Correo desde la Isla de la Dignidad: Hart en la Historia
8/6/2020
Este 13 de junio se cumplen 90 años del natalicio del revolucionario cubano Armando Hart Dávalos. Las circunstancias de aislamiento social en la que aún nos encontramos por causa de la COVID-19 nos obligaron a posponer el entrañable programa de homenaje que teníamos organizado en la Oficina del Programa Martiano y la Biblioteca Nacional José Martí para la significativa fecha. Pero lo recordaremos como merece, y en particular con este trabajo doy inicio a las series Hart en la Historia y Hart habla a la juventud, con textos que evocan su vida, obra y pensamiento.
Antecedentes. De sus abuelos, los padres y la familia Hart Dávalos hasta 1930
Para un hombre como Armando Hart, fiel apasionado de la historia, conversar sobre sus diversos orígenes y el destino de cada uno de sus parientes, llegó a convertirse en algo placentero y recurrente. Cada vez que comenzábamos la interminable tertulia me recordaba que su amigo, el escritor Alejo Carpentier, le decía: “Armando, los cubanos descendemos de todas partes, pero todos descendemos de los barcos”.
Para nosotros, aquella no era una exageración de Alejo, porque en nuestras familias esa norma se cumplía invariablemente. Los recuerdos de esos “quijotes” buscando nuevos horizontes siempre conmovieron su imaginación, al punto que era capaz de describir al detalle toda su genealogía y recordaba cada fecha importante de la familia.
Cuando advertimos el entorno en el que creció y se educó, encontramos los componentes esenciales que contribuyeron a la formación de su exquisita personalidad, por eso en este trabajo también rindo honor a sus padres Marina y Enrique.[1]
No olvidemos que cuando Armando evocaba a sus padres, su primera asociación era el pleno rigor y la exigencia, mezclados con el amor, la bondad y la justicia, sentimientos y valores que relacionaba con el estricto cumplimiento de las normas y la ley. Siempre les agradeció la educación que le brindaron, la cual empezó con la prédica de su intachable ejemplo.
De Marina y Enrique conservó vivencias entrañables; de ellos aprendió los estrechos vínculos entre el derecho y la moral, principios esenciales que sustentaron la educación que les brindaron a sus hijos; por ello a él le gustaba recordar que en su hogar, cuando querían distinguir a alguien por sus cualidades, decían: “esa es una persona decente y honesta”. Sobre ellos afirmaba con gran cariño: “Es a mis padres a quienes debo la sensibilidad jurídica y ética que tengo. […] Mi madre poseía una inmensa generosidad y a ella debo los ejemplos de solidaridad humana con que siempre he aspirado a actuar en la vida. […] Cuando trato de encontrar el momento en que nació en mí esa sensibilidad jurídica, el recuerdo se me pierde en la infancia porque la viví intensamente desde el hogar. Después pude aprender que la justicia era, al decir de Luz y Caballero, ese sol del mundo moral. Mi padre se hizo revolucionario porque era un hombre de Derecho y de Ética; y nosotros hemos intentado siempre seguir el camino que él nos enseñó”.
Mary Ballot, a quien llamaban también Meme o la Americana, fue su bisabuela paterna y su madrina; vino a residir a Cuba cuando quedó sola y a cargo de dos niños pequeños, procedente de Georgia, Estados Unidos, formando parte de las emigraciones que desde aquel territorio empezaron a recalar en nuestra patria a finales de la década de 1860. Ella logró describirle todas sus vivencias de la esclavitud, la Guerra de Secesión y otras historias de aquella trágica existencia que conoció en el sur norteamericano. Su abuelo paterno ―Frank Hart Ballot― fue uno de esos dos niños que se integró a la vida de nuestro país y se hizo cubano.
El abuelo Frank se casó con Leopoldina Ramírez, una criolla a quien Armando recordaba como una auténtica dama, muy cariñosa y amable. De ese matrimonio nació su padre Enrique Hart Ramírez, el 13 de diciembre de 1900, en La Habana. Él fue un ferviente admirador de la Revolución Francesa; no era creyente y mantenía en su cultura un pensamiento racional y de sólida formación científica. Luego de sus estudios de Derecho se convirtió en un jurista honorable y consecuente. Desempeñó sus funciones preservando su honestidad profesional, respeto y prestigio.
El científico cubano Juan Nicolás Dávalos y Betancourt fue su abuelo materno. Nació el 6 de noviembre de 1857 en Sabanilla del Encomendador, en el actual Municipio Juan Gualberto Gómez, en la provincia de Matanzas. Él se casó con Serafina de los Santos Rodríguez Torices y Jenckes, en la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, en La Habana, el 10 de diciembre de 1891. Ella tenía 22 años de edad y él, 35. Ese matrimonio tuvo una descendencia de ocho hijos. De ellos siete eran varones y la única hembra fue la madre de Armando. Pero ella era el centro de toda la familia. Fue una delicada mujer a quien todos recuerdan como un ser inolvidable, muy agradable y simpática.
Su entrañable abuela materna le contaba que su esposo había sido un trabajador infatigable y consagrado a la ciencia; pero Armando no llegó a conocerlo porque el abuelo murió el 4 de diciembre de 1910, en la plenitud de sus posibilidades científicas y profesionales, a causa de una bronconeumonía, cuyo origen fue la gripe y su abnegado trabajo como médico. Fue sepultado en el panteón que acababa de construir en aquella época la Academia de Ciencias en el Cementerio de Colón.
