972 se había definido conceptualmente como Nueva Trova. Había sido popularizado por Barbarito Diez y formaba parte del poema “La cleptómana” del poeta Manuel Luna; y no era extraño que alguien repitiera, a modo de frase popular sus primeras estrofas: “…se hizo mi camarada para cosas secretas…”.
Llegado a este punto de la historia del naciente movimiento, sería útil preguntarse hasta dónde podían ser veraces estos versos que, musicalizados cual danzón tradicional, conmovían a todos los que le escuchaban.
Si en su plataforma programática y conceptual, definida sabiamente por Noel Nicola, “…ellos (la Nueva Trova) no eran más que continuidad de una tradición trovadoresca y poética, solo que asumida desde una realidad distinta, desde un hombre que enfrentaba nuevos retos sociales y culturales…”, era aceptable, comprensible y lógico que dos de los pilares de la trova tradicional, de la que desde fines de la década anterior se manifestaron herederos y continuadores, mujer y poesía, estuvieran en su lírica y en todas sus propuestas.
“(…) ellos [la Nueva Trova] no eran más que continuidad de una tradición trovadoresca y poética solo que asumida desde una realidad distinta”.
Solo que esta vez la mujer dejaba de ser objeto y asumía un rol protagónico en sus historias; y los poetas redefinían sus tropos, sin abandonar esa necesidad romántica que les era consustancial.
Además, desde fines de los sesenta había surgido en muchos lugares una mirada a esa poesía escrita por hombres ilustres que definieron carácter, forma y destinos de sus países y sus gentes. Así nos llegan los Cantares de Antonio Machado, de Miguel Hernández y de Rafael Alberti en las versiones insuperables del catalán Joan Manuel Serrat; o la de poetas sudamericanos en propuestas de Chico Buarque, de Daniel Viglietti o de los hermanos Parra.
En el caso cubano, donde se está gestando una poética alejada de toda epopeya triunfalista, la mirada se posa en Nicolás Guillén, en Fayad Jamís, Raúl Ferrer y sobre todo en los Versos Sencillos de José Martí. Hubo otros acercamientos a la poesía del momento y también hubo poetas que se decantaron por asumir la música como parte de su esencia literaria, aunque fueron los menos.
Es justo decir que sería la décima la forma poética más favorecida en este pulso fraternal entre la música y la literatura; lo que no excluyó que algunos trovadores asumieran la poesía de sus contemporáneos como fuente creativa y complementaria de su expresión. Waldo Leyva, Jesús Cos Cause, Freddy Laborit, conocido como El Chispa, Renael Hernández, entre otros, serán algunos de los poetas que saldrán airosos de esta relación música poesía.
Y de mujer qué decir, para no empañar la vida; como diría el poeta. Tal vez este sea el capítulo más interesante en la etapa fundacional de lo que conoceremos a futuro como Nueva Trova.
Nombres de mujer, sus atributos físicos, morales y espirituales han sido una constante en la trova tradicional cubana. Por un acto de pura suerte, en el mismo momento en que se funda la Nueva Trova, “Cecilia”, “Mercedes” y “Longina” aún están vivas; otras que inspiraron hermosas canciones como “Gema”, “Rosina”, “Germania” y “Nena” forman parte de la leyenda de esta forma de canción. Cada una de esas canciones tuvo su correspondiente respuesta en versos hermosos; es decir, idealizar a otro ser para realzar y comparar virtudes.
A este fenómeno los trovadores del momento no han de permanecer ajenos. La “Emilia” de Silvio Rodríguez y la “Yolanda” de Pablo Milanés son fruto de ese afán de amar y contestar; solo que en este tiempo importa más el ser espiritual y su huella en nuestras vidas que los atributos físicos (que no se ignoran, pero no son predominantes); sus desenfados vitales, hijos de un tiempo convulso, inspiran canciones. Así ocurre con “Para una imaginaria María del Carmen” de Noel Nicola y alguna otra que mi memoria en este instante no trae a colación pero que está ahí.
Se escribirán canciones con nombres de mujer. Algunos serán omitidos, no creo que por pudor sino por el hecho de preservar la intimidad de los sentimientos; pero ellas habitan en esa zona de la cultura cubana que definiera Manuel Luna en los años treinta.
La Nueva Trova comenzará su despegue como actitud ante la cultura en la medida en que la década de los setenta avance, y traerá nuevos actores, creará sus leyendas y se establecerá en el imaginario popular de una manera profunda.
Mientras tanto, en la radio y en los hogares, la voz de Barbarito Diez nos devolverá una y otra vez ese verso que no olvidamos y asumimos cual grito de guerra: “…cosas que solo saben mujeres y poetas…”.