¿Contra Los Van Van o por la barbarie?
Nunca antes las autoridades de la ciudad de Pembroke Pines, ubicada en el condado de Broward, al sur de la Florida, se han visto tan presionadas por la reacción de un núcleo intolerante por el anuncio de un concierto fijado para el 20 de mayo.
No se trata de un acto que denigre públicamente a las personas ni menoscabe su dignidad humana. No compromete la integridad física de los participantes ni azuzará aún más la violencia en uno de los países más violentos del hemisferio (no muy lejos de allí, en Osceola, en abril, se produjo un tiroteo que causó cuatro bajas a plena luz del día).
Simplemente lo que se anuncia es un concierto de música para bailar. Una gran orquesta conocida por el público estadounidense, Los Van Van, introduce a otra que merece ser tan conocida y gustada como aquella, Havana D’ Primera, liderada por Alexander Abreu. La inmensa mayoría de la gente de Pembroke Pines —casi la mitad de su población es de origen latino— lo que quiere es bailar, gozar y pasarla bien.
Pero desde que se supo que la formación creada por Juan Formell culminaría allí su gira de reencuentro con las audiencias estadounidenses, contacto interrumpido tras dos años de pandemia, el odio comenzó a emerger. O mejor dicho, a reciclarse, puesto que es una reacción recurrente de los círculos en ese Estado ante todo lo que provenga de la isla vecina, ya sea música, arte, deporte, intercambios educacionales y científicos.
Todo lo subordinan al delirante programa de regresar a Cuba a un estadio neocolonial, e incluso, si les fuera posible, a la anexión. Y llevan la cosa a los extremos: o estás con ellos o no estás.
Por eso nada asombra que la lista de odiadores que la ha emprendido contra la presencia de Los Van Van en Pembroke Pines esté encabezada por personajes con experiencia en la elaboración de listas de artistas cubanos a los que se les debe prohibir la visa a EE. UU.; lobistas que promueven resoluciones contra los intercambios culturales; influencers desbocados que mienten sin embozo sobre cualquier asunto que ocurra con relación a Cuba, y, por supuesto, los capos de la industria anticubana, los que medran en los órganos legislativos, los que apoyan a terroristas y apuestan por el recrudecimiento del cerco económico y financiero sobre la Isla.
“Todo lo subordinan al delirante programa de regresar a Cuba a un estadio neocolonial, e incluso, si les fuera posible, a la anexión. Y llevan la cosa a los extremos: o estás con ellos o no estás”.
A Los Van Van les piden más, que nieguen sus raíces, que se desmarquen de su entorno natural. Que se pronuncien políticamente como lo han hecho algunos, en tiempos recientes. Los Van Van serían una importante pieza, no como los mediocres que se han arrimado al juego oportunista de la disidencia de last minute.
Alguien, que para nada coincide con el proyecto socialista cubano, respondió al boicot de manera sensata en la columna de comentarios de una de las publicaciones anticubanas más agresivas: “Yo sí voy al concierto porque mi dinero es mío y me encanta Van Van de siempre y no me importan ninguna de sus razones (o sea, las de los boicoteadores); yo las respeto pero como a mí me gustan, voy y estaré en primera fila; al que no le guste, que no vaya y ya”. Otra persona comentó: “¿Qué tiene que ver la música con la política? ¿O por casualidad Van Van está dando el carnet del PCC o después del concierto van a salir ustedes siendo comunistas?”.
Fueron ambas agrupaciones, pusieron a la gente a gozar, llenaron el lugar donde hicieron bailar a todos…
Y afuera estaba el odio y la ignorancia chorreando bilis, haciendo el ridículo y exhudando frustración y derrota.
A fin de cuentas ganó la música cubana y el amor.