Con profundo respeto y admiración Armando evocó siempre a sus abuelos y se sentía muy orgulloso de su abuela, porque aunque ella provenía de una familia aristocrática, él recordaba que “todo el dinero y la fortuna que tenía su familia, no le hicieron caer jamás en frivolidad alguna y logró convertirse en una compañera ejemplar para su abnegado esposo”.
El abuelo Juan Nicolás es considerado y reconocido no solo como un eminente médico, sino como el primer médico bacteriólogo y precursor de la bacteriología en nuestro país, rama en la que logró descubrimientos notables. En los testimonios existentes sobre su figura, se advierte que no solo fue su talento para la investigación científica lo que dejó una huella imperecedera en el contacto con su persona, sino sobre todo su ética y contextura moral, así como su disciplina integral. Porque fue un hombre de acrisolada honestidad intelectual y científica, y de gran audacia investigativa en un campo tan complejo como el de las ciencias bacteriológicas. Se consagró por completo a su labor investigativa y sobre él dijo el periodista Víctor Muñoz en la prensa de la época: “Es el sabio que sueña con las bacterias”.[2]
Sus padres se conocieron mientras ambos estudiaban en la Universidad de La Habana y se casaron en la Iglesia del Ángel el 23 de enero de 1926. De ese matrimonio nacieron siete hijos a lo largo de 15 años. Marina, su hermana mayor, nació en La Habana, el 26 de noviembre de 1926; luego Enrique, el 4 de julio de 1929; Armando, el 13 de junio de 1930; Martha, el 23 de mayo de 1932; los mellizos Gustavo y Alberto, el 13 de mayo de 1935 y, por último, Jorge, el 21 de octubre de 1941.
Desde muy joven su madre concluyó sus estudios de doctora en Farmacia, pero solo vino a ejercer a principios de la década de 1950, pues con anterioridad la familia Hart Dávalos viajaba constantemente por varias ciudades de Cuba, a propósito del trabajo de su esposo, quien fue juez y magistrado en diversos lugares del país.
Cuando Marina instaló su farmacia en la calle 2, entre 35 y 37, en El Vedado, La Habana, esta se convirtió en un verdadero centro de conspiración contra la tiranía de Batista. Entonces la dulce Marina añadió, a sus muchas virtudes, la de ayudar a los pobres y entregarles gratuitamente las medicinas, como muestra de su generosidad.
Su padre inició una extensa carrera judicial, mediante las oposiciones convocadas para cubrir plazas de jueces municipales. Ingresó en la Judicatura el 27 de enero de 1926, como Juez Municipal de Trinidad, en la antigua provincia de Santa Clara, donde la familia Hart Dávalos residió por cuatro años. Luego se desempeñó como juez en la ciudad de Sancti Spíritus; un año después ejerció en el pueblo de Colón y por espacio de nueve años prestó esos servicios en la ciudad de Matanzas.
Con posterioridad, fue nombrado Magistrado de la Audiencia en la antigua provincia de Oriente, con residencia en la ciudad de Santiago de Cuba, de donde volvió a Matanzas a realizar esa misma función hasta que finalmente pudo comenzar a trabajar en la Audiencia de La Habana, cuando su hijo Armando ya cursaba estudios universitarios.
Durante la tiranía de Fulgencio Batista, su familia fue objeto permanente de persecuciones, órdenes de allanamientos y detención, a los que Marina y Enrique siempre respondieron con gallarda conducta. En ese sentido es significativo destacar la separación de Enrique de su cargo, en el mes de junio de 1958, como resultado de las maniobras del régimen espurio contra él y varios funcionarios de larga y honesta carrera profesional, los cuales, en el mes de abril de ese año, presentaron una denuncia ante el Tribunal Supremo en la que exigieron el cese de los asesinatos que la dictadura cometía en el país. Por estas razones, y debido a las terribles presiones, tensiones y persecuciones a las que por esa misma fecha estuvo sometida toda la familia por la dictadura —tengamos presente que su hermano Enrique murió trágicamente en el mes de abril de 1958 a consecuencia de la insurrección contra el dictador y Armando estaba preso desde principios de ese año—, la mayor parte fue obligada a exiliarse y solo pudieron regresar al país después del triunfo de la Revolución.
El padre de Armando supo unir a su competencia y sabiduría la conducta intachable de honestidad profesional y personal. Su talento y cualidades los puso siempre al servicio de nuestro pueblo. Tras el triunfo de enero participó en la administración de la justicia; no olvidemos que nuestro país tuvo siempre en este destacado jurista un valioso apoyo, porque fue uno de los jueces y magistrados que formado en la primera mitad del siglo XX, entregó a su patria todo su saber y esfuerzo a lo largo de toda la vida. Al jubilarse, en 1980, se le otorgó la Orden José Martí, dando cumplimiento a la propuesta realizada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.
El ambiente hogareño de la numerosa familia de Hart fue afectuoso y acogedor; allí aprendió el significado y el alcance de las palabras respeto, decencia, verdad, bien, ética, sacrificio, honor, humildad, valentía, felicidad, vergüenza, bondad, gratitud, tolerancia, diálogo, armonía versus radicalidad, virtud, dignidad, honestidad, justicia, libertad, fraternidad, amor, entre otros valores, que guiaron siempre su actuación en la vida. Este es un detalle clave para entender el origen de sus ideas, porque como bien el propio Hart aseguró siempre: “si entendí la Revolución Cubana, el socialismo, y tomé partido por las causas justas, fue porque he aspirado siempre a ser una persona decente y honesta”.